Luna blanca
Cruce de vías ·
Dejo hablar a la memoria y ellame traslada de un lugar a otroDesde hace una semana estoy en la luna. Aterricé con la celebración del 50 aniversario de la llegada del Apolo 11 y continúo dándole vueltas ... a la cabeza pensando en todo lo que ha sucedido desde entonces. La madrugada del 21 de julio vi a los astronautas andando por la luna de la tele. Luego recuerdo que miré el cielo y todo seguía igual. La luna permanecía suspendida en el aire, blanca y tranquila, con las manchas de siempre. Me seguía gustando más de lejos que de cerca. Desde entonces, como digo, han pasado muchas cosas. Aquel mismo año, cuatro meses después, soplé 15 velas. El mundo era mil veces más grande que hoy y el universo resultaba tan inmenso que no conseguía imaginarlo.
Aquella madrugada vi la luna en blanco y negro en la casa de mis tíos en Gines. Sin embargo la familia residíamos en Barcelona. Tres meses después del alunizaje nos trasladamos a vivir a Málaga. Demasiadas emociones en tan poco tiempo. Málaga estaba a mil y pico kilómetros de Barcelona, una distancia descomunal. Era casi como viajar a la luna, sólo que en lugar de volar por el cielo nosotros surcamos la tierra. 1969, que lejos y que cerca, como la compañera inseparable de todas las noches. Dejo hablar a la memoria y ella me traslada de un lugar a otro. Cuántas mudanzas, cuántas ciudades, cuántas historias, cuántas relaciones, cuántas personas queridas se fueron demasiado pronto para no volver nunca más, cuántos fantasmas nos visitan a diario como si no hubieran muerto. La vida pasa cada día más veloz igual que si el tiempo también se fuera desvaneciendo.
La luna despierta la melancolía, una enfermedad de la inteligencia. Cinco décadas, medio siglo. Aquel título universitario que nunca ejercí, muchas noches aprendiendo a conocer la radiante oscuridad, la luz dorada de los amaneceres y ese satélite fiel que nunca nos abandona. Las caras ocultas de la luna, como los misterios que esconde cada uno de nosotros. Lo que somos y lo que ocultamos. Cincuenta años de largas conversaciones, grandes silencios, profundos sentimientos, momentos felices, inolvidables, la belleza de las cosas. Las palabras escritas, la otra vida de las palabras. Escribir es callarse, una íntima vocación. Y no hay que olvidar las desgracias cotidianas que se ceban en unos y perdonan a otros. La cruel ignorancia que también se oculta.
La memoria resucita el pasado, como si al abrir un cajón encontrásemos la cubertería de plata oscurecida por el paso del tiempo y le diéramos brillo. Lástima que no seamos objetos de plata capaces de recuperar el fulgor, como la luna que nunca palidece salvo cuando se interpone la tierra en su camino. Luego vuelve a brillar y la luz blanca nos alivia y sobrecoge. A diario nos regala la esperanza de seguir dando vueltas a la cabeza.
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