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Nerea Arco
Lunes, 2 de junio 2025
Antonio España siempre ha mirado Málaga con ojos de turista pero con el amor de quien la conoce como la palma de su mano. A través de su cámara capturó lo cotidiano del siglo pasado como si fuera extraordinario, y ahora lo es. El tiempo se detiene en esa habitación donde guardaba más de 300 fotos y documentales que retratan fiestas populares, rostros olvidados y una ciudad a punto de despegar y que ahora los ha donado a la Universidad de Málaga para el disfrute de todos. Gracias a su mirada incansable y una locución de la mano de la reconocible voz de Matías Prats, Málaga suma nuevas imágenes a su hemeroteca documental.
Antonio nació en 1938, un año antes de que acabara la guerra. Era tan solo un niño cuando empezó con su padre, Manuel España, a curiosear entre sus cámaras y a desarrollar una pasión por la fotografía. En el año 1958 lo contrataron en Televisión Española como corresponsal en Málaga. «Yo fui de los primeros en documentar la Costa del Sol y enviar el contenido a Madrid cuando empezaba a resurgir como destino turístico», explica.
- ¿Cómo ha cambiado Málaga desde aquellos años en los que usted empezó a grabarla hasta la ciudad que vemos hoy?
- Te voy a contar una pequeña anécdota. Cuándo venía algún redactor desde Madrid para hacer un reportaje, tenía que alojarse en Torremolinos porque en Málaga no había hoteles. Fíjate lo que hemos cambiado que ahora tenemos alojamiento por todas las calles de Málaga. Era una ciudad pequeña, con mucho por hacer. Las calles tenían otro ritmo. Hoy es una ciudad moderna, llena de vida, con muchísimo turismo. Pero, a pesar de eso, sigue teniendo esa luz especial y ese carácter que la hace única.
Antonio nos transporta a una Málaga muy distinta a la actual, casi inimaginable para aquellos que no han vivido esa época. Con cierta nostalgia en sus palabras, como la de cualquier malagueño de toda la vida, sigue narrando anécdotas.
- Y en cuanto al trabajo, ¿cómo ha evolucionado la forma de hacer noticias?
- Era toda una odisea. Imagínate, nosotros grabábamos en negativo, y eso había que revelarlo, montarlo y emitirlo, a veces en cuestión de un día. Yo llegaba a hacer hasta cinco viajes al día a Marbella por aquella carretera antigua, con el material recién grabado. Después lo llevaba a Renfe o Iberia, y desde allí salía en avión hacia Barajas. En el aeropuerto siempre había un motorista esperando, con el tiempo justo, para llevar la película a Prado del Rey. Allí se convertía el negativo en positivo, se revelaba químicamente y, si todo salía bien, esa misma noche o al día siguiente salía en televisión. Era un trabajo contrarreloj, con muchas menos facilidades que hoy en día. Pero había algo bonito de todo ese esfuerzo; sabíamos que lo que estábamos haciendo era importante para nuestra ciudad.
- ¿Cómo fue trabajar con Matías Prats?
- Una maravilla. Matías Prats padre tenía una voz inconfundible, de esas que daban paso a cualquier historia. Cuando ya tenía el documental montado y revisado en Madrid, lo llamaba y él siempre se ofrecía a locutarlo sin pedir nada a cambio, solo que mi padre hiciera una donación simbólica a una congregación de hermanas. Íbamos a Estudios EXA y allí, con su voz, las imágenes cobraban vida. Lo más impresionante es que lo hacía a la primera, era muy bueno. Escuchar cómo narraba nuestras propias imágenes era ver que el documental cobraba sentido. Tenía una voz única y le daba fuerza y categoría a lo que hacíamos.
- Usted vivió el cambio de la imagen en blanco y negro a color, ¿cómo fue esa experiencia?
- Nosotros fuimos los primeros en España en empezar a usar Inmacolor, lo que significa que las primeras imágenes a color en España se hicieron en Málaga. Fue un cambio impresionante, especialmente para los que trabajábamos en el ámbito de la producción de documentales y cine en esa época. El proceso fue tedioso. Las películas tenían una sensibilidad diferente a las de blanco y negro, lo que significaba adaptarse a nuevos parámetros en cuanto a la iluminación, el enfoque, y en general, la manera en que trabajábamos con las imágenes. Fue un cambio impresionante y ayudó a que los documentales de Málaga tuvieran más éxito a nivel internacional.
- De todos los documentales que hizo, ¿hay alguno que recuerde con especial cariño?
- Sí, sin duda uno muy especial fue el primer documental que hicimos en blanco y negro sobre el Valle de los Dólmenes de Antequera. Fue un encargo del Ayuntamiento y nos costó muchísimo trabajo. Aún así, logramos sacarlo adelante. Recuerdo que vino a verlo nada menos que Manuel Fraga, entonces ministro, aprovechando uno de sus viajes. Aquello fue un orgullo enorme.
Sus años de oro en la profesión fueron entre los 60 y los 70, cuando grabó veintidós documentales y reportajes. Hoy, con 87 años, se le ve satisfecho con su labor de haber retratado la historia de Málaga y guardarla hasta nuestros días.
- ¿Por qué decidió donarlo a la Universidad de Málaga?
- Málaga merece tener estos documentales y fotografías y poder hacer un uso responsable sobre ellos. Es mucho material relacionado con nuestra querida Costa del Sol y los malagueños más tienen que conocer sus raíces, y los más veteranos como yo, recordarlas. Guardar más de doscientas latas es mucho trabajo, y ya no me puedo hacer cargo de ese material, es por eso que mi hijo se puso en contacto con la Universidad de Málaga y ellos lo recibieron encantados.
Tras una charla profunda y un tranquilo paseo por Playa Virginia, Antonio rememora sus años de gloria con una mezcla de nostalgia y orgullo en su voz. «Yo creo que mi profesión también es arte, porque cada uno tenemos dentro una sensación, algo que nos mueve a comunicarnos y transmitir. Tiene que gustarte, ser tú y sacarte el máximo provecho». Así, con esas palabras, concluye la entrevista, que más que una conversación formal se ha sentido como esas 'batallitas' que los abuelos les cuentan a sus nietos y que, al escucharlas, te hacen sentir como si las estuvieras viviendo a través de sus ojos.
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