El silencio al otro lado del río
Jorge Drexler ofreció ayer un lección de música, confirmando así que es un más que digno heredero de los grandes músicos latinoamericanos
Iván Gelibter
Domingo, 8 de marzo 2015, 02:30
Si es correcto decir que los polígonos son los páramos de nuestro tiempo, es indudable que ayer Jorge Drexler hizo olvidar esa soledad. Y es ... que él, que «todo lo transforma», no tuvo que estar ni dos minutos sobre las tablas de la sala Eventual Music para cambiar el ánimo de más de uno. La sonrisa que ilumina la escena mezclada con un suave movimiento de caderas. De espaldas y de frente. Así dio la bienvenida, con un tonito canchero y medio sobrado. Algo que lo hace aún más atractivo, a la vez que da ganas de estar aún más cerca de él.
Carrera larga, temas complicados de adivinar. Una suerte de setlist que recogía los más de 25 años que lleva en la carretera, no solo cantando sino componiendo. «Una vez que abrís una canción, no tenés más remedio que terminarla. Si no la sensación es de coitus interruptus, horripilante, no te deja dormir. Y cuando lo resolvés...». Y así terminaba la analogía, que no es precisamente de ayer, pero que sí define que a lenguaraz no le gana nadie. «Ahora nos juntamos, nos pegamos un poquito, y así más tarde subimos un poco el índice poblacional europeo».
Sangre latina, sangre caliente. Pasión en el cante, pero también la venganza. Diez años han pasado desde aquella ceremonia de los Oscar en la que la vergüenza se alió con la indecencia. Era demasiado para la industria que una película sobre el Ché Guevara ganara un premio aunque fuera como mejor canción como para que además un artista lationamericano se lo restregara cantándola ante millones de espectadores. «Ahora que estáis callados, en silencio, llega el momento de recordar aquello que pasó hace 10 años», susurraba mientras guiñaba un ojo. Y es que Al otro lado del río ya nunca volverá a sonar con música. Han desaparecido de esta canción las guitarras, los bajos, la batería y cualquier otro acompañamiento. Pero no su fuerza. Como hizo aquel febrero de 2005 cuando subió al escenario a recoger su premio, a Drexler solo le hizo falta despojar cualquier acorde de esta canción, y haciendo honor a esa tarde noche californiana recitó a capella lo de «en esta orilla del mundo lo que no es presa es baldío, creo que he visto una luz al otro lado del río».
Pero no todo era cosa de Oscar. Antes que ello vino Cádiz, tierra que lo quiere como quiso en su momento a Cantinflas, últimos dos americanos que han sido pregoneros del carnaval con mayúsculas, sabiendo más que bien de qué va un pasodoble. Luego giró su su cabeza, fijo de nuevo la mirada y siguió recordando. «Que también tengo una Biznaga de Plata que me dieron en este festival tan lindo que tienen ustedes.
Universos compartidos
Y ya con todo entregado, prácticamente hecho. Sabedor de que si marchara volando ya todos dirían que merecería la pena. Así, sin presión, bien actuado, dijo que sabía que Lamari, la nuestra, estaba entre el público. «Qué feliz me haría que Lamari subiera acá, vamos», y se fue al medio de la sala a buscarla. Unos Universos paralelos que además de valer un Grammy, también fueron la puntilla del disfrute. Porque si ya es difícil transformar un páramo, más lo es cambiar a un corazón que está emocionalmente apagado. Debió terminar en algún momento todo, pillando desprevenidos. Aunque en ese polígono quedará un tarareo, sin instrumentos, recordando que el silencio, aunque esté al otro lado del río, no tiene por qué ser triste.
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