Aquel verano de Victoria Ordoñez: A la sombra de Chilches
La empresaria malagueña pasó sus veranos de infancia en la costa del pequeño pueblo de la Axarquía, donde forjó su relación con la naturaleza
Eran días «alucinantes». Montarse en el coche en dirección oeste significaba que comenzaban las vacaciones y conforme más se alejaba del bullicioso centro más sentía ... que se acercaba la auténtica diversión. La empresaria vitícola Victoria Ordóñez, responsable de la revitalización de los Montes de Málaga y la sierra de la Axarquía como zonas de producción para su bodega, pasó los veranos de su infancia en la costa de Chilches, en una casa ubicada en un vecindario en el que sus únicos vecinos eran sus primos, la familia del pediatra Don Juan Delgado y los cañaverales que conducían a la playa.
«Ahora todo aquello está lleno de adosados, de hecho soy incapaz de moverme por allí porque ha cambiado por completo», reconoce. Pero en el verano de 1968, cuando tenía siete años –recuerda aquellos veranos con especial nitidez porque se le movían las paletas–, todo estaba dispuesto para hacer feliz a un puñado de niños que pasaba los días caminando de la playa al merendero y del merendero a casa. «El merendero era de los de verdad, auténtico como el solo».
Victoria Ordóñez es propietaria de las bodegas Victoria Ordóñez SL. Uno de sus vinos, de entre los que destaca el conocido 'Ola del Melillero', ha recibido recientemente una medalla de oro en el Mondial de Vins Extremes. Su producción se centra entre los Montes de Málaga y la Axarquía.
La casa en la que pasaban el verano sus padres y hermanos estaba separada de la playa por las vías del tren de la Cochinita, y para llegar a la arena había que esperar que no hubiese peligro y cruzar –una pequeña aventura diaria–. «Eso sí, solo cruzábamos cuando ya habíamos terminado de hacer la digestión». Mientras sus hermanos y primos se daban un chapuzón, su madre y su tía compraban el pescado «directamente del copo». «Prácticamente los cogían dando saltos en la red».
Los veranos en Chilches se mantienen almacenados en la memoria de Ordóñez a base de historias curiosas y momentos no tan anecdóticos, esos que se graban a base de rutina y repetición en el recuerdo de los niños. Uno de esos días especiales fue en el que se encontraron a Marisol dándose un baño en su pedazo de arena habitual. «Estuvimos hablando un rato con ella, para nosotros era un imposible que estuviera allí, pero estaba y fue genial». Cuando la calma de las tardes de verano les dejaba espacio para buscar sus propias aventuras caminaban hasta Los Rubios, una pequeña barriada que actualmente se mantiene como parroquia pero que por aquél entonces estaba formada por «cuatro casas y un patio». «Allí veíamos a la gente lavando la ropa en el arroyo, pasábamos por los cañizos y las tomateras... todos esos olores se han ido almacenando durante los años y ahí siguen».
Recuerda a la perfección que el mar estaba «siempre limpio», no como ahora, que uno va a bañarse mientras juega a una especie de lotería («¿cómo estará hoy el agua?»). Había unas algas «de un color verde muy bonito», que eran agradables al tacto y las utilizaban para jugar. «Estábamos salvajes por completo», comenta en entre risas.
Su madre y su tía cocinaban las coquinas que los primos habían recogido en la orilla durante los días de mar tranquila. «Fíjate, había tantas que un puñado de niños podíamos coger suficientes para un almuerzo». Las hacían con tomate «y estaban riquísimas». También recuerda que en esa casa no había nevera y que un señor traía «unas barras de hielo enormes». Aun así, en lo que a la alimentación se refiere, el sabor de aquellos veranos era el del pescado fresco:«Es lo que más comíamos».
Eso sí, su madre era «muy rigurosa» con las responsabilidades académicas de los hermanos Ordóñez, por eso todas las tardes había un breve toque de queda para sentarlos a todos en el patio lápiz en mano. «Recuerdo a la perfección aquellas cuartillas de verano».
Con siete años, Ordóñez era capaz de ver el contraste que se producía entre su forma de vida en el centro de Málaga, donde residía la familia a lo largo del año, y lo «salvaje» de Chilches. «Recuerdo que en Málaga siempre había que ir bien vestida, arreglada y acompañada, pero cuando llegábamos a la playa todo eso quedaba atrás, podíamos hacer lo que quisiéramos, es la mejor sensación de libertad que he sentido». La convivencia entre primos sentó las bases de lo que hoy es «una familia muy unida». «Todo el verano era fabuloso», comenta la empresaria, que no escatima en calificativos para describir sensaciones que solo conoce quien las ha vivido.
Entre batallas a «cebollazo limpio» en un huerto cercano, los domingos en misa (en una capilla «preciosa») y las tardes en compañía de cañaverales y campo creció Ordóñez, quien cree que todo aquello dejó huella. «Claro que me ha marcado, muchísimo (relata los recuerdos de sus veranos en un descanso de la vendimia) lo he llevado presente a lo largo de toda mi vida». Cuando tuvo hijos decidió ofrecerles veranos similares, salvo que en su caso fueron cambiando de sitio. «La mayoría de los veranos con los niños los hemos pasado en Frigiliana, antes de que hubiese extranjeros, menús y adosados, y fueron unos años increíbles, la Axarquía es que es maravillosa», concluye.
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