Año nuevo
Cruce de Vías ·
A veces, la velocidad de vértigo nos hace ver de refilón ciertos momentos cruciales de la vida, como si fuéramos volando a ras de tierraSe cumplen ya 20 años desde que cambiamos de siglo. El tiempo corre demasiado rápido. Hay fechas que quedan grabadas en la memoria, sin embargo ... no recuerdo dónde celebré aquella Nochevieja que marcó la frontera entre dos siglos. A veces, la velocidad de vértigo nos hace ver de refilón ciertos momentos cruciales de la vida, como si fuéramos volando a ras de tierra. No es posible retener todas las imágenes que aparecen a nuestro paso. Me esfuerzo en recordar dónde estaba la noche del 31 de diciembre de 1999, pero no lo consigo y decido dejarlo en el aire igual que tantos otros instantes. La memoria es una compañera caprichosa. No quiero seguir jugando con los años, barajando fechas, porque acabo perdiendo la paciencia. Me vence el tiempo, un enemigo demasiado poderoso.
Desando el camino hasta llegar a la infancia. No hay tele en casa. La familia entera aguarda que suenen las doce campanadas en la radio sin dejar de mirar el reloj del comedor, cada cual con sus pensamientos en un lugar secreto. Después de tomar las uvas se produce un breve paréntesis de silencio, muy breve. La síntesis de un año plasmada en pocos segundos. No siempre resulta fácil pasar página y comenzar de nuevo. Hay detalles de la infancia que recuerdo perfectamente, como las palabras que pronunciaba mi abuela cada 31 de diciembre: 'Mañana viene un hombre con más ojos que días tiene el año'. Nunca vi a ese hombre misterioso. Tampoco olvido los fines de año que he celebrado en el extranjero. El más divertido fue hace tres años en el Mar Muerto, paradojas de la vida.
Vivir el presente también consiste en pararse a revivir el pasado. Una Navidad decidí recibir el año en la Puerta del Sol, al otro lado de la tele, quizá fuera esa la Nochevieja de 1999. No sentí ninguna emoción al oír las campanadas, como si estuviera actuando de extra junto a miles de desconocidos. Al día siguiente, por la mañana temprano, me asomé a la ventana del hotel y vi caer la nieve sobre las calles vacías. Una auténtica estampa de Navidad. Entonces fui consciente de que había transcurrido un año en aquella singular noche. Lo único que variaba de un año a otro era el último número de una cifra que habría de permanecer inmóvil durante 365 días.
Sigo dando vueltas a los fines de año. Me vienen nombres a la memoria, casas, rostros, fiestas, reuniones y amaneceres. No hago promesas ni me impongo metas. No sé si alguna vez, en Nochevieja, me he planteado algún propósito de enmienda, no creo, lo recordaría. Si hoy tengo algo claro es que continuaré siendo el mismo, no voy a cambiar de la noche a la mañana, ¿cómo voy a perder los malos hábitos a estas alturas de la vida?
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