Cien años y practicando taichí: «El truco está en dejarse llevar»
Desde los 87, la vecina del barrio de La Luz Sara Bullón incluye en su rutina diaria la actividad física, que complementa con oraciones y visitas a la iglesia
CRISTINA PINTO
Miércoles, 7 de septiembre 2022
La gran cristalera de la cafetería permitía ver la llegada de Sara Bullón, que como cada martes se dirigía muy dispuesta a su clase de ... taichí en la Asociación de Jubilados y Pensionistas La Raíz a eso de las nueve menos algo de la mañana. «Y si la vieras cómo pasa por ahí cada vez que va a misa... ¡Mírala, mírala! Si es que está estupenda», comentaba al verla llegar su compañera de clase Ani Martínez. Nervios, murmullo e inquietud entre las veinte personas que ya llevaban allí unos minutos preparándolo todo para la sorpresa. Y es que ayer, 6 de septiembre, era un día especial marcado en el calendario de todos los que aprecian a Sara Bullón Endrinal: su 100 cumpleaños. Ella se fue directa a la sala donde da la sesión de taichí con el monitor José Manuel Ruiz, pero no estaban ni él ni sus compañeras. Fue entonces cuando la llevaron a la sala de la cafetería y... «Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz», cantaban para recibirla.
Un ramo de flores –que le entregaba su mismo instructor, José Manuel– y muchos besos y abrazos mientras ella agradecía ruborizada. «Yo no me merezco tanto, ¡pero si no he hecho nada!», decía una y otra vez. Terminaban los saludos y la clase de taichí se cambiaba por un desayuno totalmente inesperado para Sara, que aún no podía creer lo que «le habían montado las amigas de la clase». «Yo traía unos bombones para celebrar, pero esto no me lo esperaba», confirmaba la centenaria mientras repartía las chocolatinas. Acompañándola estaban también dos de sus hijos, Antonio y Manolo, que comentaban que «apuntaba maneras», ya que la madre falleció «a los 96 años».
La fiesta sorpresa seguía y, aunque la clase de taichí se había cancelado para festejar el aniversario, Sara Bullón sorprendió haciendo algunas de las posturas y movimientos de este arte marcial mientras sus amigas le hacían un corro. «Es que eso no lo hago ni yo», decía una de las más jóvenes mientras la cumpleañera se tocaba los tobillos una y otra vez. Elasticidad que no llega por casualidad, ya que lleva practicando esta disciplina desde hace diez años y el deporte es una actividad más en su día a día desde que tenía 87. Todo fue porque en 2009, su cuerpo le dio un susto: «No podía mover brazos ni piernas, me quedé inválida en una silla de ruedas por un ataque de reumatismo. También superé un pequeño cáncer de mama; no me dieron quimio, con la radio me curaron bien», desvelaba a SUR Sara ya calmada desde uno de los sillones de la entrada de la asociación tras terminar la sorpresa.
Presumida y coqueta
Allí ya se había despedido de amigas como María Luisa, Belén, Manoli, Francisca o Rosaura; había soplado las velas y leído las dedicatorias que les habían firmado en una carta; había posado para las fotos con sus compañeras de taichí; recibido un mantón bordado de regalo e incluso hacía gestos de pedir un pintalabios. Cuando se sentaba en el sillón para empezar a contar su historia, aseguraba que si llega a saber que le van a dar esa sorpresa se «hubiera arreglado un poco más». ¿Que si es presumida Sara Bullón? Que le pregunten a sus hijos: «Ni te imaginas», confirmaban entre risas. «Mucho, mucho», contestaba ella también sonriente. Pero el brillo en los ojos de la felicidad y la emoción que estaba sintiendo esta cumpleañera centenaria le sentaba mejor que cualquier maquillaje. «Está guapísima», le piropeaba una de sus amigas que por allí pasaba. Y no se equivocaba, esta vecina del barrio de La Luz estaba radiante.
