Los festivales de música y las personas que viven alrededor de los recintos donde se celebran tienen una convivencia difícil. Los eventos musicales grandes también ... son los más ruidosos y eso genera que por cada gran festival haya asociaciones vecinales que están en contra de su celebración. Ha sido empezar el festival Brisa, en la explanada del puerto, y ya había quejas por el ruido en comentarios a crónicas periodísticas o en redes sociales. Aquí uno tiene que jugar con su propia dualidad, porque te puede gustar la música en directo y los festivales y, al mismo tiempo, ser vecino, porque todos somos vecinos de alguien, igual que cualquiera de nosotros ha sido turista en algún sitio, y cuántas cosas más.
Los festivales podrían medir su fuerza por la capacidad de sobrevivir a las protestas vecinales. Para aplacar las críticas, algunos eventos optan por invitar a los que viven alrededor, incentivan el silencio mediante decibelios, baile y disfrute consentido y con entrada gratuita. Esto puede generar problemas éticos a algunos vecinos. Recuerdo que, en el desaparecido bar Onda Pasadena, inolvidable Onda, veía a menudo a un tipo sentado solo, tomando cerveza, y por la cercanía de la noche me acerqué a curiosear. Resulta que era el vecino de arriba que había llamado mil veces a la policía por el ruido del local y luego bajaba a ese mismísimo local a beber (habiendo otros) y decía aprovechar mejor el tiempo que si estuviera dando vueltas en la cama, con la posibilidad de conocer gente, para bien y para mal, pero gente cómplice del empeoramiento de su descanso. Pero hacía lo correcto. La mejor manera de soportar el ruido de un concierto se produce cuando uno está dentro. Abogar por la permisividad, permitir fiestas de tus vecinos y que ellos permitan las tuyas.
Tener cerca de casa un festival de música puede parecer divertido, pero tampoco es cuestión de pedirle a los vecinos que se jodan porque son tres días. Están en su derecho a la queja, otra cosa es el caso que se les haga. La buena convivencia suele incluir sacrificios, mecernos en un equilibrio sutil entre lo que permitimos y lo que nos permiten. También tiene que mirar cada uno de qué se queja. A unos les molestará el festival de música, y a los del festival quizá les moleste la feria o la Semana Santa, la celebración de la Eurocopa, la Virgen del Carmen o la última manifestación. Habrá incluso alguien al que le parecerá bien todo lo anterior, pero más o menos, a fin de cuentas, a todo el mundo le molesta algo. A ese equilibrio de convivencia me remito.
Los festivales también tienen que intentar que el ruido que provocan sea el menor, hacerse sostenibles, aprender que volumen alto no es sinónimo de alta calidad, y por supuesto ajustarse a unas normativas muy rígidas y con pocas excepciones, algunas de ellas vinculadas a la industria de los festivales. Y, a los vecinos, que piensen en la excepción, que piensen que el Brisa, por ejemplo, es uno de los pocos eventos de este tipo organizado por malagueños, también vecinos. A los que les moleste el ruido, la recomendación última es que vayan al festival, como el vecino del Onda. Con entrada gratis, pagando, o con un descuento vinculado al código postal, pero que vayan, que puede que les guste.
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