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China pone fin a la política del 'cero covid' tras la ola de protestas

China pone fin a la política del 'cero covid' tras la ola de protestas

Tras las manifestaciones, el Gobierno permite hacer la cuarentena en casa y reduce drásticamente el uso de los códigos QR de salud

Zigor Aldama

Miércoles, 7 de diciembre 2022, 12:02

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Los manifestantes chinos han salido victoriosos en su órdago al Gobierno. Las movilizaciones que estallaron en la planta de Foxconn en Zhengzhou, y que se extendieron por todo el país tras el incendio que dejó al menos diez muertos en Urumqi, han logrado que China abandone la estrategia cero covid para combatir la pandemia. Según las órdenes dictadas hoy por el gobierno central, incluso los ciudadanos que hayan dado positivo en los tests de coronavirus -siempre que sean asintomáticos o sufran solo síntomas leves- podrán hacer la cuarentena en sus hogares. Eso sí, quienes lo prefieran -porque una parte importante de la población aún tiene gran temor al virus- podrán ser aislados en uno de los muchos centros de cuarentena centralizada que el gigante ha construido por todo su territorio.

Otro de los grandes cambios afecta al control que se ejerce sobre la ciudadanía a través de los códigos de salud, un QR que se genera en el móvil y que adquiere los colores de un semáforo según el resultado de la última PCR realizada y de los lugares que ha visitado. Estos códigos tenían que ser escaneados en todos los lugares públicos, a los que solo se podía acceder si estaban en verde, un hecho que los convertía en una gran cortapisa para la libertad de movimiento. Ahora, sin embargo, su uso se limitará exclusivamente a lugares de más riesgo, como hospitales, residencias de mayores, o colegios. Tampoco se realizarán pruebas PCR a los viajeros dentro del país.

Una mujer china se somete a una PCR en la calle en Beijing.
Una mujer china se somete a una PCR en la calle en Beijing.

La abrupta relajación de los dos principales puntos de fricción del cero covid llega días después de que se hubiese dado un primer paso en esa dirección con la abolición de la obligatoriedad de hacerse una PCR cada dos días en muchos casos y la eliminación del rastreo de los contactos secundarios, así como la cuarentena centralizada para los contactos estrechos, que ahora solo tienen que encerrarse en casa durante cinco días. Además, llega de la mano de otras medidas que facilitarán la vuelta a la normalidad, como la recuperación de las clases presenciales en escuelas que no hayan tenido casos y la reapertura de todos los establecimientos comerciales y de ocio.

Sorprende, eso sí, que este rápido giro se produzca en medio de la mayor ola de toda la pandemia en China. La segunda potencia mundial registra diariamente entre 30.000 y 40.000 casos, con un incremento sustancial entre los sintomáticos. No obstante, los expertos chinos también han protagonizado un cambio relevante en su discurso, subrayando que ómicron es una variante poco letal y que los estragos que las restricciones tienen en el ánimo de la población y en la economía son mayores que los que puede provocar el virus. A pesar de ello, algunos escépticos aún señalan que esta apertura súbita podría hacer realidad los peores pronósticos recogidos en estudios que, en esta nueva coyuntura, prevén hasta un millón de muertes y el colapso del rudimentario sistema de salud.

«La jaula de la epidemia se está rompiendo y la apariencia de la sociedad china cambiará cada semana. Volveremos a la vida normal», afirma Hu Xijin, exeditor jefe del diario oficialista Global Times. «Es hora de que los chinos traten al covid como una gripe», sentencia. Sin embargo, ciudadanos como Jie temen que todo sea una cortina de humo que deje amplio margen de maniobra a la arbitrariedad de las autoridades locales, e incluso vecinales. Él mismo se encuentra hoy en Shanghái a la espera de una llamada de un centro de cuarentena para dilucidar si es internado por la aparición de un caso en el piso superior de su bloque de viviendas. Y un arquitecto español relataba ayer que su edificio había sido clausurado por quinta vez en poco más de un mes.

Pero, aunque tarden en llegar a todos los estamentos, las órdenes de Pekín son claras. «Protegeremos al máximo la seguridad y la salud de la ciudadanía manteniendo al mínimo el impacto de las medidas en el desarrollo social y económico», ha sentenciado esta mañana el Comité para la Prevención y el Control de Enfermedades del Consejo de Estado. No en vano, China crece al menor ritmo desde que se abrió al mundo hace cuatro décadas -este año su PIB aumentará menos que el de España- y preocupan variables como el paro juvenil, que alcanza un máximo histórico cercano al 20%.

Es el caldo de cultivo perfecto para el descontento que ha encendido las manifestaciones de los últimos días, y, a pesar de su enorme poder, el Partido Comunista es consciente de que esta situación puede romper el tácito contrato social que lo legitima en el poder: la armonía en el país más poblado del mundo depende de la capacidad del gobierno para mejorar constantemente el bienestar de sus ciudadanos. Si esa premisa se rompe, China puede convertirse en una bomba de relojería.

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