Antonio Cortés no predicará más contra la plusvalía
Llevaba tres años de protestas para eliminar el tributo por herencia, y aunque el Ayuntamiento prometió reducirlo gradualmente aún no ha hecho nada
Hace un sol radiante. Detrás del granizo, el frío y las inundaciones siempre quedará el Ayuntamiento un lunes por la mañana. Las cotorras chillan como ... condenadas, pero sólo es su forma de decir que siguen ahí vivitas y coleando en los nidos comunales que crearon en las palmeras centenarias del parque. Cada uno busca cobijo donde puede.
El que ya no protestará más contra la plusvalía mortis causa será el predicador Antonio Cortés. La vida es así de desagradecida. Luchaba porque nadie tuviera que hacer frente a un impuesto que consideraba «cosa del demonio», y ahora, que ya no puede patalear porque finalmente se lo llevó el cáncer a finales del mes de diciembre, se supone que acabará saldando, muy a su pesar, la deuda de más de 13.000 euros que tenía con el Consistorio a cuenta de una casita que heredó de su madre. El montante empezó en 6.500 euros, pero con sus 400 euros al mes le era imposible, como explicaba, hacer frente a los pagos reducidos, y la morosidad fue aumentando a placer. Los tributos son serviles. Tan esclavos.
Sonaba el teléfono. Contaban desde la otra línea que se trataba de la hija de la amiga que estuvo con él hasta el final de sus días. «Mira Antonio ya no irá más por el Ayuntamiento, que entiendo que le echaréis de menos, el pobre ya está en el otro mundo», decía balbuceando.
Los lunes al sol ya sólo gritan los jubilados, esos que dicen que se han dado cuenta de lo que está pasando con las pensiones y que quieren abrirle los ojos a los demás. Cortés, con sus dos pancartas, se pegaba a ellos, ya que por día en sus tres largos años de andadura tenía compañía. «Estamos en la misma lucha», explicaba inquieto. En junio tuvo una mejoría notable, el «bicho quedó muy disminuido», como aseguraba alegre. Hasta consideró (consideramos) que lo suyo era un milagro. «Es una suerte tener fe en momentos así –que explicaba días atrás un funcionario fervientemente ateo y querido de la casa– los que no creemos no tenemos ese asidero».
Cortés era un hombre creativo. Diseñaba manualmente sus propias pancartas de sábanas sin más uso, con trozos de maderas de muebles viejos, remendaba su ropa con valentía y solía enviar unas cartas manuscritas llenas de palabras con tirabuzones, esas que usaban los de mediados del siglo pasado para que sus profesores no les mandasen copias por mala caligrafía. Al final, en esos divinos pies de su texto, escribía: «Dios te bendiga siempre». En la última, del mes de octubre, dejaba escrita su premonición: «Los que somos de Dios no le tenemos miedo ni al dolor ni a la muerte porque nuestro Señor Jesucristo nos hace inmortales». Este era su lenguaje común, que aderezaba con un crucifijo sobre el pecho y su insignia de la Falange. Así era. Transparente.
En sus pancartas, que fue renovando por temporadas, se podían leer las siguientes frases: «Alcalde, basta, ni plusvalía ni tantas multas, ni otros impuestos tan elevados. Clemencia», «Alcalde debe proteger mi vida con verdad y bondad. Gracias».
Lo cierto es que hoy se aprueban definitivamente los Presupuestos 2020 y todavía no hay un paquete de medidas para reducir la plusvalía por herencia, de la que el alcalde Francisco de la Torre prometió en la campaña electoral que no se pagaría hasta que no se vendiese el inmueble. De esto nunca más se supo.
De la plusvalía mortis causa o el reimpuesto por el que hay que volver a pasar por caja aunque ya lo hicieran los padres, el Ayuntamiento aún no ha aplicado ninguna mejora, pese a que el equipo de gobierno (PP y Cs) se consensuó una reducción gradual de la cuota final de un 12,5% cada año con el objetivo de que la bonificación a todos los herederos (sin distinción entre familiares directos y otros grados de consanguinidad) alcance el máximo legal del 95% en un plazo de ocho años independientemente de si convivían o no con el fallecido. Lo cierto es que a día de hoy aún no se ha puesto en marcha.
Ayer, los pensionistas chillaban con la banda sonora de las cotorras el «si no hay hucha, lucha, lucha, lucha», «si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra», «si esto no se apaña, caña, caña, caña». Lo de Antonio ya no tiene apaño. Mientras hay vida, hay esperanza.
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