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Sr. García .
El niño que enseñó ajedrez a Chaplin

El niño que enseñó ajedrez a Chaplin

Cuentos, jaques y leyendas ·

Samuel Reshevsky aprendió a jugar por observación, las ideas le aparecían en la cabeza como por arte de magia

manuel azuaga herrera

Domingo, 13 de septiembre 2020, 00:10

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Un chico de 4 años se muestra tan inquieto que el padre, para distraerlo, le enseña a mover las piezas del ajedrez. El padre sabe que aún es demasiado pequeño para este tipo de estrategias, pero, por alguna razón, el truco funciona. El hijo ahora se pasa las horas delante del tablero, mueve un alfil de aquí para allá, emite sonidos, onomatopeyas. Al poco de aquello, el padre juega una partida con un buen amigo, en casa, como de costumbre. El hijo observa la lucha en silencio. No molesta, casi no respira, parece un insecto. La posición encalla y, tras una mirada fugaz, los jugadores acuerdan tablas. El padre y su amigo se disponen a recoger las piezas con minuciosidad, como quien limpia la escena de un crimen. El mocoso interviene: «Papá, tenías mate», le dice. El padre se disculpa ante su amigo: este niño, tan renacuajo y tan insolente. Pero el hijo insiste. Insiste tanto que el padre se ve obligado a darle las piezas, avergonzado. A ver, cómo quieres que gane, es imposible. El pequeño coloca las figuras sobre el tablero, sin fallo, y les muestra a ambos la combinación ganadora: jaque mate. El amigo mira al padre, asiente. Comprende de golpe que está delante de un extraordinario prodigio. Paul Morphy, uno de los grandes genios de este juego-ciencia, también empezó a jugar con esa edad, más o menos de la misma manera, por imitación. La historia del ajedrez se repite, una vez más. El pequeño es ajeno al capricho de su propia aventura, los mira. Se llama Samuel Reshevsky. Y es el hijo de Jacob, un hombre de campo, judío, de principios de siglo XX.

A partir de aquella tarde sucedieron muchas cosas. La portentosa progresión de Reshevsky lo convirtió en un fenómeno local, todo el mundo quería conocer a Sammy, el Capablanca polaco. Jacob llevó a su hijo a Varsovia para que conociera a uno de los jugadores más fuertes del continente, Akiba Rubinstein. Rubinstein (no confundir con el pianista) jugó contra el chico una partida, para medir cuál era su verdadero talento, y quedó realmente impresionado. Aunque perdió, Sammy opuso una dura resistencia. Nada más acabar, Akiba le mostró una partida que él mismo le había ganado al alemán Lasker, el vigente número uno. En ese instante, así lo cuenta la leyenda, el pequeño Reshevsky volvió a hacer de las suyas y le explicó a Rubinstein cómo podía haber ganado el duelo en dos jugadas menos. Rubinstein, atónito, exclamó: «Algún día, pequeñajo, serás campeón del mundo».

Así como Gauss, el príncipe de las matemáticas, comprendía el álgebra de forma intuitiva, Reshevsky era capaz de entender el juego del ajedrez de un modo innato. «El ajedrez era para mí una función natural, como la respiración», escribió. «No me exigía mayores esfuerzos. Las jugadas correctas se me presentaban espontáneamente, sin buscarlas». Su genio se resume a través de la siguiente anécdota. Los alemanes habían ocupado Polonia y el general von Besseler, gobernador militar, le retó a una partida. Reshevsky tenía sólo 6 años en aquel momento y, a pesar de ello, ganó la batalla. Como en una película clásica, lo hizo dejando una frase lapidaria y valiente, de plano corto: «Usted podrá matarnos, pero yo le he derrotado».

