La mayor protesta desde la caída de Sadam

Saleh aseguró que ha empezado a trabajar en una nueva ley electoral que «convenza al pueblo y aborde los defectos de la actual ley», y que permita «una solución más justa y más representativa a los intereses de la gente». El presidente del país, ex primer ministro de la Región Autónoma Kurda, declaró que «la situación actual no puede continuar, necesitamos reformas serias y grandes cambios que hay que acometer».

Lo que ocurre es que los iraquíes quieren hechos y no solo buenas palabras; por eso ni Saleh, ni Abdul Mahdi logran aplacar los ánimos y decenas de miles de personas volvieron a movilizarse en la plaza Tahrir de Bagdad y en las principales ciudades del sur del país. Los manifestantes protestan contra la corrupción y el desempleo y, por primera vez desde la caída de Sadam, lo hacen como iraquíes, no como parte de una secta o partido determinado.

Más de 250 personas han perdido la vida y hay miles de heridos a causa de los choques con las fuerzas de seguridad en el último mes, pero la gente sigue adelante con unas movilizaciones que son relativamente tranquilas durante el día para cargarse de violencia durante la noche. Exigen medidas de choque que pongan fin a la corrupción endémica que sufre Irak, duodécimo país más corrupto del mundo, según la lista de Transparencia Internacional, encabezada por Somalia y Siria. Un país que nada en petróleo, pero que es incapaz de dar servicios mínimos como la electricidad o el agua a sus ciudadanos.

La única respuesta que han encontrado hasta ahora los iraquíes es la extrema violencia por parte de las fuerzas de seguridad. Amnistía Internacional (AI) denunció el uso de granadas lacrimógenas «rompe-cráneos», que son diez veces más pesadas que las granadas corrientes, algo «antes nunca visto», según la organización, e instó a las autoridades a ordenar su retirada.

El Gran Ayatolá Alí Sistani dedicó un viernes más su discurso de la oración a las protestas y llamó a «las autoridades competentes a no empujar a las fuerzas combatientes contra manifestantes pacíficos», y evitar llevar al país «al abismo de las matanzas internas». El religioso chií advirtió además que ninguna «parte regional o internacional» puede «imponer su opinión» a los manifestantes.

La situación del primer ministro ha sido crítica a lo largo de toda la semana ya que hubo un momento en el que perdió el apoyo de sus dos principales socios de gobierno. El clérigo chií Moqtada al-Sader fue el primero en sacar a sus ministros del Ejecutivo y pedir elecciones anticipadas. Hadi al-Amiri, líder de las milicias chiíes que forman el segundo gran bloque de la cámara, retiró también su apoyo a Abdul Mahdi en un primer momento, pero luego dio marcha atrás.

El motivo de este cambio de opinión fue un encuentro secreto celebrado el miércoles pasado en Bagdad con el jefe de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria de Irán, Qassem Suleimani, según información obtenida por la agencia Reuters. Desde Teherán apuestan por mantener al Gobierno e intentar dar más tiempo al primer ministro para que intente poner en marcha reformas que devuelvan la calma a las calles. Las milicias iraquíes tienen una relación directa con la Fuerza Quds.