El suicidio es la primera causa de muerte no natural pero carece de un plan nacional de prevención
Con el efecto del Covid aún por evaluar en la estadística, los expertos alertan de que la pandemia ha disparado los factores de riesgo
Por cada persona que se suicida, al menos otras 20 lo intentan y seis personas de su entorno más cercano se convierten en supervivientes. Cada ... siete minutos y medio se registra una urgencia sanitaria por conducta suicida. Desde 2008, es la primera causa de muerte no natural en España. En 2019, por primera vez desde que hay registros, los suicidios superaron como causa de muerte a los tumores y a los accidentes de tráfico en la franja de edad de 15 a 29 años.
Son algunos de los datos que dan forma y fondo a lo que los especialistas llaman el 'iceberg' del suicidio, una realidad atroz que sólo deja ver la cúspide pero que mantiene oculta la verdadera dimensión de un problema de primer orden que, sin embargo, carece de una estrategia coordinada de acción y prevención.
Hoy, Día Mundial para la Prevención del Suicidio, especialistas y familias supervivientes siguen recordando que España aún no ha sido capaz de poner en marcha un Plan Nacional para estrechar los márgenes de ese enorme iceberg. El diagnóstico lo pone sobre la mesa Miguel Guerrero, psicólogo clínico y coordinador de la Unidad de Prevención e Intervención Intensiva en Conducta Suicida (UPII Cicerón), que suma la labor que se realiza desde el Hospital Clínico y el Costa del Sol de Marbella y que es la única en su género en Andalucía: «Tenemos claro que es un problema que empieza a estar en la agenda pública, pero nos falta la acción; y es algo que no se puede demorar más», reflexiona el especialista al tirar de calendario y recordar que para fijar el intento más cercano de consenso entre las fuerzas políticas hay que remontarse al año 2012, cuando el Congreso de los Diputados aprobó (con 319 votos a favor y 1 abstención) una Proposición no de Ley a instancias de UPyD relativa a la «promoción dentro de la estrategia de salud mental de acciones para una redefinición de los objetivos y acciones de prevención del suicidio».
Casi diez años después, no ha habido avances; salvo por programas que cada comunidad autónoma o provincia establece de manera específica e independiente, es decir, sin coordinar. Ni siquiera ése es el caso de Andalucía, que incorporó a su Plan Integral de Salud mental (PISMA) una línea estratégica de prevención pero sin dotación económica. Y en Málaga, existe una mesa de trabajo impulsada por el Ayuntamiento que en la actualidad no se reúne.
En los últimos meses han aumentado los suicidios de miembros de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, sanitarios y jóvenes
Ese matiz de peso que el especialista aprecia entre el «estar preocupado pero no ocuparse» puede hacer –dice sin anestesia– «que en un plazo corto de tiempo nos llevemos las manos a la cabeza». Guerrero no fija plazos, «pero será mucho antes de cinco años». A este complejo escenario se suma, además, el impacto real que puede tener la crisis del Covid en la estadística de suicidios, un dato aún por calibrar en la esfera oficial pero que en la oficiosa se adivina que será al alza: «No sabemos aún en qué cifras se traducirá; lo que sí está claro es que la gente que viene lo hace mucho más castigada y que los factores de riesgo están disparados», añade el especialista. Hasta que se confirmen la estadísticas, organizaciones de referencia como el Teléfono de la Esperanza avanzan que de las 125 llamadas sobre suicidio que se registraron el 2019 se ha pasado a las 339 en lo que llevamos de 2021.
Esa tendencia al alza también la confirma Yolanda Verdugo, presidenta y fundadora de la asociación Alhelí, un colectivo pionero en la gestión de duelo que desde Málaga atiende a pacientes de toda España. Hace años que tuvieron que abrir un programa específico para los familiares que han de sobrevivir al suicidio de uno de los suyos. «Entre 2017 y 2018 hubo una auténtica explosión de casos, y la tendencia sigue al alza», confirma Verdugo, cuyo programa atiende, sobre todo, a padres que han perdido a sus hijos. La responsable de Alhelí también aguarda la estadística oficial que confirme ese vínculo entre la pandemia y los suicidios, pero por su experiencia es capaz de dar un avance por perfiles: «En los últimos meses han aumentado de manera significativa los suicidios de miembros de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, sanitarios y personas jóvenes».
A sus terapias llegan los familiares directos de las personas que han consumado el suicidio –en la actualidad, atiende a unas 40– y que se enfrentan a duelos desgarradores y de por vida. Si desde su unidad de intervención, Miguel Guerrero se queja de la falta de apoyo institucional, presupuestario e incluso social a políticas preventivas, Verdugo suma a ese primer abismo todo lo que viene después de un suicidio consumado. Es un doble estigma. «Si la muerte ya es, en sí, un tabú; imagina cuando hablamos de un suicidio (...). Los supervivientes, además, llegan con un peso de culpa que no se soporta y que avergüenza; a veces no pueden ni verbalizar la palabra 'suicidio'», lamenta Verdugo, convencida de la necesidad de impulsar «muchas más campañas de concienciación, porque de lo que no se habla, no existe». Y del suicidio, a diferencia de otras lacras donde se han conseguido avances importantes –caso de la violencia de género–, «no se habla».
Un suicidio cada 14 horas
Las cifras, sin embargo, invitan a redibujar la estrategia en sentido contrario. Según el INE, que actualiza los datos de suicidio cada dos años, 3.671 personas terminaron con su vida en el año 2019, un 3,7% más que en el año anterior; y en un avance posterior sobre los primeros meses de 2020 (de enero a mayo) se confirmaban 1.343 fallecimientos por esta causa, un 8,8% menos que en el mismo periodo del año anterior. En Andalucía, en 2019, se suicidaron 640 personas, a razón de una cada 14 horas. Por sexos, tres de cada cuatro víctimas son hombres y el tramo crítico de edad está entre los 30 y los 39 años.
Hasta ahí, el vértice del iceberg. De cómo abordar de manera eficaz todo lo que subyace por debajo de la estadística habla la psicóloga especializada en duelos y emergencias Araceli Ortega, que va más allá de la responsabilidad de las administraciones y reclama un compromiso social, y casi individual, con respecto a la prevención de los suicidios. «Las personas no se involucran más porque piensan que eso no les va a pasar a ellos, pero nadie está libre de que en su entorno haya un caso», reflexiona la especialista cuando dibuja la imagen del entorno cercano como «agente de prevención». Para lograrlo, Ortega recomienda estar atentos a las señales: «Siempre las hay. O bien hablan, o escriben, o tienen cambios en el comportamiento y en las rutinas. También se pueden dar las llamadas 'conductas de cierre' cuando de repente empiezan a regalar sus objetos o mascotas; o una transformación repentina hacia la calma y la tranquilidad que suele venir cuando la decisión está tomada y saben que lo van a hacer».
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