Luz Arcas deslumbra en Madrid
La Phármaco estrena su 'Tríptico de la prosperidad', un apabullante espectáculo que clausura la 41 edición del Festival de Otoño
El fin de fiesta fue canónico, con ecos de música tecno y lluvia de confeti. El Festival de Otoño de los Teatros del Canal clausuró ... esta edición -la última bajo la dirección del dramaturgo Alberto Conejero- con la puesta en escena de 'Bekristen: Tríptico de la Prosperidad', de Luz Arcas (Málaga, 1984). La sala 2 del Canal se quedó sin entradas durante dos días. Ya es habitual que la presencia de La Phármaco en Madrid agote localidades y que se pidan favores para poder ver alguna de sus obras. A Arcas todavía le queda un fin de año apoteósico, con la coreografía de 'Rigoletto' con la dirección de Miguel del Arco en el Teatro Real, y una semana dedicada a su obra en el Teatro Central de Sevilla. Su última proeza es una oda a la rebeldía y la denuncia que vuelve a desafiar las nociones de la danza y lleva a los espectadores a un viaje a través de la complejidad humana. Esta es la primera vez que el tríptico se exhibe al completo: un festín de casi tres horas, con sus descansos, que incluye 'La Domesticación' (estrenada en Teatros del Canal, 2019), 'Somos la Guerra' (Conde Duque, 2021) y 'La Buena Obra', un estreno absoluto, una conclusión en forma de puñetazo en el alma.
Este 'Tríptico de la Prosperidad', como en 'El Jardín de las Delicias' de El Bosco, comienza con serenidad pero el proceso de descomposición se vuelve inevitable. El proyecto se gestó durante una estancia de Arcas en Guinea Ecuatorial, de ahí su título 'Bekristen' ('cristianos'). La primera parte, 'La Domesticación', muestra la lucha contra la opresión del mercado sobre la esencia humana; los cuerpos corren, flexionan, saltan y se vuelven pura carne sexualizada y primaria. En 'Somos la Guerra', la segunda pieza del tríptico, Arcas se incorpora al baile con un impresionante corsé junto a la sobresaliente bailarina y cantante Raquel Sánchez, y la artista sonora Sole Parody, también malagueña, aporta una potencia infinita. La fusión de la electrónica de Le Parody con el flamenco apunta al surgimiento de raíces y folclore, temas fundamentales en obras posteriores de la coreógrafa. La pieza que nos ocupa guarda otra metáfora oscura y entusiasta, llena de referencias visuales que vienen de la pintura y del cine. El elenco es impresionante, eminentemente femenino (si es que cabe esta distinción cuando el género se disuelve) y el acto culmina en un baile tántrico donde La Merce se convierte en una reina amazónica surgida del lamento y el llanto, un ser luminoso creado a través del sufrimiento que puede hacer vibrar a una ciudad entera.
Para concluir, en el tercer acto, la escenografía se transforma en una residencia de ancianos en la que sólo quedan vestigios de fiesta esparcidos por el suelo y una voluntad férrea por vivir. Un lugar que emula un vertedero humano, el punto limpio de aquellos que no caben en el mundo. Ahora la música es otra y el olor es a muerte. La representación recae en ocho bailarines entre los 60 y 80 años, muchos de ellos no profesionales, entre los que me permito destacar a Luz López, madre de la coreógrafa. Cada uno interpreta el movimiento de estos cuerpos en obsolescencia. La ovación última fue enorme. La Phármaco imagina la danza de aquellos que se escapan de la norma y de todos aquellos que pensaron que bailar les salvaría.
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