La habilidad de Sammy para el ajedrez era tan portentosa que su padre vio una oportunidad única de hacer negocio y decidió llevarlo de gira por Europa: Berlín, Viena, París, Londres. El pequeño numen ofrecía sesiones de partidas simultáneas contra 20 o 25 rivales a la vez; o bien jugaba a la ciega, sin ver el tablero, contra barbudos canosos que iban mordiendo, uno tras otro, el polvo de la derrota. De vez en cuando empataba, y rara vez recibía jaque mate. Los reporteros hacían cola para ser testigos de sus hazañas, los fotógrafos disparaban sus flashes y, por unos segundos, alumbraban con un blanco espectral el pequeño cuerpo de aquella criatura sobrenatural. «Grandes multitudes se turnaban para verme jugar. La gente me miraba con asombro, trataba de acariciarme», confesó Sammy. Pero ¿qué ocurría realmente en el cerebro de Reshevsky? ¿Cómo puede explicarse su poderosa y extraña destreza para jugar de ese modo connatural al ajedrez?

Fernando Rodríguez de Fonseca es catedrático de Psicobiología e investigador en Neurobiologia del Instituto IBIMA de Málaga. Rodríguez de Fonseca nos ofrece algunas claves para entender el extraordinario caso de Reshevsky: «Es difícil hallar una certeza, pero sí sabemos que el aprendizaje perceptivo visual puede hacer que un jugador, mediante una simple inspección, reconozca la posición y la mejor trayectoria de juego posible, ejecutándola de forma inconsciente. Esto se llama aprendizaje implícito» Y añade: «Sabemos que cuando hay una recompensa, como puede ser una victoria, este tipo de aprendizaje se refuerza. Es muy posible que el cerebro derecho de Reshevsky, especializado en asociar posiciones conocidas a las ya experimentadas, dominase sobre el izquierdo, el cerebro creativo. Esto podría explicar su estilo de juego tranquilo, sin riesgo, y que nadie pudiera ganarle en una posición en la que él ya partía con esa ventaja intuitiva de saber cuál era el único camino hacia la victoria».

En 1920, la doctora Franziska Baumgarten, una eminencia especializada en casos de superdotación, sometió a Sammy a unas pruebas de inteligencia. Reshevsky, con 8 años, no fue capaz de reconocer la imagen de un león y llamó 'perro' a la figura de un lobo. Tampoco conocía el número cero ni el nombre de los colores más elementales. Su padre puso todos los esfuerzos en aprovechar la habilidad del niño prodigio que había descubierto en casa, pero descuidó las necesidades educativas de su hijo. Fuera del tablero, vamos a decirlo, convirtió a Reshevsky en un completo analfabeto.

Tras la gira por Europa, el «mago del ajedrez», el «polaquito», embarcó en el 'Olympic' (el buque de pasajeros más grande del mundo tras el hundimiento del 'Titanic') y puso rumbo, junto a sus padres, hacia Nueva York, donde lo recibieron como una auténtica estrella de Hollywood. En Estados Unidos el espectáculo de simultáneas no se detuvo. Se estima que Reshevsky jugó unas 1.500 partidas y solo perdió 8 de ellas. Las ciudades competían entre sí para recibir la visita del «niño maravilla». El 25 de noviembre de 1920, semanas después de haber pisado suelo americano, Reshevsky jugó contra el artista Marcel Duchamp, quien por entonces ya había abandonado la creación de vanguardia para dedicarse al ajedrez. No me consta cuál fue el resultado de esta histórica batalla entre dos seres tan excepcionales, pero si alguna vez lo averiguo, prometo que les cuento.

