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Cuando Antonio Palacios diseñó en 1927 el edificio situado en la esquina entre las calles Alcazabilla y Cister, ya era conocido como uno de los arquitectos que le había insuflado a Madrid su impronta metropolitana: en su historial constaban creaciones relevantes como el Palacio de Comunicaciones de Cibeles, el Banco del Río de la Plata o el Círculo de Bellas Artes, además de las primeras estaciones de metro.
Sin embargo, en Málaga −ciudad de la que era originaria su esposa Adela− prescindió del pétreo monumentalismo que caracterizaba su producción para amoldarse al espíritu del lugar, sensibilidad que también mostró en los proyectos realizados en su Galicia natal. En el de la plaza de la Aduana, la composición volumétrica, el revestimiento cálido, las ventanas geminadas y las cenefas de ladrillo parecen ser guiños tanto a la fortaleza islámica a la que queda confrontado como al cercano mar Mediterráneo.
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