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Elena Gallardo, en las inmediaciones de SUR. Dani Maldonado
Elena Gallardo, neurocientífica

«Nuestro cerebro no da abasto, por eso es tan importante frenar, tomar conciencia y tomar el control de nuestra atención»

«El estrés inflama. Y muchas veces ni somos conscientes», destaca esta especialista

Manolo Castillo

Málaga

Viernes, 16 de mayo 2025

Elena Gallardo es neurocientífica. Su trayectoria biosanitaria la llevó desde la biología a la neurociencia por su fascinación por el cerebro desde niña. En esta conversación explica cómo funciona nuestra mente, cómo tomamos decisiones, y por qué muchas veces actuamos sin ser plenamente conscientes. «Tenemos que parar el piloto automático», insiste, porque en estos tiempos de superabundacia informativa e hiperconectividad sometemos a nuestro cerebro a un estrés insoportable. La clave: parar, aunque sea cinco minutos al día.

—¿Cómo llegas a la neurociencia?

—Desde siempre me he sentido muy vinculada a las ciencias biosanitarias. Estudié Biología, luego hice el doctorado en Medicina, y en ese camino descubrí que el cerebro era la parcela que más me entusiasmaba. Me fascinaba desde niña, aunque no tuve referentes familiares ni cercanos. Supongo que, como a algunos niños les atrae el universo, a mí me intrigaba aquello que es menos tangible.

—¿Y cómo definirías la neurociencia para el gran público?

—Es la ciencia que estudia el cerebro, que a su vez es el gran maestro de ceremonias de nuestro cuerpo. Desde ahí se gobiernan no solo aspectos relacionados con la salud, sino también decisiones que afectan al marketing, la economía, el comportamiento social... Hablamos de neuromarketing, neuroeconomía o neuroeducación. Todo lo que hacemos, pensamos o sentimos pasa por el cerebro.

—Y muchas decisiones ni siquiera las tomamos de forma consciente.

—Exacto. La mayoría de nuestras decisiones están condicionadas por experiencias pasadas, emociones, patrones ya establecidos. Actuamos muchas veces con el piloto automático.

—Durante décadas, parecía que todo pasaba solo por el cerebro, pero ahora se habla del cerebrocentrismo, en el que se reconoce la influencia de otros sistemas: digestivo, respiratorio...

—Sí, tienes toda la razón ahí. Esto es algo que se lleva investigando no tanto tiempo: el cerebro está completamente conectado con el cuerpo. Lo regula todo, pero también recibe información desde el corazón, el sistema digestivo, el sistema hepático... Es una autopista de doble sentido. El cuerpo informa al cerebro de cómo está funcionando, y el cerebro, a su vez, regula en función de esos datos. Pero también necesitamos ayudarle: si notamos que algo en nuestro cuerpo cambia, como un aumento del ritmo cardíaco, debemos tomar conciencia, parar y entender qué lo está provocando. Esa toma de conciencia es fundamental.

—¿Y eso se concreta?

—Por ejemplo, si noto que me late muy deprisa el corazón, puede que esté nerviosa por algo; debo parar, respirar, observarme... Ese proceso voluntario y consciente ayuda a mi cerebro a regular la respuesta. Pero vivimos tan deprisa, tan en modo automático, que muchas veces no escuchamos lo que nos dice el cuerpo.

«Hablamos mucho de la adicción a la tecnología de los adolescentes y poco de la de los padres»

Teléfono móvil

—Vivimos rodeados de información sobre neurotransmisores, dopamina, serotonina, oxitocina... Parece que es una moda, ¿no? ¿Realmente es tan simple como parece en redes sociales?

—No. Hay una sobreabundancia de información que puede ser útil, pero también peligrosa si no se filtra. En Internet y redes sociales hay muchos supuestos «gurús» que no tienen formación científica. No todo lo que se dice es verdad, y aunque algo sea cierto no significa que funcione igual para todos. Cada cerebro, cada cuerpo, es único. Además, nuestro estilo de vida y nuestras experiencias también influyen mucho.

—¿Cuál es entonces el impacto de la dopamina, la oxitocina…?

