El 'tamarismo', ilustrado
Casi nadie comprendió la idea de hacer una serie sobre Tamara la del 'No cambié'. ¿Qué provecho narrativo podría sacarse de un universo tan demodé, ... tan enquistado en la memoria de lo absurdo? Ahora, tras el estreno en Netflix de esta producción acerca de Tamara/Ámbar/Yurena, casi nadie se pone de acuerdo para calificar su resultado. Porque Nacho Vigalondo ha tomado la figura de esta artista tan estrambótica, propia de la televisión atolondrada de principios de este siglo, como excusa para explayarse en un experimento narrativo originalísimo, arriesgado, a veces tosco, otros poético o surreal, de calado psicológico y de factura nada convencional. Con actores como Natalia de Molina, Carlos Areces o Pepón Nieto, entre otros, la cosa no deviene en una farsa, sino que se le da la vuelta al banal tema principal y se bucea en los recovecos de la desgracia, de las ambiciones maltrechas, de la envidia, de la codicia.
Ocurrió todo hace ya, ay, un cuarto de siglo. Gracias a 'Crónicas Marcianas' Tamara se convirtió en una estrella fugaz, debido tanto al eterno cachondeo de la audiencia nacional como a su legítimo y sobrevalorado amor propio. No sólo su voz nasal y su congelada apariencia fueron motivo de chanza para el público: también una prole de secundarios, una constelación de personajes que, brotados desde extrarradios diversos de la cultura popular, alimentaron la conversación social, por entonces tan analógica pero igual de malvada. Y junto a Tamara aparecieron los renombrados Leonardo Dantés, Tony Genil, Paco Porras o Loly Álvarez, entre otros. Esta 'crème de la crème' del petardeo televisivo es mostrada en 'Superestar' como una especie de caballeros del zodiaco surrealista, ah, desarticulados para intentar explicar y explicarnos por qué elevamos a categoría de suceso el éxito de una canción ramplona, la inauguración chusca de una frutería, operaciones estéticas con vendajes imposibles o diferentes actuaciones delirantes. No sé explicarles si la serie es buena o no, pero claramente es otro delirio patrio, tan gozoso como doloroso.
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