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Enclavado en un valle fértil y lleno de vida, junto al río Burriana —conocido en épocas pasadas como Gurriana—, el Convento de Nuestra Señora de ... la Consolación de las Algaidas guarda una historia profundamente ligada a una comunidad eremítica que habitó esta región mucho antes de su fundación en el siglo XVI. En este rincón del término municipal de la actual Villanueva de Algaidas, lo que en aquel momento era el condado de Archidona. En aquel entonces un área despoblada y dominada por la naturaleza, los ermitaños encontraron un refugio perfecto para llevar a cabo su vida de recogimiento espiritual. La riqueza natural del entorno, con una vegetación frondosa y abundancia de agua, ofrecía a estos hombres de fe las condiciones idóneas para su aislamiento y su conexión con lo divino, en una época en la que el contacto con la naturaleza era sinónimo de cercanía con Dios.
Según detalla el historiador Jonatan Iglesias Sancho, las características naturales de la zona fueron fundamentales para el asentamiento de esta comunidad eremítica. «En aquel momento, el bosque era muy húmedo, con una vegetación exuberante, y había muchísima agua. Los ermitaños canalizaron el agua del río hasta el lugar donde vivían, creando un sistema de conducción para abastecerse», explica Iglesias. Este sistema, rudimentario pero eficaz, les permitía tener acceso constante al recurso más preciado en una vida de autosuficiencia. Además, este tipo de intervención demuestra cómo, incluso en su retiro, los ermitaños dependían de su entorno inmediato, no solo para la subsistencia, sino también como parte esencial de su vida espiritual.
Los ermitaños que se establecieron en esta región pertenecían a la Orden de San Pablo, inspirada en las enseñanzas de San Pablo el Ermitaño, a quien la Iglesia Católica reconoce como el primer ermitaño de la historia. En su vocación de retiro, estos hombres buscaban un entorno apartado donde pudieran dedicarse a la oración y la meditación en paz, sin interferencias externas. Sin embargo, la riqueza del lugar, particularmente su agua, no pasó desapercibida para los pocos pobladores que vivían en las cercanías. Estos habitantes, movidos por la necesidad, acudían a los terrenos de los ermitaños en busca de agua, un recurso vital y, en aquel entonces, de acceso limitado.
Este hecho generó tensiones significativas entre los ermitaños y los vecinos. Los eremitas denunciaron estas incursiones ante el conde de la región, argumentando que los habitantes de los alrededores estaban invadiendo sus tierras para abastecerse del agua que ellos habían canalizado. La resolución de este conflicto llegó de la mano del conde, quien emitió una orden tajante: las aguas de las fuentes pertenecían exclusivamente a los ermitaños, y los moradores de las cercanías estaban obligados a obtener su agua directamente del río Burriana. Esta decisión, aunque beneficiosa para los ermitaños, evidencia la lucha constante por los recursos en una época en la que el acceso al agua era un factor determinante para la supervivencia.
Con el paso del tiempo, la presencia de los ermitaños en este rincón de Villanueva de Algaidas dejó un legado que fue el germen para la posterior construcción del Convento de Nuestra Señora de la Consolación. Este edificio marcó una nueva etapa en la historia del lugar, transformando el espacio de retiro espiritual en un foco de actividad religiosa más estructurada. A pesar de ello, la memoria de los ermitaños sigue viva en las crónicas históricas y en el propio paisaje, que aún conserva el eco de aquella época en la que la naturaleza, la fe y el aislamiento se entrelazaban en un equilibrio único.
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