Ojén se rinde a Los Enemigos y a su propia alegría
Grupos de amigos y familias se reencuentran con un festival que abren el mítico grupo de rock y los granadinos Niños Mutantes
david lerma
Sábado, 2 de julio 2022, 00:57
Ayer era mejor estar en Ojén que en Marbella. El grueso de los visitantes subió a ver a Los Enemigos; algunos, menos, a Niños Mutantes. ... Al término de esta crónica, en el festival Ojeando todavía tocaban Señor Torrance, cuyo bajista, José Antonio Gómez, es precisamente el alcalde de la localidad. Grupos de amigos, muchos cuarentones, familias y niños de pueblo sagaces y repeinados, como de película neorrealista; el pijo local venido a menos con sus zapatos menesterosos; chicos guapos y chicas guapas. Los Enemigos como promesa y un ambiente de abuelos en lances juveniles. Pedanía del buen rollo, la madrugada en Ojén se abría como un abanico.
«Giro con muchas bandas, pero como Los Enemigos, ninguno», dice Jaime, quien anoche vendía camisetas en la trasera del colegio Los Llanos de Ojén. Viaja en la propia furgoneta del grupo de Josele, como uno más. Luce el orgullo del reconocimiento. Es aún pronto. Grupos de ingleses ya han tomado las terrazas. Son las siete y los niños todavía se aburren, sentados en la Parroquia de la Encarnación. Aún ganan los locales. A las ocho, la calle ya se entrevera de familias de modernos, rockeros de la vieja escuela, abuelos en los portales, algún padre desdeñoso que deambula sin encontrar gracia al asunto.
Las colas en el punto de venta de entradas eran constantes. El ambiente fluido, promisorio, porque el gran espectáculo comenzará tarde. Y habrá problemas al regreso. Pocos dispuestos a pasarlo bien han traído coche. Los autobuses de la organización saldrán de Ojén a las cinco de la mañana.
Muy bien organizado, el festival Ojeando es profesional, en parte por los voluntarios, pero sobre todo por esa maravillosa sensación de reencuentro que se ha venido produciendo. A las diez y media, Ojén era un júbilo de amigos y de música, de amores de verano y éxtasis por cumplir. Pero sobre todo de música. Y Ojén, tan bonita como nunca, era toda una canción.
Crecer vital y musicalmente con Los Enemigos hizo que muchos anoche en Ojén se entregaran sin paliativos a un concierto potente tanto en lo acústico como emocional. Sumisión absoluta cuando ya en la segunda canción, Septiembre, Josele Santiago volvió a recordarnos la angustia de aquel adolescente que se quitó la vida tras suspender todas las asignaturas a final de curso. Sonaba como una premonición, pero la canción fijó un tono entre sus seguidores veteranos. Ninguno se quedó sin decir que lo de anoche fue un espectáculo soberbio, ejecutado con una profesionalidad admirable. Los más jóvenes tuvieron más problemas para embarcarse en la nave de Los Enemigos, aunque muchos cedieron, sorprendidos, al final.
Antes había subido al escenario Karavana, que a ratos parecían The Strokes como Los Nikis. Su público, casi adolescente, no dejó de bailar a sus pies. Hasta celebraron un chiste a costa de C. Tangana. Competentes en lo instrumental, las voces insultantemente jóvenes de Fabi y Gonzalo no parecían encajar al principio con las guitarras sucias de su pop rock, pero culminaron con dos temas magníficos, elevando el resultado final.
Tras los bises de los Enemigos, hubo una pequeña espantada, que fue más un relevo generacional que una renuncia. Los que solo vinieron a escuchar a Los Enemigos, se marcharon. Quedaron los veinteañeros, entregados a esos Niños Mutantes que están escribiendo las angustias del aquí y del ahora, a pesar de llevar más de veinte años de trayectoria. Épicos y frágiles, en un post punk melodioso y embriagador, salieron a escena con actitud, regando el patio con algunos de sus mejores temas recientes, como ese Mensajes, que llegó a todo el mundo.
La fiesta terminó a las cinco de la mañana. Cumplida la primera noche de Ojeando, queda el gran recuerdo de un gran pueblo, Ojén, que ayer acaparó las mejores virtudes de al menos tres generaciones de músicos. Excelsior, que diría Stan Lee.
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