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Miguel Ángel de Frutos, en su casa Ñito Salas
Una contrarreloj de 25 años entre vida y muerte

Una contrarreloj de 25 años entre vida y muerte

Vidas con huella ·

Cuando empezó de coordinador de trasplantes en Málaga, la mitad de las familias se oponían a donar. Tres décadas después, apenas diez de cada cien se niegan, un giro improbable si al estrés sin horas de 25 años Miguel Ángel de Frutos y su equipo no hubieran sabido trabajar el altruismo en medio del dolor. Cree que la regeneración celular dejará atrás la era de los trasplantes.

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Domingo, 29 de julio 2018, 01:00

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Alguna vez reconoce que ha tenido que entrar al quirófano y cortar por lo sano la tensión extrema sobre todo en trasplantes de más de un órgano. «Alguna vez hubo más que palabras», zanja sobre esos momentos críticos donde todos tratan de dar lo mejor. También se ha visto obligado a señalarle la puerta de su despacho a quien le insinuó la venta de un órgano. Las dos situaciones son anécdotas en la regularidad estresante de 25 años como coordinador de trasplantes en Málaga, Almería, Ceuta y Melilla. «En casa cuando me critican me dicen que no me veían», justicia también la ausencia de vocación médica en sus tres hijos.

Hace dos años se jubiló y entregó el testigo a su «sombra», Domingo Daga, un relevo muy entrenado. De Frutos conocía Málaga y eligió la plaza de nefrólogo. Rafael Matesanz, su compañero en la fundación Jiménez Díaz y el primer presidente de la Organización Nacional de Trasplantes, le animó a la que sería su destino laboral. Su día a día ha situado a Málaga como referencia nacional en riñón y páncreas.

Desde aquel primer trasplante de riñón del doctor José Luis Gutiérrez junto a un médico británico en enero de 1979 a los 170 trasplantes del último año, «el avance ha sido espectacular», se remonta al ensayo de un sistema que él empezó a consolidar con unos primeros traslados de órganos gracias al helicóptero de Salvamento Marítimo, hoy sustituyen los jets alquilados. «Todo ha mejorado, menos las cuatro horas durante tres días por semana de la diálisis, y es que no se puede ir más deprisa que el riñón», hace el trazo grueso y mira a ese millar de enfermos renales no todos necesariamente a la espera de trasplante. «Málaga está muy bien, pero necesitamos más camas, más aulas, más despachos, ese nuevo hospital. Los nefrólogos en el pabellón A de Carlos Haya tenemos a los urólogos a cuatro kilómetros, eso es una realidad disfuncional en la que pierde el paciente. Es un mundo que un urólogo se desplace a ver a algún trasplantado quizás con alguna pequeña complicación o incluso ha habido algún órgano que ha tenido que salir fuera porque no había espacio físico en el hospital para la operación. No se desaprovecha, ni mucho menos, porque irá a otras persona pero a los profesionales nos duelen nuestros pacientes en lista de espera. Los problemas más cercanos los vives más fuerte», extiende su denuncia.

«Los nefrólogos en el pabellón A de Carlos Haya tenemos a los urólogos en el Civil, a cuatro kilómetros»

Cuando empezó de coordinador se hacían una veintena de trasplantes. «Creíamos en lo que hacíamos aunque cuando empecé había un 45 por ciento de negativas familiares a donar, casi la mitad, y eso que hace años estábamos ante lo que llamamos donantes ideales, personas entre 20 y 40 años muchas fallecidas en accidentes de tráfico», repasa un escenario cambiante que el futuro puede alterar radicalmente. «Soy un convencido del gran potencial de la regeneración celular y la edición genética como alternativas a los trasplantes de órganos enfermos», sostiene este entusiasta de la ciencia ganado para la medicina en sus juegos infantiles en el laboratorio de un tío médico, en Madrid.

La labor con las familias de posibles donantes es hoy más crucial que nunca. La reducción de las muertes en carretera obliga a redoblar esa parte no clínica que le ha ocupado especialmente. La gestión de emociones y sentimientos la comparte en manuales que son un vademecum pasado por la experiencia de ser el primero en dar la cara en medio del dolor ante un posible donante. «Empezamos a trabajar con la Facultad de Psicología y hemos avanzando como referentes en técnicas para entrevistas, en estrategias de concienciación, de cómo hablar con normalidad, y eso no se consigue de un año para otro», asegura. La realidad de la donación altruista en España no la inmuniza contra la mercantilización, admite sin querer opinar del 'caso Abidal'. «Si la sociedad empezara a percibir que hay posibilidad de transacción económica o falta de transparencia en las listas de espera la gente dejaría de donar», apunta la vulnerabilidad del sistema.

«Hay personas que vienen de un ambiente donde la venta de órganos no está permitida, pero sí tolerada», lamenta esa moneda corriente que alguna vez ha llegado a su puerta. «He dado cursos en algunos países latinoamericanos y aunque la ley prohibe la contraprestación, la medicina privada es allí la que hace los trasplantes, y en la pública, más modesta, están los donantes», refleja el contraste con España, que castiga el tráfico de órganos con hasta diez años de cárcel. «Nos va la vida en ello», subraya la necesidad de fortalecer la donación expresa, aunque España permita, si no hay negativa del donante, llevarla a cabo. «Hemos recibido presiones para que la ley se cumpliera a rajatabla, pero siempre nos hemos resistido», describe la forma de actuar de él y sus colegas.

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