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Vecinos intercambiaban impresiones la misma noche
La increíble historia del 'monstruo' de calle Alta de Málaga capital

La increíble historia del 'monstruo' de calle Alta de Málaga capital

Historia de un curioso suceso, ‘coincidente’ con el hallazgo de la bomba de Palomares, que conmocionó a Málaga y fue noticia a nivel nacional aquel febrero de 1966

pedro luis gómez

Jueves, 30 de abril 2015, 23:57

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El día 4 de febrero de 1966 los periódicos de la época, en pleno franquismo, recogían la información de que se había encontrado el artefacto, que nada más y nada menos era la bomba nuclear que cayó de un avión de guerra estadounidense en aguas del Mediterráneo almeriense, en la zona de Palomares, que daría paso, días después, a la famosa foto de Fraga Iribarne con su enorme bañador saliendo de las aguas de la playa de aquella ciudad para demostrar que no había peligro de contaminación alguna.

Sea como fuere, sin embargo, en Málaga, la atención no estuvo ese día en la famosa bomba, sino en un suceso que conmocionó a la ciudadanía, movilizó a los cuerpos de seguridad del Estado y acaparó durante días la atención de todos los medios informativos, incluido TVE, que solo tenía un canal y medio'.

Enviados especiales de toda España vinieron a Málaga para seguir al fantasma o al monstruo de calle Alta (zona de Dos Aceras, Carretería), como se denominó indistintamente, que casi acaba con la vida de quien sufrió su aparición, una joven ama de casa del número 23 de la citada calle, que se convirtió en protagonista del acontecimiento. Trinidad Gómez pasó un mal rato de aúpa, y durante varios días, grupos de vecinos patrullaron las calles de la zona en busca del monstruo, que se convirtió en leyenda. Con el paso del tiempo, la historia del monstruo de calle Alta se fue magnificando, e incluso fue tratado por los programas de radio y televisión dedicados a los fenómenos paranormales, e incluso fue objeto de un capítulo en el libro Enigmas sin resolver del periodista Iker Jiménez.

¿Pero qué fue aquello? ¿Qué pasó exactamente? Hoy, con media calle ya sin existir, con las casas derribadas y en sus solares construidos edificios nuevos, el enigma sigue latente y la historia se cuenta por los abuelos a nietos, y se hace con la lógica fábula que se incrementa con el paso de los años y la exageración propia de un caso como éste.

La información de SUR del día 4 de febrero de 1966 dentro de la página de sucesos, se titulaba Pintoresco suceso, ayer en calle Alta, acompañado con el subtítulo de Una vecina de la casa número 23 afirmó haber visto un monstruo. Miles de malagueños desfilaron por el lugar del hecho.

La información, que aparecía sin firma, acompañada de dos fotografías de Salas (la página se reproduce con esta información) decía textualmente lo siguiente:

Un pintoresco suceso que ayer ocurrió en la calle Alta desató la curiosidad' de los malagueños y desbordó los límites dé aquel sector. Porque a la calle Alta acudieron a lo largo de toda la tarde, incluso bien entrada la noche, grupos de personas de toda Málaga, atraídas por las versiones de un hecho que tomó rápidamente dimensión de fantasía fuera de los términos normales.

Los gritos de una vecina de la casa número 23 de la calle Alta, Trinidad Gómez Santos, de cuarenta años, vinieron a ser las señales de que algo extraño estaba ocurriendo. A estos gritos acudieron familiares y vecinos, deseosos de saber qué era lo que motivaba aquella alarma.

Sobreponiéndose a su excitación, Trinidad Gómez exclamaba:

-¡He visto un monstruo!

Los vecinos quedaron estupefactos, requiriendo de manera apremiante una más precisa explicación de Trinidad sobre lo que acababa de ocurrirle y que ella, de manera, tan precipitada, había manifestado.

-¿Cómo? ¿Un monstruo?

-Sí, un monstruo.

-¿Cómo ha sido eso?

-Estaba yo -continuó Trinidad aún visiblemente sobresaltada- en el patio preparando la comida. Picaba los ingredientes de una ensalada. Me volví hacia un lebrillo cuando vi encima de éste un animal de casi un metro de alto, muy delgado, cubierto de pelos largos de color marrón, con una cabeza muy gorda y como de un niño de seis o siete años. Pero lo que más me horrorizó fue ver sus ojos saltones, inyectados en sangre, una boca muy grande que le cogía de oreja a oreja y con dos colmillos...

-¿Y qué hizo?

-No lo p u e d o explicar, -continuó diciendo Trinidad-. Lo cierto fue que abrió la boca con intención de abalanzarse sobre mí, amenazándome para que no gritara. Pero yo no pude contenerme y como salí del patio hacia la calle observé también con un miedo terrible cómo el monstruo pasó a la casa contigua, trepó por una canal y saltando al tejado, desapareció de mi vista.

A medida que Trinidad hacía su relato expresado con el máximo dramatismo, el número de vecinos fue aumentando de tal forma que la calle Alta, parte de Dos Aceras e incluso la de Parra quedaron poco menos que intransitables, originándose entre los concurrentes los más varios comentarios.

-¿No será esto una escena de Objetivo indiscreto?-, dijo alguien.

Continuando nuestra información agregaremos que a los gritos de Trinidad acudió también uno de los vecinos de la misma casa, José Santana Córdoba, mecánico, que se encontraba en su domicilio, quien, mientras la protagonista del suceso daba cuenta del mismo a los que le acuciaban con sus preguntas, subió al tejado con objeto de seguir el rastro del monstruo. José Santana no pudo precisar nada, aún cuando sí dijo haber visto algo que se movía por e! tejado y que desapareció rápidamente.

