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La Palma-Palmilla, territorio Vox
Una de cada cinco papeletas han ido para el partido de Santiago Abascal y los vecinos ven la causa de este ascenso en la alta tasa de inmigración que tiene el barrio
Hay realidades contrastables sobre la Palma-Palmilla y sentidas verdades. Es un hecho que en el epicentro del distrito existe una población muy por encima ... de la media que vive de los subsidios. La ayuda social de los 400 euros es aquí lo que la gasolina al motor de combustión. Una percepción sentida de los vecinos es que su barrio está peor tratado que otros, y que en los últimos años se ha convertido en el principal foco de la inmigración marroquí y subsahariana que ha desembarcado en Málaga.
La suma de ambos factores puede servir para explicar el comportamiento electoral de una barriada que acaba de convertirse en el gran baluarte de Vox. Uno de cada cinco censados aquí han votado a Santiago Abascal. Un 20,94%. En valores porcentuales, el de mayor apoyo de entre los once distritos de la ciudad. El discurso sobre la inmigración de Vox ha calado en un barrio en el que la subsistencia es la norma y no la excepción. «El minarete lo van a hacer ya mismo aquí», asegura Juan Recio y sintetiza un pensamiento que se ha extendido en un lugar en el que la renta familiar media no supera los 10.001 euros al año.
Es la una del mediodía. Hace frío y el día amenaza con lluvia. La rotonda que da entrada a la Palma-Palmilla tiene en el centro un asta y de él cuelga una bandera que fusiona las diferentes nacionalidades que conviven en un radio de 25,37 kilómetros cuadrados. España, Marruecos, Senegal, Nigeria y unos cuantos países más. «Feliz Navidad», rezan ya las guirnaldas de un decorado navideño que se intuye austero. Las calles están llenas de bolsas de plástico y hay gente rebuscando en los contenedores. En una esquina hay un grupo de cuatro personas que está jugando a los dados. Al preguntarles por los resultados de las elecciones, el líder de ellos hace una ligera mueca. «No participamos en estas encuestas». Luego invita con su mirada a no insistir y exige silencio. No hay mucho que recuerde a la llamada fiesta de la democracia, salvo dos carteles electorales que muestran a Pedro Sánchez y su 'Ahora Gobierno, ahora España'. Aquí, su sonrisa y el 'photoshop' hacen aún más contraste.
Juan Recio tiene 35 años y tiene el pelo blanco. De constitución es delgado e inclina la mirada cuando le pide a su madre que no le interrumpa. Su madre es una persona mayor y está sentada en una esquina de la papelería que él regenta. Más de una década lleva ya en el bajo de un edificio que no es apto para claustrofóbicos. Libretas, chucherías y fotocopias. El surtido básico. A Juan no le extraña nada el empuje de Vox en el barrio. «Por aquí pasan muchos clientes al día y me han dicho que iban a votar a Vox». No es su caso, especifica enseguida, aunque prefiere no revelar su voto y deja lugar a la duda.
Preguntado por las posibles causas, no se anda con rodeos: «Lo que yo veo aquí es mucho marroquí. En los últimos años han venido cada vez más. Esto ya parece la Marcha Verde». «Los moros», como dice Juan, molestan más que «los negros». «Son verdaderos especialistas en conseguir las ayudas. Saben perfectamente que papeles tienen que presentar y los que no», asegura y deja claro que nadie va a romperse la cabeza por ofrecer alguna explicación que se pueda encontrar en un manual de antropología.
En la Palma-Palmilla la inmigración es palpable y se aspira como la nicotina. En una esquina hay una tienda de alimentación 'halal' y en la otra también. Las mujeres llevan velo y no es por abrigarse del frío. Si Abascal advierte de una posible islamización y da un listado de personas con nombres árabes que sólo han venido a España para pelear una ayuda, es entendible que en la Palma-Palmilla se produzca la sinápsis entre la neurona.
Así también lo ve Francisco Orellano. Tiene 39 años, es vecino de la Palma-Palmilla y este domingo ha votado a Vox. Según dice, es armador y sale pescar cuando puede para ganarse el jornal. Es de los pocos que habla como un libro abierto. Hay otros muchos que aseguran haber votado lo mismo que Franciso, pero cuando se amaga con el objetivo de la cámara se acuerdan de que les está esperando la mujer. «Yo quiero que haya una inmigración controlada, que es justo lo que dice Abascal. Por eso le voté. Mi familia es toda del PSOE y ha votado a Sánchez, pero yo vi el debate y fue quien más me convenció».
De Abascal agradece sobre todo que «se le entiende cuando habla». Además, espera que «acabe con la corrupción política». Francisco no entiende de techos de cristal y la única guerra de clases que él conoce es la que se produce cada cierto tiempo entre los clanes que mueven la droga. Con tanta inmigración que «viven de las ayudas», señala, los de aquí dejaron de importar. Cataluña y la unidad de España no acaparan su interés. «Eso es algo que nos queda muy lejos», niega con la cabeza.
«Esto ya parece la Marcha Verde»
«El discurso de la patria y la unidad de España aquí importa tres pitos»
Francisco García Vigo es el presidente de la asociación de vecinos Integración Social y Laboral Palma-Palmilla. La fuerte irrupción de Vox no es algo que le extrañe. Lleva años recorriendo todos los días las calles del barrio y buscando el contacto directo con sus vecinos. Sabe cómo piensan y por dónde cojea cada uno. «¿De qué viven aquí? De las ayudas sociales. Entonces, si a ti te llega uno que dice que va a echar a los moros y así vas a tener más ayudas, pues claro que votan a Vox».
Insiste en que el único elemento catalizador es el discurso antiinmigración. «Yo vivo en el barrio y sé la actitud de la gente. Cuando van a pedir ayudas y ven a un marroquí en la cola, ya se están quejando», añade y lamenta al mismo tiempo «la ignorancia de la gente que vota a favor de un programa electoral que en teoría les perjudica». Preguntado por la importancia que puede tener la apelación a la unidad territorial, Francisco también se muestra tajante: «El discurso de la patria y la unidad, aquí importa tres pitos».
El rostro del inmigrante
El rostro de la inmigración lo representa Sana Juman. Tiene 29 años y el día se lo pasa amoldando hamburguesas (cerdo, jamás) y preparando las encomiendas que les hacen sus clientes en la carnicería de su marido. A España llegó hace unos once años en busca de una vida mejor. «La verdad es que yo no conozco a nadie de Vox, pero me preocupa que haya más racismo». Aunque tampoco siente miedo. Cada uno es el responsable de sus hechos: «Si yo procuro dar una imagen buena de mí, nadie me puede decir nada».
En la tienda de Sana entra Ana Jiménez. 50 años. Etnia gitana. No quiere posar por la cámara porque hoy no se ve lo suficientemente guapa. Ante el resultado de Vox, tira una mueca de sorpresa y asegura que no lo puede entender. Ella vive de una ayuda de 400 euros, como tantos otros en el barrio y lo tiene claro. «Yo siempre voto al PSOE, que es el que da las ayudas», espeta su preferencia con el temor de que un día venga alguien que las quite de verdad.
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