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'Ciudad del paraíso', de Vicente Aleixandre, es el emblema de la Málaga en verso. Pero no es el único ejemplo. Poetas de todos los tiempos, propios y foráneos, se inspiraron en la ciudad y en su entorno para sus versos. Estos son algunos de ellos (recogidos en 'Andén Sur. Málaga en la poesía del siglo XX', con edición de Rafael Inglada, y en 'Málaga. Meeting Point', dirigido por Lorenzo Saval y asesorado por Mesa Toré).
Por la costa del sur, sobre una roca
Alta junto al mar, el cementerio
Aquel descansa en codiciable olvido,
Y el agua arrulla el sueño del pasado.
Desde el dintel, cerrado entre los muros,
Huerto parecería, si no fuese
Por las losas, posadas en la hierba
Como un poco de nieve que no oprime.
Hay troncos a que asisten fuerza y gracia,
Y entre el aire y las hojas buscan nido
Pájaros a la sombra de la muerte;
Hay paz contemplativa, calma entera.
Si el deseo de alguien, que en el tiempo
Dócil no halló la vida a sus deseos,
Puede cumplirse luego, tras la muerte,
Quieres estar allá solo y tranquilo.
Ardido el cuerpo, luego lo que es aire
Al aire vaya, y a la tierra el polvo,
Por obra del afecto a un amigo,
Si un amigo tuviste entre los hombres.
Y no es el silencio solamente,
La quietud del lugar, quien así lleva
Tu memoria hacia allá, mas la conciencia
De que tu vida allí tuvo su cima.
Fue en la estanción cuando la mar y el cielo
Dan una misma luz, la flor es fruto,
Y el destino tan pleno que parece
Cosa dulce adentrarse por la muerte.
Entonces el amor único quiso
En cuerpo amanecido sonreírte,
Esbelto y rubio como espiga al viento.
Tú mirabas tu dicha sin creerla.
Cuando su cetro el día pasa luego
A su amada noche, aún más hermosa
Parece aquella tierra; un dios acaso
Vela en eternidad sobre su sueño.
Entre las hojas fuisteis, descuidados
De una presencia intrusa, y ciegamente
Un labio hallaba en otro ese embeleso
Hijo de la sonrisa y del suspiro.
Al alba el mar pulía vuestros cuerpos,
Puros aún, como de piedra oscura;
La música a la noche acariciaba
Vuestras almas debajo de aquel chopo.
No fue breve esa dicha. ¿Quién pretende
Que la dicha se mida por el tiempo?
Libres vosotros del espacio humano,
Del tiempo quebrantásteis las prisiones.
El recuerdo por eso vuelve hoy
Al cementerio aquel, al mar, la roca
En la costa del sur: el hombre quiere
Caer donde el amor fue suyo un día.
Esta tierra también es tu memoria,
ciudad o mar, el aire que la envuelve,
la luz que la confirma y el sol que le da vida.
Por sus calles abiertas conocí la hermosura,
patria de la inocencia, la orilla de la playa,
luego abismo en donde, ángel caído,
adiviné la muerte y su desierto.
Pero ¿dónde están ahora su luz y su divisa?
¿dónde estarán el brillo y el perfume de sus días
en los que todo se inauguraba
y el mar era ya sólo el límite del sueño?
¿Dónde está el paraíso, presentido en sus atardeceres de púrpura y de fuego?
¿Y que fue de aquel niño que volaba despierto
cuando el mundo era sólo el perfil de los dioses?
Todo se fue perdiendo, como se pierde
el mar si el horizonte se confunde en el cielo.
¿Fue la ciudad, fui yo, fue la distancia?
¿Quién se perdió en el tiempo,
el jardín imposible que no conocía sombra
o el muchacho que huyó de su destino?
Si conocí el amor fue porque estaba
al lado de la espuma, si amé la libertad
fue porque nunca se acababa la orilla.
¿Quién enredó el olvido y la memoria,
el abandono y su largo silencio de reproches,
el regreso y el fracasado sueño de ser libres?
Un largo laberinto se interpuso en mis ojos,
cuando miraba la lentitud de piedra
que cerraba sus manos a mi herida.
Cuando sentía la canción enmudecida
de las olas. ¿O era el silencio que acallaba
los ecos en la noche sin fin de la tradición?
Si la memoria me dice que estás lejos,
el corazón me acerca a tus palmeras.
Si el viento del recuerdo nos separa,
la inmensidad del mar me lleva al litoral.
Todo de lo que vengo se confunde en tus aguas
y en sus conchas traslúcidas se quedan mis raíces.
