El general hiperactivo
No le pesan los años de servicio, los cuatro últimos al mando del Seprona, pero a Vicente Pérez la jubilación le rompe 45 años del 'hobby' que le ha situado entre los siete generales de división de la Guardia Civil. Su padre era un número gallego destinado en Casares, el sitio de sus raíces. Defiende una mili racional para que los nuevos españoles convivan y se conozcan.
A aquel tío, cuando los tenía cerca a él y a su hijo, le gustaba decir que eran Caín y Abel. «No le tengo que ... precisar quién era cada uno», se autorretrata díscolo frente a su primo -«el hermano que no tuve»-, que estuvo en el seminario hasta el COU. Él, apenas tres meses. Los maestros se lo habían imaginado con sotana y enviaron al niño a prepararse, pero «no dejaba estudiar a los demás, no callaba, era demasiado travieso». El primer examen a sus aptitudes por encima de la media para volar al mundo desde Casares fue sobre todo un diagnóstico certero de hiperactividad. Vicente Pérez le aplicaría estudio y disciplina porque es de los que nunca paran, incluso cuando deja de trotar sus ocho kilómetros diarios por el paseo marítimo de Rincón. También es de los «enamorados» de su profesión, en la que siempre apuntó alto hasta colmar de orgullo a su padre, un aldeano de Orense destinado en los años 40 como guardia raso cerca de Casares, donde se casó. «Todo se lo debo a ellos, a su sacrificio», apunta también a una vocación temprana forjada de cuartel en cuartel. La entrenó siempre como jefe en los cometidos más diversos: depurar y formar una nueva policía en Guatemala en los 90, perseguir al crimen organizado -montó el primer grupo especializado en la Costa del Sol- o tejer, al frente del Seprona, una operación desde la Audiencia Nacional contra un armador gallego dedicado a la pesca prohibida de la merluza negra en el Ártico. Barco balizado, largos seguimientos y el trabajo de la jueza Lamela, «una guerrera nata», se fueron a pique. Un voto particular en el Supremo y la flotilla de abogados enrocados al principio de territorialidad arruinaron el empeño de la 'operación Yuyu' en mares de nadie. «¿Y si hubiera sido un secuestro o un atentado?», se pregunta más allá de los reveses del oficio. Pérez deja en el Seprona -1.800 agentes- una unidad de Inteligencia Ambiental que acentúa toda una anomalía policial en Europa. «Son unos 25 agentes, guardias universitarios relacionados con el medio ambiente, y por supuesto, con idiomas», explica su aportación a un terreno, el de la delincuencia ambiental, en el que lamenta escaso reproche social aunque sea la cuarta gran delincuencia del mundo en mover dinero a partir del tráfico de residuos. «Hay un principio que he aplicado toda mi vida y es el de la hipótesis más probable y el de la más peligrosa. La primera requiere montar la maniobra, pero ante la segunda, necesitas un plan para la seguridad y evitar daños mayores. Eso lo he aplicado siempre a mi vida, y nunca olvido el peor escenario», explica este diplomado en Criminología, una de sus muchas armas como investigador policial, experto también en delincuencia económica y cooperación internacional. «En la Guardia Civil se nos enseña sobre todo a gestionar personas», resume un entrenamiento que empezó en Yunquera y el arma que mejor maneja este profesor de tiro. El uniforme no hace al investigador, pero le tocó formar y dirigir en Andalucía a la policía judicial en los cuarteles. En su curriculum, con doble salto a Guatemala para formar policías, no faltó el País Vasco y el inevitable cupo de dolor. «A los 20 días de capitán en Durango, me mataron a mi ayudante. Escuché en la calle disparos. Creí que era un ajuste de cuentas y es que aún no estaba mentalizado a lo que me esperaba allí», recuerda cómo salió disparado del cuartel pistola en mano para encontrarse a Pedro Ballesteros acribillado de siete disparos por los tres pistoleros del comando Araba. «A su mujer, Mari Carmen, una chica de allí, la apartaron para dispararle a él desde los dos lados del coche», vuelve a la escena de hace 30 años.
Academia
Ni desertor del arado ni estudiante fracasado, el veinteañero de Pérez escapaba del binomio rural de la época hacia el tricornio como trabajo seguro. Ha vuelto, dice, pero entre licenciados y aspirantes muy formados. Al general Pérez, tras el bachiller superior en Salesianos y Maristas se le resistió el primer asalto a la Academia General y, si hubiese sido un emprendedor de manual, habría que decir que se levantó con más fuerza. La paga del padre no daba para insistir en ese camino largo de opositor en Zaragoza. El atajo fue ingresar en la Academia como guardia tras una experiencia en el Ejército que no le gustó y terminar, con 26 años, como teniente profesor de la Academia de Úbeda, que dirigió luego cuatro años. En el primer centro de formación le sorprendió el 23F jugando al tenis con el capellán. «Se habría liado el rosario de la aurora», suscribe el peor pronóstico quien se define como una persona «ideológicamente gris porque los extremos nunca me han gustado y he visto cosas buenas aquí y buenas en un lado y en otro». Tiene claro que a la Guardia Civil «se la han intentado cargar muchas veces, también el propio Franco, pero si algo llevamos en los genes y, por eso se ha mantenido en sus 174 años, es porque estamos para cumplir las leyes, no para opinar», tira de ordenanzas. Hace tiempo que Pérez es un imán para las ofertas privadas, que rechaza también ahora cuando las dos estrellas son ganzúas imbatibles. Ha estado en la sala de máquinas de la seguridad del país y su curriculum lo cierra preocupado por el cambio climático, el terrorismo internacional y el peligro separatista. Para este último, aporta receta propia: «Una mili racional, de pocos meses, donde los españoles jóvenes de cualquier lugar pudieran convivir y conocerse mejor lejos de tópicos». «Me han quitado mi 'hobby'», se lamenta a los que le preguntan sobre cómo ve su jubilación. «Me han quitado mi ocio», resume su nuevo estado este agente insobornable de la jubilación activa, lector de psicología y novela policiaca, aficionado al baile, la cocina y líder de una reunión de amigos que desde hace 28 años sella su relación con Málaga. Aquí está también está su jerarquía sentimental desde que conoció a su mujer y madre de sus dos hijas siendo ayudante del coronel de la comandancia, su futuro suegro.
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