Microrrelatos de SUR (27/07/19)
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Viernes, 26 de julio 2019, 23:08
Salvador Cortés Cortés
Horizonte
En la playa no había mucha gente: la zona de hamacas, poco concurrida; demasiados espacios libres entre toallas y sombrillas en la arena. El mar ... adormilado era un ronco segundero; más allá de la boya un bote neumático fueraborda trataba de descabalgar de la banana acuática a los pasajeros. Patri y Marga exponían las espaldas al sol de mediodía. «Qué maleducado, tu amigo», dijo Patri; «¿Quién?»; «Ese, rubio...»; «Paul»; «Ese»; «¿Por qué?», preguntó Marga; «Me palpó el trasero...»; «Te tocó el culo»; «Ayer, en el súper». Pasó un africano vendiendo refrescos; y otro, jarapas y pareos. «No es mi amigo», dijo Marga; «Me lo presentaste»; «Es cliente». Una gaviota graznó agudo. «Tiene pasta», dijo Patri; «¿Quién?»; «Paul»; «No sé». Ambas amigas cambiaron sobre las toallas: se sentaron cara al horizonte. «Paul es un engreído», dijo Patri; «Un chulo»; «Eso»; «Ya, pero dentro de dos días no le veremos más».
Jesús Pérez-Rioja Navarro
Cayetana
Cayetana es una niña de once años, alta, delgada, pelo rizado castaño y con mucha creatividad. Cada fin de semana toma un rato en leer el periódico de su ciudad esperando encontrar una señal. No sé si la habrá encontrado, pero hoy me quiero asegurar: ¡Cayetana te quiero!
Gabriel Pérez
Robinsones
Falta una hora para amanecer. Después de cinco días a la deriva sobre un tablón de madera, la pareja de náufragos llega a una playa desierta. En la misma orilla, extenuados, se tienden, se abrazan. Se quedan dormidos con la espuma de las olas mojando sus piernas. A mediodía, baja la marea. Es domingo. Despiertan completamente secos, rodeados de sombrillas y niños corriendo y salpicando arena. Tampoco es ésta su isla.
Lalo Fernández
Un dedal de 450 kilos
Como una mancha nítida a veinte centímetros de su ojo izquierdo, los 450 kilos de aquella masa rizada, negra zaína y palpitante llamada Pajarito, estaban condensados en el tamaño de un dedal de marfil negro que le miraba, extremadamente fijo, a exactos veinte centímetros de su ojo izquierdo, de su sien izquierda, de su mejilla izquierda, de su vida entera. Y todo el mundo, el mundo entero, estaba aquella tarde condensado en las ocho mil cabezas que desde las bancadas de la Malagueta miraban a los dos, toro y torero, con la tensión a que te da derecho una entrada de 100 euros en el tendido de sombra.
B. J. Moreno
El visitante
Cuaderno de bitácora. Año 55.001 de la Era Post-Fisión Nuclear. Soy el androide KGATT-ZZTOP del Planeta MAJARÓN. Entrando en estado de dispersión molecular para tomar contacto con vehículo de transporte colectivo humanoide. Panel informativo indica línea 15 de EMT: Parada Barbarela, destino Plaza de la Virreina. Gran número de individuos. Presencia de glándulas sudoríparas sobaqueras activas, muchas carentes de sustancia reductora de hedor. Tomo forma de uno de ellos, conocido en zona de estudio como El Orea. Detecto posibilidad de comunicación. Primer intento de interconexión. –Piiiiiiuuuu, güiiiiiiigüi (lenguaje majara). Espero respuesta. Uno de ellos me mira desafiante, el otro se ríe. Intento disimular. Segundo intento. –Guaaaaaaa, jiuuuuuujiuuuuu. El primero responde mirando al otro: -Compadre, ¡hay que ver cómo está la juventud! ¡Está echá a perder! El otro dirigiéndose a mí añade: -¿Qué dices, majara? Me han reconocido. Abortando operación. Bajo del 15. Se acerca otro individuo, recibo comunicación: –¡Oreaaa… Oreooón!
Lola Buendía
Día de los enamorados
Es el Día de los enamorados. Reservo mesa para dos con el chef más famoso de las redes sociales.
– ¿Sola?
–Espero a mi pareja. Ponme un Pink Gin.
Una camarera llena de rosa mi copa. Mi chico no viene. A lo mejor le ha pasado…puede que… (Me sonríe con un mohín cómplice). El hijo de…, vaya plantón, el muy cabrón…me podía llamar… Me rellenan la copa de verde. La verdad es que tengo una chispita muy guapa…
Acaba de entrar un tío… No es mi chico. Se sienta en la mesa de enfrente. Pasa el tiempo. No me apetece comer sola. Y esto me va a salir por un… y la yema del…
Me voy a la mesa del solitario plantado.
– ¿Quieres jugar conmigo al comensal puteado?
–Un placer.
El tiempo se detiene y los sentidos se avivan, se enmarañan…, hasta llenar nuestros ojos de estrellitas de colores.
Mari Carmen Cañadas Soler
La loca
Acordes de una vieja guitarra. Muebles mugrientos, pájaros muertos. El maullido de un gato famélico. Soledad. Música rancia de las cavernas. Una puerta gira sobre sus pesados goznes. Ya no queda nada, sólo el dolor de la despedida, el sabor agridulce de la traición. La rabia, la ira, el rencor, el descontento... La niña esboza una sonrisa macabra mientras eleva sus manos hacia el cielo dejando al descubierto una afilada daga de plata que se perfila en la sombra del techo. Un trueno ensordecedor rasga el silencio de la noche y con un toc seco algo rueda por el suelo: la cabeza ensangrentada del joven poeta. Sus rizos perfectos, sus ojos abiertos, sus labios blanquecinos delatan una muerte cruel y lenta a manos de la loca. Cae la lluvia. Se oscurece aún más el cielo y una carcajada tenebrosa pinta de acero cada rincón de la casa.
Pedro Iván Hernández
Lo que no es cena
«Me llamarán para que baje a cenar en familia. Llevo años postrado en esta cama y siguen pensando que es una enfermedad sicológica».
Cada noche me despierto con la imagen de ese enorme castaño frente al volante.
¡Debería haber muerto aquella mañana!.
¿Acaso no creen a los médicos? ¿es que piensan que disfruto tumbado aquí sin hacer nada todo el día?.
¡Ya me gustaría a mí bajar esas escaleras y dar unos cachetes a esos alborotadores!.
A las once de la noche se apagan las luces del hospital psiquiátrico. Rafael no ha cenado, pero se levantará a hacer pis, como cada noche, a las tres.
Trinidad Serrano Trillo
Corazón de esparto
Me cuesta acordarme cuando fue la última vez que vestí mi piel humana. Solo recuerdo que me vaciaron el interior y me pusieron un sobrero de fieltro y un corazón de esparto que late al compás de la tierra. Desde entonces, solo observo el maizal, el cielo y a los jilgueros que me han perdido el miedo y se acercan. Algunos más osados se atreven a anidar en mis deshilachadas manos de paja.
Ismael López
No somos nadie
—A ver si hoy cierras bien al salir— dijeron mis abuelos.
A la mañana siguiente, el sepulturero tuvo que colocar la lápida por enésima vez.
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