Sala de espera
Cruce de vías ·
El tiempo que transcurre entre la llegada y la salida lo dedico a pensar, otros procuran evadirse. En el fondo todos jugamos con el tiempoEstoy en la sala de espera. No sé cuánto tiempo he pasado en lugares como este a lo largo de la vida. Nadie habla con ... nadie. A mi lado, un hombre rellena un crucigrama. Los demás permanecen meditabundos, excepto una adolescente que juega con el móvil. No nos llaman por el nombre sino por un número. Me lo han dicho al llegar: «Lo llamarán por este número». Aguardo quieto y en silencio que me llegue el turno. Los números no obedecen a ningún orden concreto ni guardan ninguna relación entre sí. Llaman al 39 e inmediatamente después al 821. Salvo la adolescente del móvil, el resto sostenemos el papel en la mano, lo miramos una y otra vez, detenidamente, como si no tuviéramos otra cosa que hacer que memorizar la cifra que suplanta nuestra identidad.
Al despertarme esta mañana, lo primero que pensé fue coger un libro para aprovechar el tiempo de espera. Pero luego se me olvidó en casa, supongo que les ha sucedido lo mismo a la mayoría de los que están aquí. El hombre de al lado rellena el crucigrama en una hoja suelta. Ayer me encontré con Salvador por la calle y me dijo que ya no lee periódicos, lo mismo les pasa a todos los que esperan. Las noticias públicas no les incumben, lo que tenga que ser será, supongo que lo único que les importa es oír su número, abandonar la sala de espera y enfrentarse al destino. Lo que nos van a decir es una incógnita. Me gustaría pensar en otra cosa, pero no lo consigo. Guardo en el bolsillo la pequeña libreta y el lápiz que siempre llevo encima por si se me ocurre alguna idea interesante. Sin embargo, no hago otra cosa que dar vueltas a la cabeza intentando averiguar el futuro, lo que me dirán cuando traspase el umbral de la puerta.
Tengo miedo, quizá no es miedo la palabra adecuada para explicar esta sensación. Incertidumbre, tal vez sea la expresión más exacta. Nunca me han gustado las esperas, odio guardar cola, no tengo paciencia. No hay tiempo que perder. Esta situación es diferente. Desdoblo el papel y vuelvo a mirar el número que me ha tocado en suerte. Yo soy ese número, una mezcla de misterio y azar. Una presencia sin nombre, sin apellidos, como el desconocido que a diario me observa en el espejo. El reflejo de la espera. El tiempo que transcurre entre la llegada y la salida lo dedico a pensar, otros procuran evadirse. En el fondo todos jugamos con el tiempo. El resultado varía según el juego que cada cual elige. La adolescente lo sabe, lo que pasa es que ella acaba de entrar en la sala e ignora que los números son aleatorios y que cuando menos lo imaginas surge la sorpresa.
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