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Carlos Álvarez, el pasado miércoles, en Málaga Salvador Salas

Carlos Álvarez, la fuerza del destino vive en la garganta

Vidas con huella ·

Tres operaciones y tres retornos, una marca inédita de confianza de los grandes teatros en este barítono que nació hace 52 años en Gamarra, el niño del coro que quería ser médico y acabó en los escenarios. Ateo y de izquierda, vive la música como la gran terapia a contagiar. Mecenas fallido, no se rinde

Domingo, 3 de junio 2018, 00:34

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El porte aristocrático con el que se mueve Carlos Álvarez aunque no haya orquesta cerca es parte de una naturalidad amigable. Su corpulencia discreta en ... manos del sastre le pone el foco aun sin el trueno acolchado de la voz. La gusta hablar bajito y huye de las bullas. «Se confunde divismo con capricho y alguien así lo puede ser en cualquier circunstancia, algo que en mi trabajo imagínese..., así que ni divo ni mitómano. Además ¡cómo voy a ser mitómano ni supersticioso si soy ateo!», se rebela frene a cierto arquetipo alguien «observador, crítico y nada condescendiente conmigo mismo, pero sí con los demás». Tuvo visión y dejó el conservatorio en tercero –«no podía esperar tres o cuatro años»– para forjarse en los escenarios, «algo que la generación actual y las venideras seguramente no podrán. Yo no era una estrella cuando debuté y los cantantes de ahora si necesitan serlo», mira a aquel 1990 después de que el director de la Zarzuela, Emilio Sagi, decidiera proyectarlo. «Podré vivir de esto?, recuerda que le preguntaba a los veteranos del teatro Arriaga, en su debut fuera de Málaga. Allí conoció al que sigue siendo su representante Alfonso Leoz, «el poli malo» que negocia con los teatros. Desde entonces, sabe adonde va pero hasta los 23 la cosa era muy distinta. No tenía nada claro que aplicar talento y método a tanto capital físico le hiciera saltar desde el coro de la ópera de Málaga a los grandes teatros, incluso dejando atónito al gran Muti en 1993 cuando le pidió esperar unos años hasta sentirse un buen 'Rigoletto'. «Sólo me propuse algo, mi deseo no realizado, que era hacer Medicina. El resto fue estar preparado para verlas venir», refiere una carrera sin propósito inicial pero con un argumentario que recicla el hedonismo personal a casi servicio público:«¿Para qué sirve ser cantante?. Sirve para modificar el estado de ánimo de los demás. La música es fundamental en el desarrollo mental y crea estructuras para tener una mente analítica. También es disfrutar de algo que crea una efusividad sentimental, una euforia. La gente que no la experimenta no sabe lo que se pierde», defiende este fracasado mecenas y cantante lírico omnívoro una misión que trató de impulsar en 2005 a través de una fundación en Málaga, «ahogada porque había gente en la política que pensó que el muñeco no les gustaba y decidieron destruirlo desde dentro y en ese combate cayó la gerente propuesta por mí». La batalla por el auditorio también le tiene en el bando de los que apremian para que la música de base ahora en ebullición tenga recorrido. «Si la música no se programa no se conocerá y no se podrá percibir su bondad. Debemos tener las mejores condiciones – un teatro y un auditorio–, pero soy muy escéptico. No se trabaja con visión de futuro ni tampoco en producciones conjuntas de ópera en Andalucía», extiende el lamento por «los reinos de taifas y los golum que sólo piensan en su anillo». «Nuestro trabajo tiene como misión mejorar a la sociedad que nos permite estar donde estamos y devolver esa ayuda y estaré ahí siempre», insiste en una disponibilidad para la formación que acaba de ofrecer a la UMA.

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