Aquel verano de Antonio Pedraza y la mujer de su vida
El economista y presidente de la Fundación Manuel Alcántara recuerda el verano de 1981 en que se casó con Inmaculada Bueno
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Lunes, 5 de agosto 2019, 00:24
Antonio Pedraza me espera en la cafetería del Museo Thyssen una mañana de julio en el que el calor no da tregua. Es una persona ... con carisma, de trato exquisito, que tiene el porte de un actor de cine del Hollywood clásico al estilo de Cary Grant o Gary Cooper; y siempre tiene una sonrisa en la cara, lo que se agradece en tiempos de crispación. En la mesa tiene un folio escrito a mano por las dos caras. Le echa una ojeada, y me dice que desde que hablamos por teléfono ha estado recordando su juventud, pensando en qué verano me iba a relatar y tratando de ser lo más fiel posible a los hechos. «No podemos inventarnos el pasado. Máxime en tiempos de postverdad», afirma, aunque Pedraza sabe que la memoria puede ser engañosa. «¿Cómo vivimos los veranos?», se pregunta, y él mismo encuentra la respuesta: «La clave es la nostalgia». Y es que a los veranos de la infancia y juventud los mueve de un modo u otro la nostalgia. Y no solo los veranos, también los lugares de la niñez y tantos acontecimientos que la marcaron. La nostalgia puede presentarse de formas diferentes pero siempre activa esos recuerdos que nos emocionaron, que nos hicieron felices, esos hechos que nos ilusionaron y que nos siguen ilusionando todavía hoy.
«Aquel verano del 81 éramos jóvenes, felices, aún vivían nuestros padres, no habíamos sentido el vacío de su ausencia, nos sentíamos ganadores, el futuro estaba en nuestras manos y se veía con menos dificultad con que la ven los jóvenes de hoy cuando se enfrentan a un modo de vida que cambia a gran velocidad debido a un flujo tecnológico y económico que solo es capaz de producir vertiginosas uniformidades, pero no solo fue importante porque fue el año que me iba a casar con la mujer de mi vida, también lo fue porque fue un verano de cambio en todos los sentidos», comenta Antonio Pedraza. Y no le falta razón, fue el año del 23-F, que lo pilló en el Parador de Gibralfaro y le hizo interesarse más en la política.
Pedraza se define a sí mismo como un «outsider» para su época en relación a cómo conoció y terminó casándose con Inmaculada, la mujer de su vida. Él nació en Málaga, sus padres eran modestos agricultores en Campanillas, «aquella infancia de 'Platero y yo'», recuerda. A la que sería su mujer la conoció por azar en la calle. Y gracias a la nostalgia, recuerda con cariño ese primer encuentro: «Fue en una despedida de fin de curso en la puerta de la discoteca Gatsby». Desde los 28 años ya era el director del banco Atlántico en Motril. A partir de aquel encuentro, Pedraza empezó a buscar a esa muchacha -era más joven que él- que había visto. La buscó durante mucho tiempo sin suerte, hasta llegó a pensar que no vivía en Málaga y se recriminó que con los nervios no le hubiese hablado.
«Éramos jóvenes, felices, nos sentíamos ganadores, el futuro estaba en nuestras manos y se veía con menos dificultad con que la ven los jóvenes de hoy», recuerda Pedraza
Y un día, cuando la esperanza de encontrarla empezaba a desvanecerse, caminando por una de las aceras de calle Larios, la vio por la otra acera, cruzó corriendo y la detuvo. Quizá es la nostalgia lo que le hace revivir ese momento con una amplia sonrisa, feliz, «no me dio el teléfono de su casa, pero no sé cómo surgió su apellido en la conversación y con eso me propuse encontrarla». Mientras habla también recuerda que aquella Málaga de 1981 era muy distinta a la de hoy. «Nos conocíamos todos y pasear por calle Larios era encontrarse a amigos por las dos aceras. Ahora es más cosmopolita pero más impersonal», dice, y continúa, «como tenía su apellido, lo que hice después del trabajo en el banco fue coger el listín telefónico y llamar hasta que di con ella».
Después de muchas llamadas la encontró y todo fue lento a la vez que rápido, recuerda. «Tienes que tener en cuenta que en esa época las familias eran más endogámicas y al principio ella no dijo con quién salía y a mí no me conocían de nada ni dije dónde trabajaba». Pero aquel verano de 1981 se prometieron y fijaron la boda para el 12 de septiembre. Pedraza recuerda que salía del trabajo en Motril a las tres de la tarde se metía en el coche y llegaba a Málaga a las siete para estar dos horas y media con Inmaculada y regresar a Motril.
Banda sonora
Iban a la playa, a Guadalmar, donde toda la playa era para ellos, o a alguna discoteca como Caprice, a la sesión de tarde, donde escuchaban a Abba, Lionel Richie, Diana Ros o Julio Iglesias, a quien conocieron más tarde y el cantante los invitó a todos, mujer e hijas, a disfrutar juntos quince días maravillosos en la Costa Azul.
Fue un verano intenso, de idas y venidas, en el que no paró, preparando su primera casa, los preparativos de la boda, aquellos primeros encuentros con la que sería su mujer. «Si no es ella quizás no me caso, tenía vocación de soltero», comenta, y acto seguido dice: «No es un pasado construido para paliar posibles ausencias del presente, sino que existió. Y todo es muy diferente a como es ahora, era un mundo más cercano, íbamos con mi madre y mi suegra, baños y paseos entrañables», recuerda este economista, Presidente de la Comisión Financiera del Consejo General de Economistas, Presidente Ejecutivo de la Fundación Manuel Alcántara, Patrono del Museo Thyssen y de la Fundación de Antonio Banderas y me dice que recuerda con nostalgia y cariño su paso por ESESA donde fue presidente durante 5 años. Además tiene una consultoría de asesoramiento financiero e inmobiliario con una de sus hijas, Inmi. La otra, Andrea, es médico. Las virtudes de Antonio Pedraza no terminan aquí, pero quizá se hicieron más sólidas en la evocación de aquel verano del 81, que fue el que le cambió la vida.
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