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Molotov en Marenostrum: el movimiento de protesta sigue vivo 30 años después
El mítico grupo mexicano demuestra que está en plena forma, con un concierto en el que no fallan los grandes clásicos como 'Gimme the Power' o 'Frijolero'
Hay una frase en la famosa película 'Sangre por Sangre' (Taylor Hackford) que apuntala como ninguna otra el sentimiento de patria en México: «Podrán tener ... todo el dinero del mundo, pero hay algo que jamás podrán tener: raza». La comparación, obvio, apunta al vecino 'yankee' y dice mucho sobre la eterna relación que mantienen ambos países.
Si habría que describir ese sentimiento de raza con un grupo de música, el dedo apuntaría sin vacilar a Molotov.
Algo ha llovido desde que la banda debutara con 'Dónde jugarán las niñas', álbum que le granjeó fama mundial. La gira para celebrar su 30 aniversario pasó este sábado por Fuengirola y, con el castillo Sohail ejerciendo de atlante, estos 'pinche cabrones' demostraron que el tiempo es relativo si hay fundamento y oficio. Que el concierto acabara con el escenario inundado de público no es casualidad: Molotov no ha sido solo una banda, ha sido un movimiento de protesta para varias generaciones. Y, ya se sabe, no hay protesta que valga si no tiene un sustrato popular.
Dos horas antes. El inicio del concierto estaba previsto para las 21.30 horas. Con los 15 minutos de demora que marca el protocolo subieron al escenario los integrantes de la banda. Micky Huidobro, Paco Ayala, Randy Ebright y Jay de la Cueva, que sustituye al carismático Tito Fuentes, que padece una enfermedad que le impide tocar la guitarra. Lucen canas y las zonas abdominales se perciben más voluminosas, pero bastaron las dos canciones de inicio, 'Pendejo' y 'Rock Me Amadeus', para saber que aún mantienen la fuerza para prender la rabia y el coraje entre un público criado bajo el poder abrumador que tenía en su momento la MTV.
En tiempos de autotune, escuchar una bateria que suena como un martillo pilón, sentir un bajo que se te mete en el cuerpo y un 'riff' de guitarra que parece el ladrido de un pit bull rabioso explica, en parte, la vigencia de grupos como Molotov. La calidad, al margen de los gustos, está ahí y se distingue. Por seguir en la sintonía: no es lo mismo una botella de tequila de una marca blanca que un Don Julio.
Cada canción era como lanzar dinamita. En la valla que separaba al 'front stage' del público general, los primeros conatos de irreverencia ya se habían transformado en un pogo constante. «La están pasando bien por lo que veo», espetó Micky Huidobro, que más tarde se iba a maravillar por la localización del concierto: «Este castillo es bien chingón».
En una noche de plasta sofocante, no hubo momentos para el respiro. No había pasado media hora de concierto y ahí había más sudor que en una clase de spinning. La cosa iba a ir a más.
Que se estaba ante músicos de verdad, se pudo comprobar al ver como los integrantes de Molotov se intercambiaban los instrumentos con total naturalidad. Jay de la Cueva pasaba a la batería y luego volvía a la guitarra como si nada.
La catarsis llegó con 'Voto latino' y 'Gimme the Power'. Gritar sin importar las cuerdas vocales el «viva México, cabrones» más famoso del planeta hizo retumbar los cimientos del Castillo Sohail. Uno es consciente de la falsa ilusión y de la poderosísima telaraña que es el sistema, pero un concierto de Molotov tiene la virtud de hacerte sentir que eres rebelde. Aunque sea por un instante.
Porque las canciones tienen sus años, pero las letras (es así de triste) gozan de plena vigencia. Cuando escuchas 'Frijolero' es imposible no sentir rabia por la discriminación que padecen los paisanos de Molotov en Estados Unidos. «Es una rola para los inmigrantes. Solo ellos saben lo duro que es dejar atrás a tu país», recordaba Huidobro.
Espacio libre de hipocresía
No será Molotov una banda al gusto de todo el mundo. Pero su concierto, y eso nadie lo podrá negar, se convirtió en uno de esos espacios de los que quedan cada vez menos: libre de hipocresías y corrección política.
La pista de baile, convertida en una pelea de gallos, hace tiempo que pedía a gritos la de 'Puto'. Antes sonaron 'Perro negro granjero' y 'Dance and dense denso'. La más solicitada llegó para abrochar un final épico.
Porque el 'Puto', al contrario de lo que le piden muchas voces, se interpretó sin censurar la letra y sin templar la voz. «Amo a matón matarile al …», se coreo sin contemplación y con un público desatado, que no dudaba en tirar al cielo de Fuengirola lo que tuviera en sus manos. Llovió cerveza y cayeron más groserías.
Después de dos horas de conciertos, el silencio repentino daba paso a un ligero pitido en el oído. Empapados de sudor, sí. Oliendo a cerveza y a mota, también. Pero con la sensación de que mereció la pena. Es bueno comprobar que uno de los movimientos de protesta más populares del planeta sigue con vida.
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