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PAULA ROSAS
Jueves, 16 de mayo 2019, 12:40
Toda genialidad tiene un toque de locura. Quizás había que estar un poco loco para concebir, en un tiempo en el que los hombres aún llevaban chistera y grandes bigotes, una construcción que desafiara la gravedad y que consiguiera transportar a los seres humanos a ese lugar en el que habían colocado sus sueños. En el origen, el objetivo era puramente el desafío. No iba a servir para nada más allá que demostrar de lo que era capaz el ingenio y el cerebro humanos. Luego estaban las vistas, claro. 130 años después, los hombres vuelan, han explorado la Luna y han bajado a las profundidades abisales. Pero subir a la Torre Eiffel sigue produciendo la misma ilusión infantil que seguramente sintieron sus primeros visitantes, allá por 1889. La magia sigue intacta.
Pensada para ser desmontada unos veinte años después de su construcción, el destino de la Dama de Hierro está hoy ligado, indefectiblemente, al de París. A Francia, incluso. Ninguna imagen representa de forma tan simple y efectiva a una ciudad. Inaugurada el 31 de marzo de 1889, se cumplen, sin embargo, 130 años de que fuera abierta al público, sin los ascensores aún en funcionamiento. Unas 30.000 personas subieron a pie en la primera semana esa maravilla del mundo moderno y sus agotadores 1.710 escalones.
Superviviente de dos guerras mundiales, testigo de algunas de las transformaciones más importantes de nuestra época, la Torre Eiffel es objeto desde hace dos años de un profundo lavado de cara, que prevé, desde una mayor protección de sus visitantes, con la construcción, ya en marcha, de un muro de cristal en la explanada, hasta la modernización de sus ascensores o de la pintura que la protege.
En total, unos 300 millones de euros para que la Dama de Hierro siga luciendo igual de bien en los próximos 130 años. Para celebrar tan feliz aniversario, a lo largo de tres días, un espectáculo de luz y sonido, con proyecciones y efectos estroboscópicos, contará la historia del monumento desde su construcción hasta la actualidad. Una historia no exenta de anécdotas, algunas tan locas como los sueños de los hombres que la levantaron. Lean...
Pararrayos
Es una de las imágenes más espectaculares que podemos encontrar de la torre. Recortada bajo un cielo convulso, su antena alcanzada por un rayo, como un hilo luminoso que une nuestra Tierra con el más allá. En realidad, es bastante más frecuente de lo que podemos imaginar. Una media de cuatro rayos impactan en la torre Eiffel al año. Ni siquiera la golpean, sino que se trata de «rayos ascendentes». Durante las tormentas, su gran altura amplifica de forma natural el campo eléctrico local y, por el 'efecto punta', la descarga eléctrica nace en la cima del monumento y se propaga hasta las nubes. Cuatro pararrayos protegen la Torre Eiffel y a sus visitantes, que, como aseguran los gestores de la obra, «no corren ningún peligro».
Capa sobre capa, 17 veces
Desde su construcción, la Torre Eiffel ha sido pintada 19 veces; es decir, una vez cada siete años, aproximadamente. La pintura es esencial para su conservación y evita la oxidación del monumento. Hacen falta 60 toneladas de pintura para recubrir sus 250.000 metros cuadrados de superficie. La última campaña, que hace la 20, comenzó a finales de 2018 y durará unos tres años. El proceso es lento porque los técnicos han decidido retirar las capas anteriores de pintura, que a lo largo de los años han añadido peso al monumento y provocan que la nueva no se adhiera correctamente. Desde 1968 se aplica el color 'marrón Torre Eiffel', especialmente concebido para ella, pero el monumento ha conocido otras tonalidades. En su inauguración era roja, luego ha pasado por el ocre, el marrón rojizo e incluso el amarillo.
Crónica negra
Es, posiblemente, el único crimen documentado en la Torre Eiffel y fue cometido por un español. El 9 de febrero de 1963, Francisco Toledo Pernia, de 31 años, y Dolores, su esposa, visitaban el monumento. La mujer caía instantes después por encima de la barandilla del primer piso. Toledo fue detenido acusado de homicidio, aunque él argumentó que Dolores se había suicidado debido a los remordimientos que sufría después de confesarle que le había sido infiel. No coló. Dos testigos vieron cómo el hombre la empujaba. Él confesó más tarde que, efectivamente, había levantado a su mujer por encima de la barandilla, pero solo para «darle miedo» y que confesara la infidelidad. Le cayó una pena mínima de cinco años por homicidio involuntario.
Sí, quiero
Los camareros ya no aplauden. El lujoso restaurante Jules Verne, situado en la segunda planta de la torre, acoge una media de dos propuestas de matrimonio al día. Si seguimos la cartilla del romanticismo, París es la ciudad de los enamorados y las majestuosas vistas desde la Torre Eiffel producen tal trastorno a las parejas de novios que no pueden evitar comprometerse una vez que ponen pie en el monumento. Si tiene la oportunidad de cenar en el célebre restaurante, galardonado con una estrella Michelin y gestionado por el chef Frédéric Anton, es posible que asista a una de estas peticiones. O que sea objeto de una de ellas.
