Paco Cumpián: 'golfemia', aplomo y un deber indomable con la palabra
«No es nada fácil resumir la intensidad de Paco Cumpián: poeta incombustible, rapsoda en el desierto, artesano de las letras de plomo, acuarelista nocturno, ... agitador no profesional, padre de una hija, viajero de los trópicos, amante del tabaco y del vino refinado, un hombre con sombrero que pasea con las manos a la espalda», decía en su discurso de presentación el galerista Alfredo Viñas en el homenaje que el poeta recibió esta semana en la Casa Brenan ante un público numeroso, lleno de aguerridos militantes de la cultura deleitados con las más de dos horas de duración de un acto que podría haberse extendido durante toda la noche, que es el territorio donde el malditismo circula con más magia, y mayor impunidad.
Alfredo Viñas abrió su galería en 1993, el mismo año en el que Cumpián, que es lo más parecido que tenemos en Málaga a un miembro de la Generación Beat, comenzó con su proyecto de librería y taller, Árbol de Poe. La ciudad ha cambiado mucho desde entonces, y Málaga no sería la misma sin esos dos lugares, del mismo modo que muchos poetas no lo serían ahora en el caso de que Paco se hubiera dedicado a otra cosa, si es que eso es siquiera concebible, que no fuera escribir, editar, caminar algo quebradizo o fumar en esa pipa larga para ensanchar el alma.
Su librería especializada en poesía, y luego taller de edición tipográfica, estaba la calle Frailes, donde el poeta ha vivido hasta hace poco hasta que emprendió su viaje a Marruecos, Chauen, donde trabaja el telar y hace alfombras, porque tanto él como su compañera Isabel Ruiz siempre tienen que estar tejiendo algo. En el homenaje en la Brenan, se proyectó el documental '(A) plomo', dirigido por Pablo Macías y Soledad Villalba (disponible en Filmin), el testimonio de un estado de metamorfosis que, después de dejar Antequera, París y Madrid, ha dejado también un Centro que tampoco es el mismo. En una de las imágenes del documental, se ve al poeta comprando pollo en el mercado para hacer lagrimitas. No encuentro nada más literario. Hace poco, Paco Cumpián, que es poeta 24 horas, como un 'drugstore cowboy', y que es uno de los pocos que de verdad sabe recitar, también fue homenajeado en el Instituto Cervantes de Tánger cuyo director, Javier Rioyo, quiso estar en Churriana para reivindicar a Cumpián como un poeta de los buenos y acercarnos a su perfil más canalla, época de largas noches de poesía, disparate y canalleo culto, la 'golfemia', que acaso a día de hoy sigue dando coletazos entre despedidas y penitencias que ahogan las calles y en los bares donde todo pasa. En los 90, cuando Cumpián volvió a Málaga, recitaba poesía en el Onda Pasadena y pagaba a los poetas con vino, como es tradición entre grandes escritores: Vila-Matas contó una vez que su primer acto literario fue recompensado con un gintonic.
Por más que uno se ponga a pensarlo, encontrará en la literatura pocas personalidades tan decisivas como la de Cumpián, relevante para tantas generaciones, como las últimas, que ahora le editan a él. Su poesía más reciente hasta la fecha está reunida en 'Confín', en la editorial Letraversal que dirige Ángelo Néstore, otro autor que, como muchos otros, no habrían sido lo mismo sin Paco, tanto que quizá ni siquiera hubieran sido poetas. Recordamos con Alfredo Taján aquellos tiempos del Instituto Municipal del Libro, ahora enterrado en el cementerio junto a la tumba de Jane Bowles, y productor de algunas ediciones fabulosas de Cumpián que caían en nuestras manos como un artefacto cultural irrepetible, un objeto bello e inmortal que, igual que le pasa a la poesía, envejece con el tiempo, pero no se agota nunca.
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