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El interior de las casetas de marcha ofrece ambiente durante toda la feria. Foto: Migue Fernández | Vídeo: Pedro J. Quero

El real se mantiene como epicentro de la fiesta nocturna

Las casetas de marcha llevan años luchando por ofrecer un ambiente selecto, más cuidado y con ambientación que les ayude a diferenciarse del resto a causa de la feroz competencia

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Martes, 20 de agosto 2019, 01:45

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La multitud de factores que inciden en la Feria de Málaga hace que el análisis sea inevitable, al igual que la comparación entre los distintos espacios. Es habitual mirar con ojo crítico la programación de conciertos en el Centro o el número de bombillas que iluminan las portadas del Real Cortijo de Torres, así como el volumen de afluencia en ambos lugares, entre otros elementos –limpieza, horarios, prohibiciones–. Pero hay un hecho que suele quedarse fuera de esa mirada analítica, porque más que un acontecimiento es una realidad por sí misma: el recinto ferial es el epicentro indiscutible de las noches de la feria, siempre lo ha sido y a lo largo de esta edición de 2019 está quedando más que confirmado que seguirá siéndolo.

La prolongación del ambiente de la tarde en el Centro hace que muchas noches de feria sean buenas –o muy buenas, según se mire y sobre todo si se compara con el resto de sesiones del templado agosto hostelero–. Pero en ningún caso ese ambiente hace sombra al del real, ni en los festivos o vísperas. El Cortijo de Torres se mantiene un año más como líder de la juerga nocturna, porque las casetas de marcha, como indicaba a SUR la noche del domingo el responsable de Makanan, Luis Gaspar, solo tienen de casetas «el nombre». «Desde hace unos tres años empezamos a hacer inversiones muy grandes, tanto que lo que hay aquí dentro está mucho más cuidado que algunas discotecas del Centro».

En Makanan, el visitante es recibido por una fuente horizontal que divide los espacios, hay reservados en distintos niveles y las paredes son de madera. El aire acondicionado es lo suficiente potente para combatir el bochorno y la gente que entra «ya no quiere salir hasta el cierre». «La pena es que no podamos utilizar esta infraestructura más veces al año, ya que hay facilidades para el transporte y no se molesta a los vecinos», comenta el responsable.

En la caseta La Mami ocurre algo similar. La responsable de relaciones públicas del establecimiento comenta que la clave para diferenciarse del resto –las casetas de marcha compiten directamente las unas con las otras, puerta con puerta– está en la ambientación. «Intentamos ofrecer algo que no tenga nadie, además de, obviamente, dar el mejor trato posible al cliente». El pilar de esta estrategia está en la ambientación de La Mami, coronada por el cuerpo de baile cubano Jorge La Suerte. En uno de los reservados de la caseta, los bailarines esperan a que llegue su turno. William Díaz, Maykel Chong, Will el Kbayo, Alejandro y El peseta fuman de una cachimba y charlan por encima de la atronadora música. «Intentamos hacer que la gente que nos ve se olvide de los problemas, aunque sea por un rato», comentan. Para ellos, su paso por la caseta es más que una simple actuación y asciende a la categoría de ritual. «No se trata de bailarlo, sino de pasarla bien».

Alexandra, una madrileña de 18 años espera junto a un grupo de malagueños en la puerta de la discoteca-caseta Moliere (una de tantas marcas del Centro que se traslada al real, como Malafama o Gold). «Es el segundo año que vengo a la feria y nunca he estado en el centro, lo único que conozco es esto y me encanta, es como una discoteca gigante». Esta reflexión representa parte del éxito del Cortijo de Torres, que también se nutre de los feriantes del Centro que quieren seguir con la juerga.

En la explanada de la juventud, donde miles de personas hacen botellón en torno a un escenario donde decenas de dj's desfilan para poner a todo el mundo a bailar, ocurre algo similar. «¿Para qué vamos a ir al Centro si aquí se está de lujo?», añaden Alberto y Ernesto, dos chicos de Málaga que solo conocen la feria nocturna. «Nos han dicho que allí no se puede ni estar de la gente que hay y aquí siempre hay algo de espacio por algún lado».

Pero no todo es blanco o negro. Algunas de las casetas que permanecen hasta las seis de la mañana ofreciendo fiesta se llenan desde las dos de la tarde, con un público quizá más maduro pero igual de fiestero. Es el caso de El Pimpi, uno de los pocos espacios que se llena con el almuerzo y echa la persiana a la vez que las que tienen un perfil más nocturno.

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