Hitler y los ascensores
Si hay una fotografía que marcó la invasión alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial es la de Hitler con la Torre Eiffel de fondo, tomada desde el balcón de Trocadero el 23 de junio de 1940. El führer, sin embargo, nunca subió al monumento. Cuenta la leyenda que, justo antes de la capitulación de la capital francesa, la resistencia cortó los cables de los ascensores de la torre para evitar que el enemigo subiera hasta la cima. Podía haber tomado París pero, si Hitler quería alcanzar su cielo, debería hacerlo por las escaleras, ascendiendo todos los escalones. El líder nazi pasó solo tres horas en la capital. Y no en la escalera.
Con ocasión de la Exposición Universal de 1889, que conmemoraría el centenario de la Revolución Francesa, las autoridades lanzan un concurso: construir una torre de hierro de 300 metros. La aparición del metal como material de construcción en la era industrial, y el deseo humano de superarse y proyectarse cada vez más alto, se encuentran en el corazón del proyecto. La torre de Gustav Eiffel es seleccionada entre más de cien candidatos. Eiffel trabajará con los ingenieros Émile Nouguier y Maurice Koechlin y con el arquitecto Stephen Sauvestre.
Desde el final de la Exposición Universal de 1889, la Torre Eiffel pertenece a la villa de París. La gestiona desde 2005 la Sociedad de Explotación de la Torre Eiffel (SETE), participada en casi un 60% por el Ayuntamiento de la capital. El objetivo es, para su 130 aniversario, superar la barrera simbólica de los cien millones de euros de volumen de negocio, entre lo recaudado con las entradas y los diferentes comercios y restaurantes.
Prohibido fotografiar
Con sus luces centelleantes y su famoso faro, que puede verse a 80 kilómetros de distancia, la imagen de la Torre Eiffel de noche es, sin duda, uno de los mejores souvenirs que se llevan los turistas. Pero cuidado dónde se publica, porque fotografiar su iluminación nocturna está prohibido, bajo sanción que puede llegar a los 300.000 euros y tres años de cárcel. ¿Por qué? Porque, desde 1985, esa iluminación de 20.000 bombillas y 250 proyectores está sometida a derechos de autor, los de la Sociedad de Explotación de la Torre Eiffel, que consideran el conjunto luminoso como «una creación visual original» y una «obra del espíritu». Apenas hay condenas, sin embargo.
Retos deportivos
En sus 130 años, la Dama de Hierro ha sido objeto de numerosos retos deportivos. El primer campeonato de subida al primer piso se celebró en 1905 y lo ganó un tal Forestier, con 3 minutos y 12 segundos. Se ha subido y bajado en moto de trial, en BTT, la han escalado alpinistas y ha acogido una pista de patinaje. El famoso funambulista Philipp Petit recorrió sin red los 700 metros que la separan de la plaza de Trocadero. Desde hace cinco años se celebra 'La Vertical de la Torre Eiffel', una carrera contrarreloj para ascender sus 1.665 escalones. El récord lo tiene el polaco Piotr Lobodzinski con 7 minutos y 48 segundos. Alrededor de 130 corredores se enfrentan al desafío cada año, entre ellos unos ochenta amateurs elegidos por sorteo.
Suicidios y accidentes
El 4 de febrero de 1912, el sastre francoaustriaco Franz Reichelt estaba tan convencido de la genialidad que acababa de inventar, una suerte de 'traje paracaídas', que la probó él mismo desde el primer piso de la Torre Eiffel. Convocó a la prensa, que solo pudo constatar –con fotografías y filmaciones que lo prueban–, que no funcionó. Desde su construcción, más de 370 personas han muerto en la torre, entre accidentes y suicidios. El primer suicida que se quitó la vida, en 1891, no lo hizo arrojándose al vacío, sino colgándose. Desde entonces, las medidas de seguridad para evitar las tentativas han conseguido salvar muchas vidas. También mucho dinero a la empresa que explota el monumento. Se calcula que cada triste intento de saltar al vacío cuesta unos 50.000 euros, ya que hay que desalojar el edificio.
Un visitante de peso
Corría el año 1948. El Circo Boglione estaba instalado a los pies de la Torre Eiffel, con sus leones, payasos y, por supuesto, elefantes. La sorpresa de los visitantes del monumento fue mayúscula cuando se encontraron a 'Marie', el paquidermo más anciano del espectáculo, de 85 años, ascendiendo lentamente los 347 peldaños que suben hasta la primera planta, acompañada del propietario del circo. La pobre elefanta llegó agotada y no pudo subir más. Una foto de la hazaña cuelga en el Museo de Orsay. 'Marie' no fue ni la primera turista en subir por las escaleras ni tampoco la más rápida, pero posiblemente sí la de mayor envergadura en poner sus patas sobre la plataforma del primer piso, que, por cierto, soportó perfectamente su peso.
