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Los Secretos resucitan a Enrique Urquijo ante un ejército de 'influencers'
La estoica banda madrileña devuelve los Baños del Carmen a los ochenta en un acústico trufado de caras conocidas
Pocos lugares hay en Málaga con tantas vidas como los Baños del Carmen. Han servido como estadio de fútbol y capricho costero de las ... clases altas, como salvaje lugar de encuentro para hippies y como terraza para almuerzos interminables con vistas al mar. Lo mismo se bailaba que se jugaba al tenis. Algunos han hecho el amor sobre la arena. Muchos otros han dado su primera calada entre los matorrales. Porque el Balneario siempre seguía ahí, obstinado contra las modas, brillante en su decadencia. Estos días sirve como escenario de Atardeceres Larios, una serie de conciertos acústicos patrocinados por la ginebra homónima que ayer arrancaron con otro símbolo de resistencia: Los Secretos, la única banda española capaz de sobrevivir a su propia muerte.
Hace más de cuarenta años que suenan sus canciones. Así que cuando, pasadas las nueve de la noche, Álvaro Urquijo sube a las improvisadas tablas levantadas sobre la playa, mimetizado con su guitarra, el gesto sonriente-pero-no-mucho, la gorra negra colocada del revés, cuando él, Jesús Redondo y Ramón Arroyo toman posiciones, el reducido público que agotó las entradas hace días regala el primer aplauso. En primera fila, con copas de balón y la brisa marina en la cara, están los músicos Mikel Erentxun, Sole Giménez, Christina Rosenvinge y Nacho García Vega, que protagonizarán el resto de citas de este coqueto festival. Todos se encuentran poco antes del bolo y comparten confesiones pandémicas. «Yo no he parado», le dice Giménez a Erentxun.
También han venido la modelo Laura Sánchez, las actrices Kira Miró e Inma Cuesta, el estilista Josie y otro puñado de 'influencers' que posan en el photocall para regocijo de los patrocinadores. Por lo demás, los Baños se han llenado de extraños jóvenes cercanos a los sesenta, dispuestos a rememorar sus noches ochenteras, los primeros contactos con la Movida y la Nueva Ola, los tiempos de cuero y hombreras, de noches sin fin y drogas. Comienza el concierto, un rito que ya conocen, lo han visto y oído antes: los medios tiempos, el coqueteo con el country, la incursión en las rancheras, los versos que se clavan como una estaca sobre la memoria.
La presencia de Enrique Urquijo, imposible en lo físico (fue encontrado muerto en un portal de Malasaña en el último noviembre de los años noventa) pero colosal en el plano ambiental, lo rodea todo. Porque lo que desgranan su hermano pequeño y el resto de la banda, sin virtuosismo pero con empeño de artesanos y el oficio que dan décadas de carretera y directos, son en su mayoría composiciones de aquel chico dotado de un talento incalculable, quizá también inmanejable para alguien de su naturaleza tímida y melancólica. Todo suena a Enrique. «Le debemos muchísimo», confiesa Álvaro antes del primer acorde de 'Aunque tú no lo sepas', el tema de Quique González popularizado en la voz inconfundible de Urquijo.
Melodías reconocibles
'Siempre hay un precio' es la primera de las decenas de melodías reconocibles de su repertorio. Luego llegan 'Ojos de gata', que contiene uno de los mejores finales del pop español («Cómo explicar que me vuelvo vulgar / al bajarme de cada escenario»), canción que comparte las dos estrofas iniciales con 'Y nos dieron las diez' de Sabina y que Enrique recondujo para contar la historia de un gatillazo («Me dijeron que se mosqueó / porque me emborraché / y la usé como almohada»); 'Ágarrate a mí, María', el tema dedicado a su hija («Si acaso no vuelvo a verte / olvida que te hice sufrir»); 'Déjame', ese himno a las rupturas amorosas, coreado aquí por un centenar de voces. Y, cómo no, 'Pero a tu lado', cuyo comienzo resuena («He muerto y he resucitado, / con mis cenizas un árbol he plantado. / Su fruto ha dado / y desde hoy vuelvo a tu lado») como la biografía comprimida de un grupo más vivo que muerto a pesar de todo.
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