La casa colindante al escenario del suceso, la número 25, es un inmueble declarado en ruina, inhabilitado por consiguiente. Según nuestra información, la casa tiene numerosas habitaciones con muebles y trastos, tabiques derribados, lo que se presta a alimentar la especie de que el supuesto monstruo podría haber encontrado fácil escondrijo por algunos de sus rincones, en los que sustraerse a la posible persecución.

Mientras tanto, los vecinos que comentaban con el mayor calor los hechos, concibieron la idea de forzar la puerta de la casa número 23 con el fin de localizar al monstruo, marciano, o lo que fuera. Estos repetidos intentos dieron por resultado que dos de los presentes, Juan Palma Martín, de 20 años, y José Ríos Pendón, de 38, ambos domiciliados en el número 37 de la calle Alta, dieron un empujón a la puerta, ayudados por otros, y se plantaron en el interior del inmueble en ruina. Saltando por entre ladrillos, cascotes y demás, anduvieron varios metros hasta situarse en un patio donde dominaban el tejado. Pero este registro resultó infructuoso, puesto que ninguna huella del paso del monstruo pudieron apreciar.

Juan Palma nos dijo:

-En efecto, entré para ver si podía encontrar al animal que había asustado a la vecina Trinidad Gómez. Incluso pretendí subir al tejado, cosa que no pude realizar. Y mi acción se debió principalmente a la obstinación del marido y de la hija para que lo buscara.

José Ríos Pendón, que tomó el suceso con gran "filosofía", y que lo estaba pasando a lo grande, buscó a los hechos todas las vertientes humorísticas posibles: -Yo no vi nada. Pero puede que fuera porque el monstruo se asustó de mí. Y acompaña su manifestación con una sonora carcajada.

Uno de los contertulios apostilló:

-A éste, el día que le veamos triste, le vamos a tener que buscar un monstruo, porque lo está pasando bomba.

Otro de los vecinos que ambién hizo su aportación al relato de los hechos, es Andrés Valiente, empleado municipal del servicio del cementerio:

-Yo no he visto nada, desde luego. Pero lo que puedo confirmar es que esto parecía hoy una feria. Yo no he visto en mi vida en la calle más gente que hoy. Por veinte que se marchaban, cuarenta que venían. No cabíamos en la calle ni los vecinos. Y durante muchas horas nos hemos estado contando dos unos a los otros lo poquito que sobre el monstruo sabíamos.

Luego, agregó con gracia natural:

-Yo creo que más de uno de esta calle se ha quedado hoy sin almuerzo. O al menos se lo ha tenido que comer bien "pegao". Porque no creo que a la una hubiera ni una sola mujer en la cocina.

De que entre la vecindad cundió pronto el temor de tropezarse con el monstruo da idea el hecho del problema doméstico creado a una de las vecinas de aquella zona, a la que la sirvienta le planteó la papeleta de que ella se despedía.

-Yo no quiero -dicen que dijo- encontrarme cualquier día con el monstruo de los ojos saltones. El ama de casa requirió el auxilio de la Policía ante este su problema doméstico.

Mientras tanto la Policía, por su parte, al tener conocimiento de lo que sucedía en la calle Alta envió a una pareja de la Policía Armada de servicio en la Comisaría, acompañada de un inspector, al lugar de los hechos.

Es muy posible que todo este suceso haya sido engendrado por la súbita aparición de algún animal, bien un gato de gran tamaño o un mono escapado de un lugar próximo, posiblemente el Ejido, donde suelen acampar gitanos que llevan estos animales. Sea cual fuere la veracidad o fantasía de este suceso, lo cierto es que constituyó el tema del día de ayer para comentarios de todos los gustos y que servirá para hacer famosa por algún tiempo la calle Alta, enclavada en el corazón del típico barrio de Capuchinos.

La trascendencia de la información superó los límites regionales, y, por ejemplo, en La Vanguardia, el día 6 de febrero de 1966, la noticia del gran suceso explicaba lo siguiente:

Numerosas personas se agolparon frente a la casa número 23 de la calle Alta, de esta capital, para ver qué ocurría en dicha finca, ya que la vecina de la misma Trinidad García Sánchez, de 40 años, salió gritando y pidiendo auxilio porque, según dijo, había visto en el patio, sobre un lebrillo, un bicho raro que medía, por lo menos, un metro de altura, con pelo largo, colmillos y cabeza grande que la había amenazado para que no gritase. La mujer cuenta que el monstruo saltó al tejado y se perdió en una casa contigua, deshabitada por amenazar ruina. Algunos vecinos y una pareja de la Policía Armada penetraron en la casa, pero no encontraron ningún animal, ni nada anormal, aunque otro vecino manifestó que había oído un ruido y que había visto moverse algo.

Aunque el suceso de la calle Alta se empieza hoy a olvidar un poco, el periodista ha hecho nuevas indagaciones sobre el particular. La señora que vio aquello sigue asegurando que lo vio. La última noche la ha pasado casi en vela; ha tenido fiebre y apenas si puede comer. Todavía no se ha tranquilizado, ni el susto, como vulgarmente se dice, le ha salido del cuerpo.

Sea como fuere, hay muchos vecinos de la zona que aún recuerdan aquellos días, vividos con zozobra y no poco miedo por culpa de un monstruo que a lo mejor aareció, cualquiera sabe, por culpa de la bomba de Palomares.

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