Reshevsky visitó la Casa Blanca y venció de un plumazo al jefe del servicio secreto del presidente Warren G. Harding, con quien se reunió a puerta cerrada. En California, Sammy conoció a Charles Chaplin. Durante el montaje de la película 'El chico' (ironías del destino), el pequeño Reshevsky se asomó por el estudio. Años más tarde, en su autobiografía, Chaplin describió la escena con cierta carga de melancolía: «Tenía una carita delgada, pálida y concentrada [...]. Me habían dicho que tenía un carácter algo distante y que muy raras veces daba la mano». Chaplin, quizás por el aire famélico que Sammy transmitía, le ofreció melocotones del árbol de un jardín aledaño. A los pocos minutos, Reshevsky volvió mordisqueando uno. Entonces el chico le preguntó: «¿Sabe usted jugar al ajedrez?». Chaplin confesó que no. «Pues yo le enseñaré. Venga a verme actuar esta noche, voy a jugar con veinte rivales a la vez». Chaplin cumplió su palabra y presenció la exhibición entre las más de 300 personas del público: «El niño era increíble. Sin embargo, tuve la impresión de que pagaba un elevado precio, de que estaba derrochando su salud». En internet, pueden encontrar varias fotografías de Reshevsky jugando al ajedrez con su amigo Chaplin, siempre sonriente. Al parecer, el director quiso que Reshevsky apareciera en una de sus películas, pero el círculo familiar de Sammy rechazó la propuesta por razones estrictamente religiosas.

Reshevsky fue un judío ortodoxo desde la infancia. En un momento dado, ya con la ciudadanía estadounidense, recibió una carta de reclutamiento del ejército. Samuel habló entonces con el rabino de la escuela Lubavitch, en Nueva York, y le pidió que mediara para no tener que alistarse. El rabino accedió a cambio de que Reshevsky dedicara un tiempo diario al estudio de la Torá. De buen grado, Sammy cumplió con su parte durante el resto de su vida. Incluso llevó el trato un poco más allá y se autoimpuso no jugar jamás una partida en 'sabbat', por importante que fuese.

La entrega obsesiva de Reshevsky al ajedrez le trajo alguna sorpresa desagradable. En cierta ocasión, el Tribunal Infantil del Bronx lo detuvo y acusó a la familia de tutela impropia y de explotación. El motivo fue que Sammy participó durante cinco días seguidos en unas simultáneas públicas que organizó el Orfanato Nacional Hebreo. La cosa se puso realmente fea hasta que un juez, también judío, dictó que jugar al ajedrez no perjudicaba «la salud o la moral de Reshevsky». Menos mal que en 1924 el filántropo Julius Rosenwald apareció en escena para hacerse cargo de nuestro protagonista. Persuadió de tal modo a Sammy para que estudiara que logró apartarlo durante años del ajedrez de exhibición. Reshevsky no volvió a los tableros hasta que se graduó en contabilidad por la Universidad de Chicago.

A partir de ahí, su trayectoria profesional como jugador de élite merece todos los elogios. Derrotó a los más fuertes jugadores del momento y ganó siete veces el Campeonato de los Estados Unidos. Su dominio local fue absoluto hasta la llegada arrebatadora de otro genio, un milagro entre los milagros llamado Bobby Fischer, quien en 1958, con solo 14 años, le arrebató el título nacional. Reshevsky lo vivió como una tragedia griega. Nunca lo superó. De hecho, su relación con Fischer fue tan horrible que pasaron muchos años sin cruzar una sola palabra. «Me conformo con el puesto 19 de un torneo si Fischer queda en el 20», declaró Sammy.

Antes de poner el punto final, déjenme que les cuente que el gran maestro Juan Manuel Bellón, leyenda viva del ajedrez español, se enfrentó en dos ocasiones contra Reshevsky. Le pregunto cómo lo recuerda: «Era el niño prodigio entre los prodigios. Un tipo serio, demasiado, diría yo. Que conste que no lo traté tanto, pero me pareció un personaje triste con pinta de ermitaño».

El perfil que hace Bellón me ha tocado la fibra. Me pregunto si en esa actitud huraña de Reshevsky se esconde un secreto, acaso un dolor. Y pienso en que Sammy no pudo (o no supo) cumplir la profecía de Rubinstein: convertirse en campeón del mundo. De ahí, quizás, tanta tristeza.

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