—Esas sustancias existen, claro, y están implicadas en procesos como la motivación, el placer o el bienestar. Pero su funcionamiento es complejo. Por ejemplo, una persona que haya vivido un trauma emocional puede tener una respuesta desproporcionada ante estímulos que a otros no les afectan. Su sistema nervioso responde desde esa memoria emocional. Cada organismo es distinto.

—¿Y qué pasa con la intuición, con esas decisiones rápidas que no sabemos explicar?

—La intuición tiene una base cerebral. No todo se explica solo desde la química, aunque sí hay procesos químicos implicados. Nuestro cerebro funciona gracias a neurotransmisores, y a partir de ahí activa diferentes funciones, como la atención, la memoria o las emociones. La emoción es una función más del cerebro, pero muy poderosa. Y sí, muchas decisiones que tomamos surgen de esa base emocional inconsciente.

—O sea, que no todo es racional...

—No, ni mucho menos. Nuestro cerebro, por defecto, actúa más desde lo emocional que desde lo lógico. Esto viene de nuestros antepasados, de un cerebro diseñado para la supervivencia. Aunque hemos evolucionado, el sistema sigue siendo el mismo. Por eso, cuando debemos tomar decisiones importantes —como cambiar de vida, de trabajo o mejorar nuestro bienestar—, lo ideal es parar, recopilar información y tomar decisiones templadas, desde la lógica. Pero nuestro cerebro tira por la vía rápida y emocional.

—¿Ese es el eterno dilema entre el corazón y la cabeza?

—Sí, se dice mucho eso de «seguir al corazón o a la cabeza», pero en realidad todo está en el cerebro. Es él quien orquesta las emociones, la lógica y las decisiones. El corazón depende del cerebro. Lo que pasa es que si no tomamos conciencia, si no paramos, es la parte emocional la que acaba mandando. Por a veces decimos: «Me precipité, no debí hacer esto».

— Hay algo que nos pasa a muchas personas, ese diálogo interior; tu cabeza está permanentemente con ideas y a veces piensas: ojalá hubiera un botón que dijera pum, apago…

—Eso es lo que se llama la red de rumiación de pensamientos. Es un circuito de atención en nuestro cerebro que se activa por defecto. Analizamos constantemente lo que nos pasa dentro y fuera. Vivimos en estado de hipervigilancia, y hoy más que nunca, con el exceso de información que hay, esta red está sobreestimulada. Nuestro cerebro analiza todo: lo que sentimos, lo que podría pasar, lo que ha pasado... Y convierte esos estímulos en pensamientos.

—¿Y eso nos desborda?

—A veces sí. Porque, además, delegamos parte de nuestras decisiones en los demás o en las redes sociales. El marketing, los algoritmos, todo influye. Nuestro cerebro no da abasto, pero sigue intentando controlar toda esa información. Por eso es tan importante frenar, tomar conciencia, y recuperar el control de nuestra atención.

—¿Recibimos ahora muchos más estímulos e información?

—Sí. Nuestro cerebro es como una computadora que está recibiendo constantemente datos del entorno. Tiene la ardua tarea de analizarlos. Todos esos datos, que entran como estímulos sensoriales, los convierte en pensamientos.

—Y partimos ya de una base complicada...

—Sí, porque nuestro cerebro está diseñado para tener esa red de atención en hipervigilancia siempre activada. ¿Qué pasa? Que si encima le añadimos más leña al fuego, más estímulos externos, estamos activando aún más esa red.

—¿Cuál es el efecto real de esta sobrecarga? ¿Qué pasa objetivamente en nuestro cerebro?

—Estamos dejando parte de nuestra toma de decisiones en manos de otros: redes sociales, marketing... porque no tenemos tiempo de digerir todo. Eso nos lleva a un estado de ansiedad y estrés, incluso miedo en algunas personas. Entramos en una espiral de pensamientos rumiativos provocados por la sobreinformación.

—¿Podrías poner un ejemplo?

—Imagina un padre o una madre que tiene la sensación de no haberlo hecho bien con su hijo. Entra en Internet y se encuentra con un aluvión de contenidos sobre crianza respetuosa. El algoritmo se lo lanza aún más. Esa persona termina saturada, colapsada, con más ruido mental. Y, encima, todos esos contenidos le recuerdan que, según eso, no lo hace bien..

