Christophe Pouplard: El ceramista francés que decidió ser coherente con sus valores
En 2014 decidió dejar el centro histórico de la ciudad que vio nacer a Picasso para vincularse aún más a la vida en el campo
Arte y naturaleza son las dos pasiones inseparables que han acompañado a Christophe Pouplard en su biografía. Por eso, quizás vivir en el campo era ... un destino inexorable para él. En el año 2014 este ceramista francés, enamorado de Málaga y de su gente, decidió dejar el centro histórico de la ciudad que vio nacer a Picasso para vincularse aún más a la vida en el campo.
En distancia física, no es que se fuera muy lejos. Ahora vive a poco más de veinte minutos de la calle Calderón de la Barca donde tuvo su residencia hasta 2014. Ni siquiera ha cambiado de término municipal, ya que su casa está junto a la vetusta, sinuosa y olvidada carretera MA-3101, la que todavía une a Málaga con Casabermeja y que antaño ostentó el título de 'camino real'. Christophe un buen día se dio cuenta de que, a pesar de vivir en una ciudad tan cosmopolita y acogedora como Málaga, no había hecho nuevos amigos ni aumentado sus contactos. A ello añade que había algo dentro de él que necesitaba vivir «más en coherencia con sus valores» de ecologismo activo.
Este francés, nacido hace cincuenta y dos años en la villa francesas de Angers, cerca de Nantes, se había visto tentado ya en el año 2008 por una casa con más de dos hectáreas de terrenos en pendiente con vistas al valle del Guadalmedina. Pero el precio le resultó tan exagerado como inalcanzable. Media docena de años después vio como el importe se reducía a la cuarta parte. No se lo pensó. «Reuní todo el dinero porque era una gran oportunidad», asegura.
A partir de unos buenos muros, que «es prácticamente lo único que tenía la casa», Christophe comenzó a erigir algo más que un hogar y un taller para sus cerámicas. Su casa, con veinticinco mil metros cuadrados abruptos, se ha convertido en el refugio de sosiego que necesitaba.
Había conexión a la red eléctrica, pero no a la de agua. Sin embargo, eso no fue un obstáculo para este francés, que, además de tener grandes dotes con la cerámica, es todo un manitas. Se hizo sus propios depósitos de agua con los que dice poder llegar a recoger hasta cincuenta mil litros al año. Los suficientes para ducharse y regar los bancales donde hoy tiene fértiles huertos. «A pesar de que es una zona semi árida y con pocas precipitaciones, de los árabes de Al-Ándalus he aprendido que en estas tierras quien sabe almacenar agua es el rey», afirma.
«De los árabes de Al-Ándalus he aprendido que en estas tierras quien sabe almacenar agua es el rey»
De aljibes medievales tiene conocimientos de primera mano porque antes de pasar por Málaga vivió en el pueblo de Comares, donde se conservan estos antiguos depósitos, tanto donde estuvo en el castillo como en el asentamiento de Mazmúllar. En esa localidad, el 'Balcón de la Axarquía', Christophe asegura que tuvo su particular «vacuna del mundo rural». Vivió en la cara norte de este municipio donde aprendió lo diferente que puede ser la vida con sólo recorrer unos kilómetros con muchas curvas.
Hoy se siente muy orgulloso de haber restaurado su propio hogar, con sus manos, pero también con el ingenio y el arte que lleva intrínsecos. Ahora dice que tiene más vínculos con sus vecinos que cuando vivía en el centro de Málaga. Y eso que no están precisamente cerca. Pero, la distancia es sólo física. Hay más nexos con personas que tienen intereses comunes. «Aquí alrededor tengo incluso urbanitas que van a Málaga todos los días», explica. Incluso él mismo acude con frecuencia a la misma ciudad que lo acogió hasta 2014 para hacer muchos gestiones. «No soy ningún ermitaño», dice riendo.
De hecho, afirma que sólo se alejó de la ciudad porque no le gustaba el camino por el que ésta le estaba llevando. Hoy conserva muchos amigos, que, incluso le visitan con frecuencia en su refugio de los Montes de Málaga. «Antes quedabas con la gente media hora para tomar un café, pero ahora están dos días disfrutando aquí del campo», asegura. Incluso le visitan muchos amigos desde Francia. «No tengo que invitarlos, ellos vienen solos», espeta antes de añadir una carcajada.
Lo que no se toma a risa Christophe es su ecologismo activo: «No pienso quedarme con los brazos cruzados mientras el cambio climático lo arrasa todo». Está firmemente comprometido y lo lleva a rajatabla. Sólo consume productos ecológicos, que compra en pequeñas tiendas.
El confinamiento le ha servido para hacerle disfrutar aún más emocional e intensamente del campo, pero también para reforzar sus valores. Aún estamos a tiempo, cree. «Hay quienes no ven nada y otros que nos hemos bajado del tren y que estamos intentando construir el mañana, con más ecología, más respeto y más solidaridad», concluye.
Una vida vinculada a crear con el barro
Hasta hace una década Christophe Pouplard compatibilizó su pasión por el barro con el teatro. Pero hoy está más centrado en sus cerámicas. Su hogar, que hace las veces de taller en plena naturaleza, es una sala de exposiciones. De hecho, muchas veces vende piezas a quienes le hacen una visita. Sus fuentes de ingresos también están en los encargos que recibe de algunas empresas o de algunos particulares. Hasta vajillas le han pedido.
Se sirve de Instagram para tener su propio escaparate donde vender sus creaciones. Pero este alfarero y técnico ceramista por la Escuela de Arte de San Telmo también tiene un rol importante como docente. Además de hacer talleres en su propia casa, ha colaborado con una psicóloga Gestalt en Málaga para hacer arte terapia. «Para mí ha sido muy importante porque se tocan las emociones y el funcionamiento personal», añade. No le cabe duda: «El arte tiene una potencia para sanar el alma que es brutal».
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