Beatriz de Orleáns, reina por un día
Brilló con luz propia en la boda de su hijo Francisco en Alemania, enlace al que asistieron unos 300 invitados y duró tres días
rosa villacastín
Lunes, 28 de julio 2014, 01:31
Dicen que en las bodas importantes tan protagonista es la novia como la madrina, y en la que tuvo lugar ayer en el castillo de ... Niederaidbach, Alemania, Beatriz de Orleáns brilló con luz propia, no solo porque se casaba el menor de sus hijos, Francisco de Orleáns, nieto de los duques de París, que como sabrán mantienen un largo y tedioso litigio por la legitimidad de la corona francesa con Luis Alfonso de Borbón, el hijo de Carmen Martínez Bordiú.
Un asunto que desde luego no le quita al sueño a la madre de la criatura porque bien sabe Beatriz que la posibilidad de que un día la monarquía se reinstaure en Francia es más que improbable. De manera que lo que ella hace muy bien es lucir el título que ha heredado de su marido, del que se divorció hace años, con mucho salero y esfuerzo, ya que ha sido ella y no el aristócrata la que ha sacado a sus hijos adelante, con gran éxito por cierto.
Directora de comunicación de la Casa Dior durante más de un cuarto de siglo, Beatriz decidió jubilarse hace tres años para así poder pasar más tiempo con sus nietos y largas temporadas en la casa que tiene en San Pedro Alcántara y que un día perteneció a Carmen Sevilla.
La boda de Francisco y Theresa von Einsiedel, es una boda por amor, de cuento de hadas, porque como bien dice el refrán Dios les cría y ellos se juntan.
La pareja se conoció en Viena durante un baile y el flechazo fue inmediato. Como todos los flechazos, que llegan sin previo aviso, y cuando te das cuenta ya has caído en las redes del amor. Después vinieron las llamadas de teléfono, las conversaciones interminables, los twitters, los mensajitos, los encuentros en la Riviera francesa, hasta que Francisco le pidió la mano y Theresa se la concedió encantada. Tan encantada que no le importa que su chico no hable alemán y ella no hable francés porque se entienden en inglés que es un idioma universal y para un apuro les sirve.
A la boda, que duró tres días, tres, acudieron además de la familia de los contrayentes, unos 300 invitados más, todos ellos emparentados entre sí, porque no hay un mundo más endogámico que el de la aristocracia centroeuropea.
Los festejos comenzaron, según me comenta Beatriz por teléfono, el viernes por la mañana con una ceremonia civil que continuó por la noche con un flamenquito en la casa de la novia, que cuenta con una capilla privada, que es donde el sábado se celebró la ceremonia religiosa en la que se exigía a los invitados que vistieran ellos el típico chaqué y ellas de corto ya que después de convertirse en marido y mujer celebraron un almuerzo al que asistieron todos los invitados.
Por la noche tuvo lugar el gran baile de gala donde pudieron verse los trajes más sencillos con las joyas más espectaculares y al revés, las joyas más sencillas con los trajes más espectaculares.
Como es lógico, Beatriz tiro de armario y sacó sus mejores galas, siendo como era la madrina de la ceremonia. Para la ceremonia civil lució un Lacroix y para la religiosa un Dior que quitaba el hipo.
La novia, muy en su línea, optó por el diseñador inglés Jonathan Saunders. Y colorín, colorado, este cuento se ha terminado.
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