—¿El cerebro puede ser nuestro peor enemigo?

—Absolutamente. Por eso es tan importante conocer cómo funciona. Cuando aparece esa vocecita crítica, debemos decir: «No, no lo estoy haciendo tan mal. Es que mi cerebro tiende a lo negativo». De hecho, lo negativo lo percibe con un ratio 2,5 veces mayor que lo positivo.

—¿Entonces tenemos que entrenar para combatir esa tendencia?

—Eso es. Y con más razón en los tiempos actuales, con tantísima información, opiniones y mensajes sobre cómo debemos vivir, criar, trabajar... Nos puede colapsar.

— Particularmente, cuando dudo entre varias decisiones, al final me decanto por la primera.

—Bueno, yo no seré quien te diga que estás equivocado. Pero sí que es verdad que la primera que nos va a venir será la repentina y la que tiene mayor carga emocional.

—Todo esto tiene un impacto físico también. Has hablado mucho de la inflamación. ¿Qué está ocurriendo?

—La inflamación es un proceso natural, necesario para reparar el cuerpo. Si te caes y te haces una herida, esa zona se inflama porque se está reparando. Pero el problema es la inflamación mantenida en el tiempo, la que no se ve y llamo «inflamación silenciosa».

—¿Qué la provoca?

— El estrés. El cuerpo lo interpreta como si fuera un virus o bacteria. El sistema inflamatorio se activa como si tuviera que defenderse. Pero si el estrés es crónico, esa inflamación se mantiene. Y muchas veces ni somos conscientes.

—Eso que describes suena a un día cualquiera para muchos...

—Exacto. Lo hemos normalizado. Pero no deberíamos. Hay muchísima evidencia científica que relaciona las enfermedades actuales con el estrés y la inflamación.

—¿Y qué hacemos cuando detectamos que algo no va bien?

— Lo primero es salir del piloto automático. Si vivimos todo el tiempo así, perdemos conciencia de lo que nos pasa. Necesitamos entrenar nuestra atención.

—¿Cómo se entrena esa atención?

—Con pequeñas pausas diarias. Yo lo practico desde hace años. Meditación, contemplación, oración... como prefieras llamarlo. Con cinco minutos al día basta para resetear el cerebro.

—¿Eso realmente cambia algo en el cerebro?

—Sí, hay evidencia. Técnicas como la resonancia magnética funcional permiten ver los cambios cerebrales. Al parar y dedicarnos esos minutos, reducimos la rumiación mental. Nuestro cerebro necesita esos momentos y equilibrarse.

—¿Qué demuestra esta técnica de las pequeñas dosis bien planificadas a la que te referías antes?

—Demuestra que cuando nos sometemos a esas pequeñas dosis bien planificadas se activan áreas de la corteza prefrontal, que es la región del cerebro donde habitan la atención y la toma de decisiones, entre otras funciones. La toma de decisiones, de hecho, forma parte de un grupo de habilidades llamadas funciones ejecutivas. No he querido mencionarlas antes porque eso requeriría otra entrevista para explicarlo en profundidad.

—¿Y qué implicaciones tiene eso en el funcionamiento diario?

—Estas funciones ejecutivas permiten que pensemos con claridad, que tengamos foco mental y que dirijamos la atención hacia nosotros mismos, algo que también hay que entrenar. Al activarse estas regiones, otras se desactivan. Si además incorporamos la respiración, y más concretamente la respiración nasal, el efecto es aún mayor.

—¿Puedes poner un ejemplo de cómo aplicarlo?

—Sí, por ejemplo un niño que sufre pánico o ansiedad antes de un examen. Si le enseñamos a respirar nasalmente antes de la prueba, esa técnica combinada con la de los colores demuestra que se desactiva una de las regiones cerebrales responsables de la excitabilidad, y en cambio se activa la corteza prefrontal. Y esto no solo es válido para niños, sino también para adultos.

—Entonces, ¿la neurociencia lo respalda?

—Totalmente. Y si tú, que eres especialista en educación, piensas en cómo este mundo actual de pantallas, redes sociales e hiperconexión está afectando, te das cuenta de que hay una deriva peligrosa. Hay una sobreabundancia de información y una hiperconectividad constante.

