El náufrago feliz
Cruce de vías ·
Hoy el pasado es un trastero y el presente una pequeña casa limpia y vacía frente al marMe he instalado definitivamente en la isla italiana de Procida. Al menos este es mi propósito, quedarme aquí para siempre, pero lo mismo he pensado ... otras veces y después la realidad me impulsa a cambiar de idea. El futuro siempre ha significado para mí algo curioso e imprevisible. El caso es que el azar me ha traído a este lugar. No se lo había dicho a nadie hasta ahora y probablemente muchos conocidos no terminen de creerse lo que confieso en estas líneas. Mi vida pública apenas ha cambiado. Sigo asistiendo a los escasos actos públicos que antes solía acudir para no perderme del todo. Después cojo el avión de vuelta a Nápoles y el barco hasta Procida. Cuando me llama por teléfono algún amigo le digo que estoy encerrado escribiendo y él piensa que me encuentro en la casa apartada que ocupé hasta hace pocas semanas. Allí dejé todo el equipaje que he ido acumulando a lo largo de los años. Hoy el pasado es un trastero y el presente una pequeña casa limpia y vacía frente al mar. Durante el día no hago nada especial salvo pasear por la isla de un extremo a otro, respirar profundamente y descansar en las terrazas de los bares. Me encuentro bien, feliz, como quien alcanza un deseo pendiente.
No figuro empadronado en la isla, no me ha dado tiempo, o sea que para los nativos debo ser uno de esos turistas raros sin fecha de partida que se van instalando en el pueblo y relacionándose con los vecinos hasta que ya nadie se extraña de su presencia. A veces cruzo el puente hasta el islote de Vivara y luego regreso a la casa que he alquilado a un precio muy económico. Estoy aprendiendo italiano sin necesidad de asistir a ninguna clase. Escucho atentamente y poco a poco me voy soltando. Llevo la vida apacible y tranquila que siempre he deseado. La dueña de la casa me cogió cariño nada más verme. Al llegar la noche suelo ir a tomar 'limoncello' al bar que regenta y que lleva su nombre. Graziella es una mujer sin edad que sonríe constantemente, al menos cuando está conmigo. Antes de cerrar el bar, se sienta conmigo a tomar una copa y hablamos de la vida como si la estuviéramos descubriendo en ese preciso momento. Los dos conversamos sobre las cosas que nos sorprenden y aquellos temas que nunca pasan de moda. Desde el primer día descartamos hablar de política, como si ambos hubiéramos llegado al mismo punto de escepticismo. Por el contrario, vemos juntos los partidos de fútbol. Lo mejor es que tampoco entonces discutimos porque Graziella es del Napoli, yo del Barça, y nuestros equipos nunca se enfrentan salvo en partidos amistosos.
A menudo visito la librería Nutrimenti y compro libros en italiano. Los leo despacio con el diccionario al lado. Cada día son más los isleños que me llaman Joseph. No me agradan los nombres compuestos. Hasta la fecha nadie pregunta por mi profesión. Supongo que piensan que soy un jubilado que ha decidido retirarse en la isla. Pero sospecho que cualquier día descubrirán mi identidad sentimental. Quizá sea yo mismo quien desvele las cuestiones más íntimas. A fin de cuentas, las islas Flégreas se han convertido en mi familia. ¿Cómo voy a ocultar que soy escritor y que precisamente por eso nunca estaré jubilado? Estoy seguro que ya lo saben. Me ven tomar notas en una libreta y pasar las horas en la terraza del bar en Via Marina di Corricella con la mirada perdida en el misterioso horizonte de la ficción. Ayer Graziella preguntó si me sentía cómodo en la isla y en su casa. «Aquí está mi hogar, mi lugar de trabajo, mi vida presente», respondí. Ella sonrió, me sirvió otro 'limoncello' y yo proseguí escribiendo el 'Cruce de Vías' que ahora usted está leyendo a casi dos mil seiscientos quilómetros de distancia.
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