Cáncer de ovarios: cuando el enemigo no avisa
Sus síntomas inespecíficos cierran la puerta a la detección precoz y complican la lucha contra este tipo de tumor. Hoy, Día Mundial del Cáncer de Ovario, pacientes como Ana y Silvia cuentan su lucha
La vida de Ana Avellaneda dejó de contarse por reuniones, estrés e idas y venidas intentando mantener el equilibrio entre casa, trabajo y todo ... lo demás el día que escuchó aquellas palabras por primera vez. Cáncer. Ovarios. Estadio 3. Desde entonces, la cuenta por fechas: el 11 de octubre de 2018, cuando le dieron el diagnóstico. El 16 de junio de 2019, cuando tocó la campana del Materno para celebrar que ya no quedaba rastro de la enfermedad. Las palabras que vinieron entonces: «Estás limpia». Y las que espera escuchar: «Estás curada». Antes de eso tiene otra fecha en el calendario: el 16 de junio de 2020, justo un año después, cuando espera tocar la campana de nuevo una vez finalizada la última fase del tratamiento. Luego vendrá todo lo demás (...). Eso de antes, aunque ya nada será igual.
Y no será igual porque «ahora soy mucho mejor y lo veo todo más claro», celebra esta abogada de 54 años dando por bien invertido el último año y medio y convencida de que «todo pasa por algo». Tuvo que pasar que el mundo se abriera bajo sus pies aquel día de octubre y que aquella cicatriz, como la que la recorre ahora en vertical del vientre al pecho acompañando a las de las cesáreas de sus hijos (18 y 22 años), comenzara a cerrarse en todos los sentidos tras ese toque simbólico de la campana.
Ese sonido también fue una bendición para Silvia Gil (53 años «aunque no los no aparento», bromea), que ahora espera «el toque oficial» con amigos y familia porque cuando ella cumplió con el fin de la quimio ya estábamos en estado de alarma y aquello se redujo a su marido y a sus «ángeles de la guarda» del Materno. Suena paradójico que fuera se hable del «enemigo invisible» que representa el coronavirus y que ellas sumen a eso lo que va por dentro: el «asesino silencioso», tal y como define la ciencia médica al cáncer de ovarios.
A ese silencio ponen voz Ana y Silvia, pero también miles de mujeres que hoy conmemoran, en pleno confinamiento, el Día Mundial del Cáncer de Ovario, diagnosticado anualmente a casi un cuarto de millón de mujeres en todo el mundo y que es responsable de 140.000 muertes cada año. En España ese diagnóstico afecta a cerca de 3.600 mujeres y mata a 1.200 cada año. En Málaga se espera, en fin, que a lo largo de 2020 unas 130 mujeres se enfrenten a esas palabras que abren el mundo bajo los pies. Y lo abren, además, porque el cáncer de ovarios es uno de los tumores ginecológicos más invisibilizados –si se compara, por ejemplo, con el cáncer de mama– y asintomático en las fases iniciales. Por eso a dos de cada tres les da la cara cuando ya están avanzados. A Ana se lo detectaron en el estadio 3. A Silvia, en el 2. Es el tumor de tipo ginecológico con menor tasa de supervivencia a los cinco años del diagnóstico, y la mortalidad alcanza el 50-60%. De ahí el nombre de «asesino silencioso» y de ahí la necesidad de prestar atención médica a los síntomas cuando estos empiezan a dar la cara.
