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Cuando velaba el cuerpo de su padre, Antonio Jiménez Millán recordó un verso de Miguel Hernández: «Tanto penar para morirse uno». Hoy vuelve ese verso a la memoria colectiva con la noticia de su propia muerte. Porque Jiménez Millán, poeta granadino residente en Málaga, ha fallecido este viernes por un cáncer diagnosticado hace años. Se va así uno de los autores más comprometidos y lúcidos de su generación.
Convencido de que «en la vida y en la literatura / hay que saber guardar las distancias, / no creerse los fuegos de artificio», el autor de 'Casa invadida', nacido en 1954, estableció pronto un compromiso ético alejado de la pompa que rodea a algunos de sus colegas. Comenzó a escribir durante los últimos coletazos de la dictadura, un contexto que ha marcado su trayectoria hasta el final. Primero cuestionó la educación recibida, un desafío que abrió un conflicto familiar del que da cuenta en varios de sus poemas, y más tarde se opuso, a través de sus libros pero también de su labor como docente, a la especulación y el capitalismo sin freno. Aunque él mismo fijaba el inicio de su obra en 'Restos de niebla' (1983), publicado como parte de la mítica revista Litoral, tiene dos libros anteriores: 'Último recurso' y 'Poemas del desempleo'.
Las reuniones secretas contra el franquismo en su etapa como estudiante, el amor y su reverso, el agujero que abre la incertidumbre y un profundo bagaje cultural conformaban la arquitectura interior de Jiménez Millán, los temas centrales de una obra que desoye el murmullo de la poesía ensimismada, perdida entre grandilocuencias, para integrarse en el paisaje urbano. Porque el autor andaluz creció entre 'Ciudades', título que escogió para su antología, y por sus versos, curtidos en calles y plazas, bibliotecas y librerías, cruzan inspiraciones tan diversas como García Lorca, Baudelaire, Caballero Bonald, Ángel González, Gil de Biedma o Vázquez Montalbán.
El cambio de milenio lo encontró especialmente ágil. 'Inventario del desorden', publicado en 2003, incluye algunos de sus poemas más brillantes. En 'Dominio de la herrumbre', dedicado a la memoria de su padre, deja constancia de la brecha generacional: «Ni tú ni yo hemos sido nunca héroes, / aunque tú no dejaras de creer / en verdades sagradas / que ya eran, para mí, palabras sin sentido, / bagajes inservibles, / armas abandonadas / en el dominio ciego de la herrumbre». La primera muestra de ruptura, el cambio del Giménez paterno por Jiménez, ya evidencia la imposibilidad de sintonía entre padre, alférez del ejército franquista, e hijo: «No estoy hablando ahora de apariencias: / empezó a no gustarme / aquel estilo rancio de burgueses / con tufo a sacristía, / sumisos, obedientes, cautelosos».
Al mismo título pertenecen 'El día de la muerte de Allen Ginsberg' («Después de muchos años, / también puedo decir que he visto / alguna inteligencia consumida / por el alcohol y el tedio, / no sé si los mejores / cerebros de mi generación, / pero sí unos cuantos ilusos») y 'Desde una biblioteca antigua', dedicada a su madre, bibliotecaria en la Universidad de Granada, con quien desaparece la antigua necesidad de ajustar cuentas: «Quién me iba a decir / que esa letra tan clara, / fijada para siempre y repetida / sobre una cartulina amarillenta / podía ser, después de muchos años, / una forma de asombro, / una caligrafía del pasado / que me habla desde el fondo de mí mismo».
En 'Clandestinidad', publicado en 2011 y reconocido con el Premio Generación del 27, echó la vista atrás para evitar que algunos recuerdos quedaran enterrados bajo polvo: el miedo, las persecuciones, la represión. «Ha guardado la llave del desván / que esconde un manifiesto / con cubierta roja, / los pasquines, / la prensa clandestina», escribió en el poema que daba título al libro, inspirado en 1974. Catedrático de Literaturas Románicas en la Universidad de Málaga, Jiménez Millán era también autor de ensayos y ediciones críticas, además de profesor invitado en Rennes y Aix-en-Provence. En uno de sus poemas sobre la docencia, confesaba: «Quise decirles / que el arte no es distinto de la vida / y a veces nos reserva, / en medio de la noche más cerrada, / una pasión antigua, un gesto cálido / igual que el sol de octubre / a principio de curso». Desde hace años, cuando comenzó a verle los colmillos a la muerte, reivindicaba la memoria y este imprevisto sol de invierno: «Me llega una luz cálida: / Hoy sólo quiero celebrar la vida».
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