—¿Cómo afecta esa hiperconectividad al cerebro de un niño y al de un adulto?

—Afecta de la misma forma. La diferencia es que el cerebro del niño aún se está desarrollando hasta los 21 años. Pero el efecto es el mismo: se liberan sustancias como la dopamina, igual que ocurre con el alcohol, sustancias estupefacientes o los juegos compulsivos. La dopamina en exceso genera dependencia. Si no hay autocontrol ni intervención familiar se puede generar un comportamiento compulsivo, incluso agresivo si se les priva del acceso a esa fuente de estimulación.

«La atención se entrena con pausas diarias: meditación, oración... Llámalo como quieras; cinco minutos bastan para resetear el cerebro»

Autocontrol

—¿Y qué consecuencias puede tener esto a largo plazo?

—No lo sabemos todavía. Es demasiado reciente. No conocemos el impacto real que tendrá en los adolescentes actuales, pero estoy convencida de que hablamos mucho de la adicción de los adolescentes, y poco de la de los padres, que también están permanentemente conectados.

—Entonces, ¿qué podemos hacer?

—Tenemos que reeducar a las familias. Muchas de estas generaciones no tienen referencias de cómo era vivir sin estar conectados. Nosotros sí las tenemos. Yo recuerdo esperar en una marquesina mirando a los pájaros. Hoy es casi imposible ver a alguien que no esté mirando el móvil. Pero fíjate en lo que pasó con el apagón de la otra semana... Fue un parón obligado. Nadie se quejó. Se dejaron los móviles, se abandonaron las pantallas y nos dedicamos a otras cosas. Algunos lo agradecieron profundamente, se sintieron liberados. Otros, sin embargo, vivieron ese parón con estrés y pánico, por su dependencia.

—¿Y qué explica esa diferencia de reacción?

—El autocontrol. No depende solo de generaciones. Si una persona, niño o adulto, tiene autocontrol, sabe que eso va a pasar y lo asume con calma. Porque al final todo se resuelve. No duró ni 24 horas.

—Y hablando del paso del tiempo... ¿qué relación hay entre cerebro y longevidad?

—Nuestro cerebro está diseñado para ser usado. Si entrenamos la atención, le damos vitalidad cognitiva. Eso mantiene activas sus conexiones. Pero si dejamos de usarlo, si no estimulamos ni el cuerpo ni la mente, empezamos a deteriorarlo.

—¿Y la curiosidad?

—Es clave. La curiosidad no es una función cerebral en sí, sino una combinación de varias. Cuando tienes curiosidad, prestas atención, ejercitas la memoria, amplías vocabulario. Todo eso es vitalidad cognitiva. La curiosidad mantiene el cerebro joven.

—Entonces, el mayor enemigo del cerebro es el sedentarismo.

—Exacto. Y la hiperconectividad también. Si no usamos el cerebro, lo perdemos. Hay que añadir ejercicio físico a la receta para la longevidad. Y la alimentación, que también influye enormemente en el estado del cerebro.

—¿Y las relaciones sociales? ¿Qué papel juegan?

—Son fundamentales. Nuestro cerebro es sociable por naturaleza. Tiene regiones y tipos de neuronas que buscan imitar, validar comportamientos de los demás. Necesita contacto humano. Un abrazo, una conversación, todo eso genera sustancias que nos hacen bien.

—¿Incluso cuando tenemos un problema?

—Claro. Aunque el problema tenga un origen muy personal, al contarlo en voz alta lo vemos más pequeño. El lenguaje moldea el cerebro. Compartir, comunicar, hace que todo se relativice.

—Pues nos quedamos con esa idea final: compartir.

—Sí, compartir ayuda a ver que los problemas no son tan graves como creíamos. Porque nuestro diálogo interno tiende a enfocarse en lo negativo. Hablarlo lo aligera.

—¿Cómo ve el futuro del cerebro?

—Creo que es fundamental la educación y la divulgación. El cerebro sigue siendo el mismo, pero el entorno cambia. Necesitamos más educación para poder adaptarnos mejor. La neurociencia aún tiene mucho camino por recorrer.

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