Ya solo nos queda, oh Málaga perdida,
si in día nos encontramos, tendernos juntos,
como entonces, a mirar la bahía.
Huésped ligero el otoño llega
silencioso hasta Málaga. Yo rezo
por sus vendas benéficas de lluvia
fajando el dulce corazón maltrecho
del verano y su carne. Beso llamas
en las murientes hojas del recuerdo.
Adiós, fría glorieta. Sobre el banco
extiende octubre harapos verdinegros.
Caen frutos y pájaros. La niebla
cicatriza los besos.
La luz –entre cielo y mar–
Se filtra por la persiana.
Quiere sólo murmurar
Este cotidiano hosanna.
El balcón es ya un resumen
Del horizonte marino,
Ancho y largo, sin volumen.
El centelleo no abrasa,
Platea. Yo lo percibo
Como un ondear, cautivo
En una pared de casa.
Mar azul, ahí delante,
Contemplo entre los barrotes
Del balcón. Matisse constante.
Una luz por el parque y el pitido
de un barco que se fue, que se está yendo.
Una luz que conozco y que comprendo
y un barco que partió y que no se ha ido.
Palomas. Y biznagas que han querido
serlo para volar. También lo entiendo:
ser otro y ser lo que estuvimos siendo.
Acaso alguna lo haya conseguido.
Un tranvía de sol con jardinera
y en los Baños del Carmen gran carrera,
concurso entre sirenas y delfines.
No se estaba ya en guerra aquel verano,
mi padre me llevaba de la mano,
yo estudiaba segundo de jazmines.
Suave otoño va amaneciendo.
Trémula aflora la ciudad.
Qué ala fresca para la sangre,
entumecida de soñar.
Vuelan las aves embriagadas
por la amorosa claridad,
y un brillo da a las cosas
una tierna serenidad.
Dulce prodigio cotidiano
de ver, oír, oler, andar,
de resbalar cálidamente
por esta luz, por esta paz;
de ir bebiendo zumo de horas,
el aire azul, la brisa agraz,
y el tibio seno de la tarde
calladamente acariciar.
Ya las almas van despertándose
de su trémulo entresoñar,
y nuestra piel abre sus labios
al don fresquísimo del mar.
La tarde tibia para el sueño.
La noche dulce para amar.
Málaga, donde encontrará una atmósfera limpia,
arriates que invitan a la siesta
y un reposo que, como suele decirse, se mete en las almas:
donde hallará fragantes perfumes,
valles serpenteantes
y costas en las que se ensancha el pecho herido;
donde la violeta sirve en rueda los cálices del junquillo,
y los jazmines son como luceros que surgen en pleno día;
donde el aroma de azahar se mezcla con el perfume de la toronja y las brisas de la mañana...
El mar corría detrás de sí mismo en las olas,
la jábega tenía ojos de egipcio muerto
para verse peinar su cabellera de algas.
Mi mano estaba abierta hacia un perfil gitano.
El mundo antiguo había puesto a secar sus ropas
en una higuera seca. De ella cayó el ahorcado,
sin que se conmoviera la sirena en las tablas
ni alcanzasen las gitanas su perfil abatido
En la secreta cala, una muchacha
de breve pecho y de cintura leve
deja un rastro de perlas en el agua.
Ajena está la ninfa naturista
a sátiros y faunos emboscados
entre riscos y peñas.
Ave del paraíso la walkiria
que soñábase sola en esa playa
bajo una hambrienta turba de mirones
¿Málaga existe?
Fuera de España, y un poquito fuera del mundo, tal vez.
Se supone que la descubrió a principios del siglo veinte (X y O)
el aventurero Pablo Picasso; o que la inventó, entre perspectivas septentrionales, y por sorpresa.
(¡Ay, terrible broche de Picasso, doloroso como un cinturón ajustado, se me quedó clavado en las entrañas!).
Málaga limita al N. con el océano glacial ártico y al S. con el océano glacial
antártico; al E. con el mar del Japón y al O. con el mar del Japón otra vez.
No tiene remedio.
La había soñado para poder llegar a verla. La he visto para no volverla a soñar.
Me moriría si no.
Naciste de la pura geometría,
blanca en la mente azul delineante,
y eres proyecto siempre, alzado instante,
espuma puesta en pie, cuajada y fría,
mas tan real de piedra y teología
que se me van los ojos al bramante
incorruptible, a la plomada amante
de que Dios más que nada se gloría.
