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JOAQUÍN ALDEGER
Abir Moussi, la diputada blindada
Perfil

Abir Moussi, la diputada blindada

La provocadora política, que tras ser agredida en el Parlamento de Túnez va a la sesiones con casco, chaleco antibalas y megáfono, aspira a convertirse en el freno a la progresiva islamización del país

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Domingo, 15 de agosto 2021, 00:07

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Abir Moussi no es motera. A pesar de que se suele enfundar un casco durante su trabajo parlamentario, a esta diputada tunecina no le seducen ni las clásicas Harley Davidson ni las Kawasaki de última generación. Ella lleva a cabo la rutina en la Cámara debidamente protegida no de los riesgos de la velocidad, sino de la furia de sus rivales. No solo resguarda la cabeza, sino que también usa chaleco antibalas. Porque como defensora de los valores laicos asegura temer las represalias de los islamistas, cuyos grupos controlan la mayoría de los escaños en el país magrebí.

Pasar desapercibida no resulta una opción para esta ambiciosa política de 47 años. La presidenta del partido Al-Dustur-al-Hurr tampoco lo pretende. La provocación forma parte de su estrategia. Sin reparo alguno, muestra en su bancada una imagen del dictador Habib Bourguiba, que permaneció en el poder durante 30 años. Además, se salta el reglamento utilizando un megáfono para exponer su opinión cuando lo considera conveniente. Aunque dirige una formación minoritaria, se hace escuchar a todo volumen.

La grabación con su móvil de las sesiones y su difusión en las redes es otra de sus prácticas preferidas, a pesar de que esta acción también viola el reglamento interno. El pasado 30 de junio recogía el debate en torno a los acuerdos con Qatar, una cuestión muy polémica ya que el emirato y Turquía unen fuerzas para expandir su influencia y una visión conservadora de la fe musulmana en el mundo árabe. A ese respecto, Túnez constituye un aliado imprescindible, sobre todo de cara a sus intereses en la vecina Libia.

La emisoras de televisión que recogían esta sesión la muestran haciendo una panorámica de la sala mientras el congresista Sahbi Smara desciende de su escaño y se aproxima resueltamente. Ante el asombro general, este islamista propina a su colega sendos golpes con las dos manos e, incluso, le da una patada antes de que lo redujeran. En el río revuelto, el también diputado radical Seif Eddine Makhlouf aprovecha para acercarse y golpear a la mujer con el pie. El ataque finaliza arrojándole agua y dos botellas vacías. La agresión fue denunciada por Samira Chaouachi, vicepresidenta de la Asamblea, que también ordenó la expulsión del primer agresor.

Este ataque sin tapujos contra una política en Túnez revela no solo las tensiones internas, sino las características un tanto heterodoxas del teóricamente régimen más liberal del mundo árabe. La sociedad local está considerada una de las más igualitarias pero, curiosamente, las razones remiten a ese pasado represivo. El dictador Bourguiba, cuyo retrato exhibe la diputada, promulgó un Código de Estatus Personal que prohíbe la poligamia y reconoce los derechos de toda la población a la educación y al divorcio. Tras el establecimiento de la democracia, la popularmente conocida como Ley 58 implementó en 2017 medidas contra la violencia de género.

Pero la Primavera Árabe también ha impulsado la llegada al poder de Ennahda, un partido islamista, y la creciente influencia de la organización de los Hermanos Musulmanes, partidaria de una reislamización de la sociedad a partir de la enseñanza. La congresista se declara heredera de la tradición secular hoy amenazada. Pero no hay que olvidar que bajo su casco integral se halla una mentalidad conservadora que se ha adaptado a los tiempos.

Moussi tiene un pasado. La diputada ha compaginado su profesión de abogada y miembro del Tribunal de Casación con su carrera política dentro del antiguo régimen. Fue subsecretaria general encargada de la mujer en la formación Rally Constitucional Democrático (RCD), el partido que dominó la vida política de Túnez desde su independencia hasta su disolución hace diez años. Tras el triunfo de la revolución y la huida del presidente Zine el-Abidine Ben Ali, ella comenzó su propio proyecto.

Polémicas opiniones

Su credo es un tanto heterodoxo. La apología de la democracia laica y la igualdad de sexos queda empañada por otras afirmaciones tan reaccionarias como las que sostienen sus oponentes. Entre otros postulados similares a los islamistas, se ha declarado contraria a la abolición de la pena de muerte y se opone a la igualdad de herencia entre los hijos porque a su juicio es 'anticoránico' y otorga derechos a los hijos fuera del matrimonio y, por tanto, atenta contra la institución familiar.

La homosexualidad tampoco se beneficia de sus postulados progresistas. No es partidaria de su despenalización y la asociación francesa LGTBI Adheos pidió que se le impidiera la entrada en el espacio Schengen tras unas polémicas declaraciones en las que los tachó de criminales. La congresista llegó a asegurar que la legalización impulsaría la petición del derecho al matrimonio, «lo que pondría en peligro nuestro modelo social» y, según ella, difundiría estas prácticas sexuales. «Cualquiera que no sea homosexual podría volverse homosexual», afirmó sin pudor alguno.

Moussi aspira a conciliar el deseo de moderación de Occidente con la pretensión de seducir a la oligarquía que añora viejos tiempos e, incluso, conseguir el apoyo de los sectores laicos que puedan considerarla una alternativa menos nociva contra la amenaza islamista.

Ella espera su ocasión, con el casco, el chaleco antibalas y el megáfono, dispuesta a ser una líder árabe, relativamente moderna, parcialmente progresista, radicalmente populista, muy efectista, lo que Túnez, sumida en un avispero, puede necesitar para salir adelante.

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