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Mi hermana y yo, en el umbral de nuestra segunda residencia.
Diario de verano

El cámping antes de Decathlon

La posesión más preciada de mi padre era una caravana: con ella y un sufrido Renault 21 recorrimos España. Durante dos o tres semanas, lo que durara la paga extra, éramos libres

Nuria Triguero

Málaga

Domingo, 28 de julio 2024, 00:11

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Yo no no hice la mili, pero me fui de cámping con mi familia todos los veranos de mi infancia. Durante dos o tres semanas ... éramos nómadas; dependía de lo que cundiera la paga extra. La posesión más preciada de mi padre era una caravana: una preciosa Bürstner –siempre decía: «Los alemanes hacen las cosas bien»- que cuarenta años después todavía se conserva con dignidad. Con ella nos recorrimos España verano a verano: Galicia, los Pirineos, la Costa Brava, Alicante, Asturias, Cantabria... Para él, el cámping era una religión que cuadraba a la perfección con su espíritu austero y su pasión por viajar. Su argumento era que era más barato y podíamos estar más tiempo de vacaciones, pero sospecho que no se trataba de eso. Se ponía su uniforme de campista –gorrilla, camiseta del Pryca y zapatillas de lona azul con suela de goma– y le cambiaban la cara y el carácter: el adicto al trabajo desaparecía y emergía el 'homo vacacionensis', cuyas máximas preocupaciones eran leer el periódico, preparar la barbacoa y ganarnos al parchís.

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