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La Lupi, en el salón de su casa.
Donde los zapatos vuelan

Donde los zapatos vuelan

Susana Lupiáñez 'La Lupi' abre las puertas del hogar que comparte con su marido, el guitarrista Curro de María. Un hogar sereno y discreto, decorado con toques orientales y algún guiño al flamenco, aunque sin excesos. El vestidor guarda algunas de las reliquias que han hecho grande su baile, como la bata de cola que suele menear en 'Artesano' junto a Miguel Poveda

Lorena Codes

Miércoles, 2 de noviembre 2016, 00:36

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Tiene La Lupi una forma de bailar de esas que sólo se aprenden fuera del Conservatorio. De las de agarrar el mantón de un buen pellizco porque si no se escapa. Como las oportunidades. Y es que si algo ha sabido hacer Susana Lupiáñez desde que tiene memoria es luchar por su baile. Con tres añitos revolucionaba el patio de vecinos de la calle Cauce en el que vivía, cuando le ponía movimiento y gracia al cante del Álvarez, que residía puerta con puerta con su familia. Su hermana le dice que cuando aún ni hablaba esperaba la música de la carta de ajuste de Televisión Española para coreografiarla.

Con seis entró en un grupo de baile folclórico. «Había una profesora, María Dolores se llamaba, que me aceptó fuera de plazo, ya te digo yo que con siete hijos mi madre casi no llegaba a todo con puntualidad», recuerda La Lupi, y relata que dos años más tarde le ocurrió lo mismo.En el Colegio Miraflores había una clase externa del Conservatorio pero cuando quiso apuntarse ya no quedaban plazas. Cómo no lloraría la niña Susana que después del berrinche no tuvo más remedio la profesora que anotarla a boli en un listado ya cerrado y certificado. Fue su primera batalla ganada y el inicial contacto con la danza, de la mano de María Eugenia Martínez que, según indica, le enseñó el valor de la disciplina y el esfuerzo, de trabajar duro. Tanto es así, que mientras lo cuenta se le viene a la memoria una anécdota que todavía le duele: «Una tarde la profesora nos dejó haciendo abdominales, a los cinco minutos mis compañeras se cansaron y pararon pero como la profesora no había vuelto yo seguí hasta una hora. Cuando ésta salió de una reunión tuvo que llevarme al hospital porque me había provocado una lesión».

Con esfuerzo y muchos kilómetros de escenario y carretera junto a su marido, el genial guitarrista Curro de María, adquirieron recientemente su nueva casa. Este puerto base al que vuelven para descansar y cargar pilas guarda algunos de sus tesoros personales más queridos: recuerdos de sus giras, antigüedades que han ido sumando en sus viajes y memorias de sus seres queridos. La decoración del espacio es serena y diáfana, con toques de estilo oriental y algunos guiños flamencos, pero sin excesos. Su amigo, el diseñador de interiores Francisco Rodríguez, le ha ayudado en esta tarea que, confiesa, le encanta. Sobre una base neutra en un tono blanco potenciado por la intensa luz de Málaga se construye un interiorismo acogedor, sin demasiados elementos. Toques naturales, piezas de anticuario y adornos de culturas orientales componen los pilares sobre los que se asienta este hogar.

En el salón comedor destaca la colección de mantones bordados del siglo XIX. Reliquias que regalan primaveras a un comedor discreto, con una mesa de cristal y sillas de ratán. La zona de estar sigue las mismas pautas:sofá blanco y toques de aguamarina que desfilan en marcos por las paredes de esta estancia, como si el Mediterráneo hubiese subido un poco a la montaña. En la vitrina de la sala aguardan recuerdos y devociones. A la familia, con las novelas de Ágatha Christie que tanto le gustaban al padre de La Lupi encerradas en una jaula de anticuario; con fotografías de bailaoras a las que admira como La Mejorana o Pastora Imperio, esta última protagonista del espectáculo que supuso un antes y un después en su carrera y que se gestó casi de casualidad. Así, por azares del destino le han llegado a La Lupi los mejores lances. Le pasó al inicio de su carrera profesional, con sólo 15 años. Ya había terminado el Conservatorio y se apuntó a un grupo de baile con adultos. Como su energía superaba el afán de sus compañeros, éstos le pidieron que dejara el grupo y su profesora, para motivarla, le propuso buscarle una oportunidad para bailar en hoteles y salas rocieras de la mano de Pilar Carmona. Con ella se subió la primera vez a un escenario y se forjó como artista. «Yo sólo quería bailar y aprender, tal era mi obsesión que esperaba a que Pilar tuviera la menstruación para ocupar su puesto como primera figura», reconoce entre risas. Allí, en la Taberna de Pepe López, en Torremolinos, compartió noches de juerga flamenca junto a Carrete y otros grandes. Con 17 años El Tano la cogió como pareja de baile y un año más tarde tuvo su oportunidad en Madrid de la mano de Juan Maya Marote y Ángeles Arranz. «Yo estaba muy asustada, todo era nuevo para mí, lo de contemporáneo me sonaba a chino, me llevaba mi libretita y mi boli para que no se me escapara nada, yo era una esponja deseando aprender de todo», apunta. No todo fueron luces, que recuerda La Lupi lo mucho que lloraba cuando no acababan de salirle las cosas, tan lejos de su familia y de todo. Después llegaría su gira con Carmen Mota. Todo lo que ganaba lo reinvertía en clases, pero llegó la crisis de los noventa y seguir en Madrid era insostenible.

Lo cuenta con cierta melancolía mientras enseña algunos de los casi cincuenta pares de zapatos de baile que guarda en su vestidor. Rojos, de purpurina, rosas, blancos, de todos los colores. Ahora sí, pero no siempre, dice: «Yo creo que tengo tantos zapatos porque no pude comprarme mis primeros Gallardo hasta los 19 años». Pero la suerte le llega a quien sabe esperarla trabajando.

En Málaga dio clases en el Ateneo a sus antiguas compañeras e incluso a una niña de talento portentoso que años más tarde ha dado gloria al flamenco: Rocío Molina. Hasta el año 2005, año de la primera Bienal de Málaga en Flamenco, la vida de La Lupi fue tirar de sus alumnas y moverlas por teatros y salas. Un no parar. Ese año estrenó La serrana en la Bienal de Málaga y reconoce que fue el punto de inflexión definitivo para su carrera. Más tarde Rafael Amargo organizó su puesta de largo en el Teatro Real de Madrid y Juan de Juan le ofreció una gran oportunidad que de nuevo supo aprovechar.

Sin embargo, el nombre de La Lupi se escribió en mayúsculas en la historia del flamenco a raíz de una llamada telefónica que recibió en 2012. Era Miguel Poveda y quería que fuera la figura de baile de su espectáculo Artesano. Con la gracia que la caracteriza, ella le lanzó una broma: «No sé i podré, tengo la agenda muy apretada». Con ese mismo chiste nació una amistad más allá de lo profesional que ochenta conciertos después se mantiene intacta. Ahora a Susana Lupiáñez se le abren un abanico de proyectos. Mantiene intacta su ilusión y sus ganas de seguir aprendiendo. En diciembre estará en el Cervantes con Mudanza y ya prepara su próximo espectáculo, un homenaje muy especial a La Paula.

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