Cuando se le pregunta por «el truco» para llegar a los cien con esa vitalidad, ella responde siempre lo mismo: «Yo digo: 'Señor, aquí estoy, hágase su voluntad'. Y me dejo llevar, no puedo hacer otra cosa, Él lo hace todo. Si nosotros hacemos algo es porque Dios quiere que lo hagamos». Y es que es muy religiosa desde que era pequeña: «Desde siempre me ha gustado rezar e ir a misa. Soy muy creyente, pero no soy cofrade, la Semana Santa no me gusta. Yo he hecho muchas cosas por los demás, me gusta ayudar, colaboro con Cáritas, también con las misiones... Yo no tengo mucho, pero lo que puedo intento hacer el bien con el resto... También iba a visitar enfermos para apoyar a los enfermos, ahora después del coronavirus menos, pero sigo hablando por teléfono con ellos y se acuerdan de mí. Me gusta pensar en los demás», confesaba Sara algo emocionada.
Ella vive en la calle Torres Quevedo y tiene una rutina marcada. «Me levanto a las 7 o a las 9 , según si tengo clase de taichí o no. Luego desayuno mi leche con galletas o Cola-Cao y cereales y hago la oración y las lecturas. Y a misa voy por la mañana o por la tarde, según me de tiempo. Me gusta ver las novelas (ríe) y ahora mi familia me ha regalado por mi cumpleaños un sillón que me da hasta masajes. Y una gargantilla muy bonita. Tengo tres hijos que son increíbles», añadía Sara cuando desvelaba su día a día. Relaciona su vida activa en la actualidad con la que tenía de pequeña: «Mira, es que yo cuando era joven no me veas...», introducía incluso volviendo a acomodarse en el sillón para contarlo: «Mis padres se iban al campo con los cerdos y antes de amanecer ya salíamos para llevarlos a un sitio que estaba a unos dos o tres kilómetros. Pero eso no era todo, luego no te creas que llegábamos a casa, nos íbamos a coger cerezas y luego a regar, que para recoger el agua del pozo había que ir llevando cubos y transportándolos. Yo siempre he estado muy delgadilla», terminaba de contar su día a día de jovencita.
Malagueña desde el año 60
Ya lo decía su hijo Manolo: «Para ser lo que es ahora, ha tenido que ser lo que fue antes». Mucha vida recorrida e historias que contar desde aquel 6 de septiembre de 1922 que nació en el pequeño pueblecito Santibáñez de la Sierra, en Salamanca. Sus padres, Aurora Endrinal y Antonio Bullón, le dieron una infancia feliz. «Éramos cinco hermanos. Carmen, que era la mayor, ya falleció, si no tendría ahora 104 años. Después estaba Antonia, que también murió y mis dos hermanos que siguen vivos con 97 y 94 años, Fernando y Ángel», explicaba parte del árbol genealógico de una gran familia con mil anécdotas. «Mis padres eran primos segundos y había muchos lazos de unión entre algunos de los casados», desvelaba Sara Bullón.
Mientras, a su lado, su hijo Antonio iba enseñando con el móvil las fotografías de gran parte de esas generaciones que precedieron a Sara Bullón y, entre ellas, aparecía una imagen animada de su marido, Manuel Sánchez: «Mira, qué majo era... Casarme con él fue una de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida», confesaba mientras los ojos se le iban poniendo cada vez más brillosos.
Y es que hace ya años que él falleció: «En el 85 tuvo un accidente de tráfico y mira que era otro el que tenía que ir a trabajar, pero fue él y le pasó eso. Era muy bueno, amable y servicial... Lo sufrí mucho porque era una muerte inesperada». Fue por su marido Manuel por quien llegó a Málaga en el año 60: él vino a trabajar a Cortijo Blanco y se asentaron con sus tres hijos aquí, Mari Ángeles, Manolo y Antonio, que le han dado cinco nietos y cuatro bisnietos. Los primeros años estuvieron viviendo en esa misma finca y en el año 73 fue cuando llegaron al barrio de La Luz.
Por ahora lleva 62 años de su vida por la Costa del Sol y ella ya está hecha a la rutina aquí, en su entorno con el deporte, las oraciones y visitas a iglesias para ayudar a los demás. Solo queda decir, como se desea en estos casos: que Sara Bullón cumpla muchos más así de estupenda. Y haciendo taichí.
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