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El agotamiento y las enfermedades merman la caravana de migrantes

El agotamiento y las enfermedades merman la caravana de migrantes

Más de 4.000 dejaron ya la marcha hacia la frontera de EE UU y muchos se entregan a Inmigración para que los deporten a Honduras

mercedes gallego

Enviada especial. Pijijiapan (Chiapas, México)

Jueves, 1 de enero 1970

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Hay sueños tan frágiles que se hacen añicos antes de forjarse, por mucho ahínco que se les ponga, y al quebrarse duelen como cristales en el alma. Son los de Denis Girón y otros 38 centroamericanos de la caravana de migrantes, que este viernes tiraron la toalla en Pijijiapan (Chiapas). Donald Trump no tendrá que enviar al Ejército para impedir que entren en EE UU. Se rinden ellos solos a más de 2.000 kilómetros de Tijuana.

Sentado en el bordillo de una cancha cubierta, el joven de 26 años le daba vueltas a un botellín de agua mientras esperaba a que llegase Inmigración para deportarlos. «Mirad. Esto es México. Nosotros estamos aquí», decía con la mirada fija en el taponcito de plástico y el cuello de la botella. «Nos queda todo esto. ¡Casi no hemos salido de Honduras!».

Dos semanas, 865 kilómetros a pie y en autostop. Los pies lacerados de ampollas y el orgullo tan adolorido como los huesos que han chocado contra el asfalto en tantas noches sin descanso. Por delante, otros 4.000 kilómetros sin la hospitalidad chiapaneca. Aúlla en el horizonte el alarido mortal de La Bestia, el tren de carga que pretenden cabalgar de Oaxaca a Ciudad de México, silban en Chihuahua y Sinaloa las AK-47 de los narcos y se siente el acecho constante de la Inmigración mexicana, «que nos va pelando las hojitas por delante y por detrás», suspira Irineo Mújica, que intenta organizar el espontáneo peregrinaje de desesperados. «A los que se adelantan o se quedan rezagados los encapsulan las patrullas y los detienen». Su única defensa es el número, imposible detenerlos a todos a la vez, al menos mientras tengan la simpatía del pueblo.

Sobreviven los más fuertes y los menos impetuosos. A la cola, las mujeres que cargan niños, como Ana Estrada, de 47 años, que este viernes se unió en Pijijiapan a los que capitularon. Según el presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, 4.353 han retornado voluntariamente desde Guatemala por tierra y aire. Otros 3.000, según las autoridades mexicanas, cruzaron la frontera entre Ciudad Hidalgo y El Triunfo, donde los agentes mexicanos le hicieron de policías a Trump y los recibieron con porras y gases lacrimógenos.

Allí Angélica María perdió los zapatos y recibió casi más golpes de los que le daba su marido, que hace sólo cinco meses le cosió el vientre con ocho puñaladas. «Yo no me regreso ni aunque me maten», juraba con lágrimas en los ojos y úlceras en los pies. «Sólo quiero llegar a un sitio donde a las mujeres se las respete y no las violen». Desde el puente Internacional sobre el río Suchiate, donde les emboscó Inmigración al cruzar de Guatemala a México, corrió descalza por el fuego del asfalto y campo a través, llena de lodo y perseguida por los agentes, decidida a no parar hasta EE UU «aunque llegue a pedazos». Este viernes era uno de los cinco tullidos que una ambulancia de Pijijiapan trasladó hasta el término municipal de Tonalá, donde se hizo cargo otra ambulancia.

Harán falta muchas para que lleguen hasta la frontera, y no hay tantos pueblos del partido de Andrés Manuel López Obrador dispuestos «a atender a nuestros hermanos centroamericanos, aunque seamos mal vistos por EE UU», declaraba satisfecha Macaria García Lande, directora del Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en Pijijiapan.

A la cabeza, los que se creen más listos. Los que se levantan a las 2 de la madrugada para llevar la delantera en pedir autostop, los que se cuelan en los coches mientras las mujeres aún levantan a los niños y los que trepan a camiones tan altos que a veces se dejan la vida entre las ruedas. O los que pagan el autobús para adelantarse y luego caen en las redadas migratorias.

El camino es más duro de lo que pensaban, está lleno de peligros y las fuerzas flaquean más de lo que imaginaron, pero «el retorno es difícil y doloroso», advertía el presidente hondureño, que encima ha prometido detener a los que hayan arriesgado la vida de menores. «Pero lo más duro será afrontar lo que nos espera en nuestro país», reflexionaba Denis Girón, aún dándole vueltas a la botella de agua sobre la que todavía ni siquiera imaginaba EE UU. «Por un ratito se nos había olvidado la realidad de nuestro país».

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