Rafael Pérez Pallarés: «Rezo cinco veces al día por disciplina de partido, también en la playa»
Entrevista con el sacerdote diocesano y delegado diocesano de Medios de Comunicación
Si no fuera por el discreto alzacuellos que se coloca estratégicamente para la foto, pasaría por un bañista más en la tórrida mañana de Pedregalejo. ... Rafa aprovecha que toca entrevista para llegar antes a la playa y darse un baño. El padre Rafa, Rafael Pérez Pallarés, aprovecha ese rato de desconexión para rezar salmos. «¡Claro, en la playa también se reza!», dice colocándose las gafas de sol. El cura moderno, le dicen. «Un cura de su época», corrige. Sea lo que sea, se agradece que siempre se moje. Que ya es una bendición en los tiempos que corren.
–¿Soy la única a la que le cuesta llamarlo padre?
–Depende... Hay personas a las que les puede resultar difícil, pero en mi parroquia hay mucha gente que me llama padre Rafa. O de broma y con cariño, reverendo.
–Quizás es su aspecto juvenil, la etiqueta que tiene de cura moderno...
–Creo que las etiquetas encasillan, aunque sí intento ser un cura actual.
–¿Qué es un cura actual?
–Un sacerdote contemporáneo, un hijo de su época que a la luz del Evangelio intenta vivir a diario e iluminar la vida de la gente.
–Eso incluye meterse en jardines...
–En los jardines de la vida (risas). Es que el cura que no se meta en un jardín es un cura cobarde.
–¿Le regañan por eso?
–No. Jamás he recibido una amonestación por parte del obispo ni de nadie. Al revés. Felicitaciones en privado.
–Pero entre esos jardines están asuntos espinosos, como los nuevos tipos de parejas, los divorcios, las relaciones entre personas del mismo sexo...
–Pero es que la Iglesia no puede dar la espalda a la sociedad. Y debe iluminar, a la luz del Evangelio, a la sociedad que quiera escucharla. Los que no, son libres de tomar otros caminos. La pluralidad social es una obviedad, y a esa pluralidad social es la que el Evangelio tiene que iluminar.
–¿Es muy difícil hacer una homilía en verano para que la gente no se muera de calor y aburrimiento en el banco?
–Yo cambio el discurso a diario. Y, por supuesto, depende de la época litúrgica o del tiempo. Tienes que conocer a tu pueblo, a tu parroquia, y la realidad que hay; la homilía tiene que ser muy cortita para dar una respuesta acertada a lo que necesita la gente.
–¿Pero cuánto dura una homilía de verano?
–A diario, no quiero que pasen de tres minutos.
–¿En tres minutos da tiempo a lanzar el mensaje?
–Yo tengo una sección en la radio que se llama 'Palabras para la vida' con mensajes en tres minutos cuarenta y cinco segundos. ¡Claro que da tiempo!
–¿Es muy observador cuando está en el altar?
–Sí, sí.
–¿Y qué ve?
–De todo. Tú sabes si esa persona lo está pasando mal, si lo está pasando bien, si pasa del sacerdote, si está atento... No sé si tendría que usar la palabra conversión, pero hay gente que se acerca después de la homilía, y eso me sigue resultando sorprendente.
–¿Por qué?
–Porque la fuerza de mi predicación radica en mi debilidad. Yo no soy perfecto, por eso me sorprende que no siendo un sacerdote impecable mis palabras tengan ese efecto cercano a la conversión.
–Pero es que quizás necesitamos curas imperfectos
–Es que no existe el cura perfecto. Recuerdo una vez que una persona se escandalizó cuando le pedí que rezaran por mí porque era pecador. Me dijo: «¿Qué tipo de ejemplo nos vas a dar si dices que eres pecador?». Respondí que también Cristo, a pesar de su condición divina, pasó como uno de tantos. Y el sacerdote, que en este caso es un ser humano, comparte la vida como uno de tantos, y eso la gente lo detecta y lo acepta. La gente no acepta al impecable.
–¿A qué santo le reza?
–Todavía a ninguno, pero por ejemplo estaba rezando en la playa hace un momento.
–¿Qué se reza en la playa?
–Estaba rezando salmos. Los curas tenemos la obligación de rezar cinco veces al día, y en la hora intermedia, que es la que tocaba justo antes de la entrevista, he estado rezando ahí. El problema de los salmos es que a veces te pillan con el cuerpo adaptado y otras veces no. Pero yo rezo esas cinco veces por disciplina de partido, también en la playa (risas).
–¿Y con qué le dan ganas de dejar de rezar?
–Con la rutina.
–Pensaba que me iba a decir con la guerra, con el sufrimiento humano, con las injusticias…
–Ahí es al contrario. Cuanto más dolor, más oración. Cuanto más sufrimiento, más encuentro con el Señor, pero cuando la gente ni siente ni padece es todo rutina. Todo es apatía.
–¿Cuántas veces ha dado hoy gracias a Dios?
–De forma explícita, no. De forma vital, desde que empecé esta mañana.
–¿Por qué las da?
–Pues mira, de entrada por este amanecer, por la playa. Doy gracias a Dios porque he estado desayunando solo y me he encontrado gente y he podido hablar con ellos. Desde que te levantas por las mañanas, si la vida no es una acción de gracias es un fracaso.
–Ser consciente de estar dando las gracias permanentemente...
–No, yo no necesito saber que amo a mi madre permanentemente para amarla. Eso me parece de neurótico.
–¿Los curas también se van de vacaciones?
–Hay curas que sí y hay curas que no. Hay curas que toman días de asueto, que soy yo, y curas que...
–Días de asueto. Suena antiguo…
–Suena viejuno, ¿eh? Al final no voy a ser tan moderno (risas).
–¿Y qué hace en su asueto?
–Lo que necesito en ese momento. Por ejemplo, este verano, seguir escuchando música, seguir caminando, seguir tomando el sol, seguir rezando y seguir enfocado en mi vida.
–¿Y seguir buscando jardines?
–Esos salen solos. Por ahora, en cuanto termine esta entrevista, volver a la playa, a esa toalla azul que he dejado en la arena.
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