Patio interior
Cruce de vías ·
Mi infancia transcurrió en ese espacio rectangular que tenía una canasta de baloncesto y dos porterías dibujadas con tiza en las paredesLa vida transcurría en los patios interiores, la calle era otra historia. Nosotros vivíamos en el piso bajo, la casa tenía tres patios. La ventana ... de la cocina daba al patio comunitario, los otros dos patios eran de uso particular. La puerta para salir al primero de ellos estaba en el cuarto de baño y las del otro se hallaban en las habitaciones traseras. El patio que tenía más vida era el de la cocina. Oíamos las canciones, los diálogos y las discusiones del vecindario con el sonido de fondo de las emisoras de radio. Cuando alguien gritaba enfurecido se hacía el silencio en el resto del edificio. Las ventanas se transformaban en las bocas de los vecinos. No les veíamos la cara pero reconocíamos la voz. Las madres se comunicaban a través de ese patio. Mi madre llamaba a la vecina del rellano para pedirle cualquier condimento que necesitaba para cocinar. Mi padre utilizaba un silbido especial para llamar a su hermano que vivía en el segundo. Al patio del cuarto de baño daban las ventanas de otros cuartos con sombras misteriosas. El patio trasero era el más grande.
Mi infancia transcurrió en ese espacio rectangular que tenía una canasta de baloncesto y dos porterías dibujadas con tiza en las paredes. Mis amigos atravesaban el pasillo hasta llegar al otro extremo de la casa igual que los jugadores de fútbol cuando saltan al terreno de juego. Durante el verano caían vencejos al patio comunitario y se colaban en la cocina. Mi padre me enseñó a cogerlos por las puntas de las alas, luego íbamos al chaflán, los lanzábamos al aire y se iban volando, como si quisieran huir de aquella trampa. No solían caer en los otros patios, quizá habían descubierto que tras las ventanas de la cocina se ocultaba la vida. Los patios eran igual que el interior de nuestros cuerpos, a través de ellos fluía la sangre y se escuchaban los latidos del corazón, los sentimientos.
Echo de menos los patios interiores de la infancia. Actualmente no se oye nada. Cuando me cruzo con un vecino en el portal, nos saludamos e inmediatamente volvemos a encerrarnos en el anonimato. No sé dónde vive, ni cuál es su ventana, y si necesito cualquier cosa he de salir a comprarla. Ayer me quedé sin pan y tuve que coger el coche porque vivo en una urbanización apartada y no hay tiendas cercanas. Mientras conducía pensé en los patios interiores de entonces. Me crucé con la señora Elvira; el señor Guijarro; mi tío Quico, la prima Rosa; Cristina, la vecina del piso de encima. El mundo se concentraba en espacios rectangulares al aire libre. La vida eran voces y música, con sus crescendos orquestales sublimes y también angustiosos; con sus silencios.
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