Clarividencia de arcos y de claves
visitada por ángeles bautistas,
aula que a fe me mueves y descalzas,
roca y cristal de sal, rada de naves
tu alumno quiero ser si a ti me alzas,
en vuelo anclado palpitando aristas.
Aparecen. Y nunca están llegando.
Asumen de improviso la nobleza
de los grandes mamíferos, su manso
tonelaje. Detrás de algún pequeño
puerto se pueden ver, acomplejados,
aullando roncos contra
la niebla, satisfechos en secreto
de la gran dignidad que alcanzan.
Son el alma perdida
de los que miran, indefensos,
alguna vez el horizonte.
Junto al agua negra
Olor de mar y jazmines.
Noche malagueña
¡Lo que da la mar!
¡Lo que da la mar!
¡Boquerones!
¡Sardinas, jureles!
¡Boquerones, hojitas de plata,
que, frititos, se vuelven de oro!
De ellos tiene la mar un tesoro...
La tierra, sus minas...
Y la mar...,pues la mar de sardinas...
¡Victorianos, chanquetes, jureles,
boquerones, que a mar sólo huelen...!
¡Victorianos! ¡Del Palo!
...Serrana
la que lleva en el pelo mosquetas de grana
y en los labios claveles 'moraos'...,
para usté van a ser 'regalaos',
por esa carita bonita...
Y, además, al café de Chinitas
la voy a llevar
'pa' que oiga las coplas
que a mí me han 'sacao'...
¡Los chanquetes! ¿Quién quiere comprar?
Una cosa tan chica y es... ¡toíta la mar..!
¡Boquerone-e-s!
Atardecer brumoso
cuando paseo.
Huele a jazmín y rosa,
a frescura del huerto.
Mis ojos se quedan
en las manchas verdosas
de las frágiles cañas,
de la morera cansada,
en el júpiter rosa
—mancha de sangre clara
sobre el chirimoyo oscuro—,
en el blanco alegre
de los jazmines
y en el verde triste
de las higueras.
Y se ve a lo lejos,
entre las hojas amarillas
de los plátanos
indolentes y melancólicos,
la mancha gris
de un mar risueño de luna.
Os contemplo infinitamente asombrado, dichosos en vuestra actitud;
en vuestro efímero ornato sois portadores de un sentido eterno.
Ay, quién supiera florecer como vosotros: para ése su corazón se encontraría
por encima de todos los pequeños peligros, en el grande estaría sereno.
Atardece. Las mangas de riego culebrean
sus chorros diamantinos. Reverdece el jardín.
Es hora familiar. Las amas cuchichean.
De cada mata surge riendo un querubín.
Fray Angélico hubiera pintado estos rosales;
Murillo estos pañales
y esta cara de virgen andaluza y gitana.
(Un coche fugitivo lleva una flor pagana,
que encandila los ojos de los hombres formales).
dibujo de sus curiosidades retorcidas caracolas de bizcocho y churro malagueño tejeringo y sus collares de manojitos de boquerones.
Suntuosa Leonarda.
Carne pontifical y traje blanco,
en las barandas de 'Villa Leonarda'.
Expuesta a los tranvías y a los barcos.
Negros torsos bañistas oscurecen
la ribera del mar. Oscilando
–concha y loto a la vez-
viene tu culo
de Ceres en retórica de mármol
Subir por esa escala, callando, hacia arriba, hacia la luz.
¡Alcazaba mía malagueña!
Subir por la sombra, presintiendo arriba todavía el agua antigua de la fuente que fluye.
Subir con el corazón que ahora sufre, solo, creído.
¡Quién te encontrara, niño que fui y que, acodado, veías
el vasto paisaje de Málaga, leve en las luces!
¡Quién supiera que arriba estabas, solo, asomado!
La mejilla en la mano, sobre la piedra, el pecho en la piedra.
Y unos ojos serenos, todavía nacientes, puros, mirando.
Subir por esta escala muda, sin ruido, en la sombra.
Subir apresurándose, casi como un sueño dichoso, con el corazón oprimido pero esperando.
Y saber que arriba está el niño que fuera, que fue, que dura y contempla.
Masa de tiempo dulce, sí, suspendido
sobre una Málaga que volaba, blanda en las luces.
Y asomar y un instante verle, quieto, concreto,
con su rostro en su mano niña, y el aire, y oír el agua.
Y cerrar poco a poco los ojos -¡Málaga, quién te mira!-
y abrirlos luego despacio, leve -y otra vez el agua...–,
ahora niño claro que aquí acodado, puro, contempla.
Málaga. (El farolillo colorado
del reloj, reolina el minutero,
gira, ruleta infiel, descarrilado).