Inauguración
Es, quizás, una de las anécdotas más sorprendentes de la Dama de Hierro. Erigida en 1889 como emblema de la Exposición Universal, a su inauguración asistieron miembros de la realeza europea como la familia británica, Jorge I de Grecia, el sha de Persia... y un tal William Frederick Cody, más conocido como Buffalo Bill. Figura mítica de la conquista del Oeste americano, el cazador de bisontes reconvertido en productor de espectáculos subió a la torre con cuarenta indios americanos. Aprovechando la Expo, Cody había alquilado por una fortuna un terreno a las afueras de París para poner en marcha su espectáculo del salvaje oeste 'The Buffalo Bill's Wild West Show', en el que trabajaban 200 personas y podía albergar a 20.000 espectadores.
Objetivo, su destrucción
Un meteorito se acerca a la Tierra... entra en la atmósfera y, ¿dónde va a caer? Justo sobre la Torre Eiffel. Los extraterrestres invaden nuestro planeta. Primer objetivo: ajá, destruir la Dama de Hierro. Se les ha adelantado, sin embargo, un terrorista internacional que ha conseguido fabricar una poderosa bomba que pone en peligro a la Humanidad. ¿Les suena dónde puede haberla escondido? Bingo. La Torre Eiffel ha sido aniquilada innumerables veces en el cine y es que ver –en la ficción, se entiende– un símbolo reducido a un amasijo de hierros produce una sensación divertidamente aterradora. Pero lo cierto es que la gran torre se concibió para ser desmontada veinte años después de su inauguración. Fue la Primera Guerra Mundial –irónicamente– quien la salvó. El Ejército instaló una estación de radiotelegrafía en su cima que resultó ser muy útil para las comunicaciones aliadas y para captar mensajes del enemigo. Y hasta hoy.
Amenazada por el fuego
En su larga historia se han registrado dos incendios de importancia. El 3 de enero de 1956, el fuego dejaba sin televisión a gran parte de París. El monumento sirve de torre de difusión televisiva (aún hoy), y un incendio en la tercera planta devastó el emisor. Casi cincuenta años después, el 22 de julio de 2003, otro fuego en un local técnico de telecomunicaciones también en la cima de la torre provocaba de nuevo el pánico. La columna de humo podía verse en todo París. Un centenar de bomberos se desplazaron hasta el monumento para apagar las llamas, localizadas a 276 metros de altitud. 3.000 turistas tuvieron que ser evacuados. El origen: un cortocircuito, aunque las autoridades dejaron claro que no tuvo nada que ver con la famosa iluminación parpadeante, entonces recientemente instalada.
Oposición
La arriesgada innovación que han demostrado en ocasiones las autoridades de París no se ha correspondido, en general, con el gusto de sus ciudadanos. Los proyectos del Centro Pompidou, la Pirámide del Louvre y, por supuesto, la Torre Eiffel fueron acogidos con recelo, por no decir con abierta hostilidad, por muchos de los parisinos ilustres. En una carta firmada por la mayor parte de los intelectuales de la época, como Alejandro Dumas, Guy de Maupassant, Émile Zola o Charles Garnier, y publicada en 1887 en el diario 'Le Temps', escritores, pintores, músicos, escultores, arquitectos «amantes apasionados de la belleza» protestaron contra la erección de la «inútil y monstruosa Torre Eiffel», un edificio calificado como «gran jirafa agujereada».
18.000 piezas forman su estructura, calculadas al milímetro y ensambladas en bloques de unos cinco metros. Entre 150 y 300 obreros se encargaron de su montaje, como si de un mecano gigante se tratara.
324 metros es la altura actual de la torre, aunque en su inauguración, antes de que se instalara la antena que hoy la corona, 'solo' medía 312 metros. Durante 40 años, fue el edificio más alto del mundo. La torre, con sus ascensores y plataformas, pesa 10.100 toneladas y pudo montarse gracias a 2,5 millones de remaches colocados en caliente. Solo un tercio de estos remaches se colocaron directamente sobre el terreno. Tardó en construirse 2 años, 2 meses y 5 días, un tiempo récord para los aún rudimentarios medios de la época.
7 millones de visitantes acoge cada año. Es el monumento de pago más visitado del mundo y tres cuartas partes de quienes suben a ella son extranjeros. Se calcula que unos 300 millones de turistas la han visitado desde su inauguración.
434.000 millones es el valor estimado de la torre, según un cálculo que hizo en 2012 la Cámara de Comercio de Monza, en Italia, unas cinco veces más que el valor de marca que otorgan al Coliseo de Roma y a la Sagrada Familia de Barcelona, en segunda y tercera posición.
700 personas trabajan en ella, entre seguridad, limpiadores, empleados de la SETE, de las tiendas o de los restaurantes.
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