Molestias rutinarias
Esas dificultades para dar nombre a molestias que podrían pasar por rutinarias las repasa el doctor Sergio Luna, ginecólogo en el Materno y en el centro Gutenberg de Málaga y responsable, con su cirugía, de que Ana y Silvia acaricien la idea de contar su historia en pasado. «El problema es que hablamos de síntomas inespecíficos en mujeres que se enfrentan a la segunda mitad de su vida –normalmente mayores de 50 años– y que se asumen como normales por esos cambios en el organismo», sostiene el especialista. Dolor o hinchazón abdominal, trastornos intestinales o digestivos o molestias lumbares y pélvicas forman parte de toda esa sintomatología inespecífica que pasa desapercibida o a la que no se da importancia y que puede ser la señal de que algo no va bien. «Por eso es tan importante que los ginecólogos y los médicos de atención primaria estemos también pendientes y sepamos ver y preguntar esas cosas cuando nos llega una paciente», añade el doctor Luna, convencido de que esa prevención en varios frentes, unida a las revisiones periódicas, pueden ser un factor clave en la detección precoz de la enfermedad. «Una vez detectado, y dependiendo de la fase –continúa–, el índice de supervivencia está vinculado a la posibilidad de hacer una buena cirugía y a la respuesta al tratamiento quimioterápico».
Que es difícil poner nombre a los síntomas que te llevan una y otra vez a la consulta del médico y que incluso abren un peregrinar desesperante entre una especialidad y otra lo saben bien las mujeres que afrontan ese diagnóstico. Silvia pensó que aquellas molestias «horribles» después de comer, que la llevaban a hincharse e incluso a parecer «que estaba de siete u ocho meses al final del día» podrían ser fruto del estrés. Quizás alguna intolerancia o alergia alimentaria. A su trabajo a jornada completa en su tienda de moda infantil en el Pasillo de Santa Isabel había sumado la atención a su madre, enferma de alzhéimer y fallecida unos meses antes... «Fueron cinco o seis meses horrorosos, con dolores de barriga, como en la boca del estómago. Eso ya no te deja descansar, mi cabeza no paraba de darle vueltas...», recuerda Silvia, en cuya revisión rutinaria con su endocrino no se detectó ningún problema. Fue en la del ginecólogo cuando, al comentar sus molestias, el especialista le mandó una resonancia magnética. Y ahí estaba. Silvia recuerda que era martes, y que la noticia fue «como dos zarpazos, un cabezazo y un cubo de agua fría». También que el diagnóstico tenía un pequeño asidero del que agarrarse: «Estaba en fase dos, casi cogido a tiempo... Eso fue en julio del año pasado. El médico me dijo que si hubiera esperado a hacerme la revisión después de las vacaciones estaríamos hablando de otra cosa». Pero en su lugar, y a pesar de los «miedos y de los estados de ánimo que van y vienen», Silvia está hablando de una operación en manos del doctor Luna «que fue muy bien», del fin de las seis sesiones de quimioterapia, del toque de campana y de su próxima cita: la del 14 de mayo, su primera revisión después de la quimio.
Ana no se conformó
También Ana sabe lo que es «remover Roma con Santiago para que alguien le ponga nombre a lo que te pasa (...). Si algo tengo claro es que estoy viva porque me he movido». Porque no se conformó con los 'no pasa nada', con los 'sólo son molestias' e incluso con un puñado de visitas a urgencias que apenas le sirvieron para volverse por donde había llegado. Siete meses después de esos dolores abdominales llegaron el TAC y el «esto pinta muy mal». Sentar a sus hijos en casa y soltarles la palabra cáncer, aunque también la promesa de que «saldríamos de esta, igual que hemos hecho siempre en esta familia». Resolver las dudas del pequeño, entonces 16, sobre si perdería pronto el pelo y decirle que sí, «pero que estaba dispuesta a ser la pelona más guapa de Málaga». Y empezar la lucha.
Hoy, después de la operación, las sesiones de quimio y el tratamiento con monoclonales, Ana está a punto de entrar en esa fase de espera que permite concluir que si en dos años el cáncer no se reproduce se puede considerar una persona curada. Igual que Silvia. Que esto cambia la vida, sí –dicen ambas–, «pero no la para». Al fin y al cabo, quedan fechas que sumar. Y sobre todo una campana que espera ese último toque.
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