-¡Dátiles de la mar! Una palmera,
tu quitasol, cuando por la bahía
rubrique un arco tu gasolinera.
¡El Coche-Restorán! (Menú: claveles al
salitre francés: plato del día;
y vino de amarantas moscateles.)
-¡Adiós, adiós, adiós! En los viajes,
beba usted solo, con la vista, el viento
de los precipitados paisajes.
Si Málaga no fuera una palmera,
si no fuera una sombra larga y fresca,
y si no fuese un tanto melillera,
con moros, con soldados, con chumberas...
¿Sería Málaga, si todo esto no fuera?
Si no tuviera el callejón propicio,
la esquina misteriosa y recoleta,
y ese balcón con perfume de labios,
y aquella inesperada plazoleta...
¿Sería Málaga, si todo esto no fuera?
¿El barco?...
¿La piedra?...
¿El sol?
(Silencio)
En la noche abierta
todo huele a corazón
¡El barco!
¡La piedra!
¡El sol!
Málaga arada por la muerte
y perseguida entre los precipicios
hasta que las enloquecidas madres
azotaban la piedra con sus recién nacidos.
Furor, vuelo de luto
y muerte y cólera,
hasta que ya las lágrimas y el duelo reunidos,
hasta que las palabras y el desmayo y la ira
no son sino un montón de huesos en un camino
y una piedra enterrada por el polvo.
Nada saben de esto los pulpos que viven debajo de la playa,
con sus múltiples brazos abrazan cuanto tocan
donde más bien se agarran las raíces de roca,
donde sueña una sueca haciéndose la ídem.
Vine a la mar dudando si estaría
donde yo la dejé: junto a la raya
donde la espuma eventual acalla
su antigua discusión con la bahía.
Llegué a la mar. Estaba todavía.
Ella lo mismo y yo distinto. Vaya
una cosa por otra y, por la playa,
vayan los dos en busca de aquel día.
Vine a la mar y me encontré en la arena
—niño llevando cubos a la pena
y palas a la orilla del verano—.
Me hice a la mar, estando hecho al recuerdo,
por perderme otra vez como me pierdo
junto al que fui, cogidos de la mano.
Bajo mi cama estáis, conchas, algas, arenas:
comienza vuestro frío donde acaban mis sábanas.
Rozaría una jábega con descolgar los brazos
y su red tendería al palo de mesana
de este lecho flotante entre ataúd y tina.
Cuando cierro los ojos, se me cubren de escamas.
Cuando cierro los ojos, el viento del Estrecho
pone olor de Guinea en la ropa mojada,
pone sal en un cesto de flores y racimos
de uvas verdes y negras encima de mi almohada,
pone henchido el insomnio y en un larguero entonces
me siento con mi sueño a ver pasar el agua.
La ciudad sin instinto de ciudad
la fragmentan los parques de exotismo importado.
Altísimas palmeras oscilantes
sobre edificios públicos
detienen al viajero.
El verano y la muerte
se citan en paseos con palmeras
y parasoles blancos y palomas.
Se enseñan mutuas fotos. Se les oye contar
con gestos minuciosos
sus ganancias y pérdidas recientes.
He mirado la verja de unas tumbas,
la fuente en que bebían los caballos,
el sosiego que guarda para sí este paseo
de escaparates mínimos, sin gente.
Esta ciudad no es ya el poder de tedio
que yo un día temí como a un murmullo.
He visto el mar con alguien,
apenas una voz que ha reído a mi lado
esos submarinismos minuciosos
del pájaro que pesca
y eso es, pienso ahora, la ciudad,
un contemplar pagano,
sin pedirme a mí nada ni yo a ella:
mi ciudad, la hoja rosa, el alto seto.
la ciudad levanta la prisa hacia arriba
tramita de centros los barrios
circunvala de brazos cruzados
mira y pestañea con todos los semáforos
muestra que está abierta plenamente
y en esa ciudad estás tú
en algún punto latitud longitud
estás guardando tu secreto
a esa multitud que rodea los mercados
que trafica con dinero
que escatima tu subsidio
estás rondando la n tres cuarenta de tu litoral letal
caminando hacia aceras
perforando túneles
con la cabeza de pensar
haciendo carteles en el sencillo pacto de mirarlos
pero si tú desapareces
la ciudad se hace lenta
hacia abajo
se limita a un recuerdo
se pone dominical y religiosa
hay tanta naturaleza donde no estás
que quererte es un acto social y urbano
muy civilizado
te cedo el paso
te cedo el peso
te cedo el piso
te cedo el poso
y te cedo el pulso
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