Ida Vitale, la poesía a cuestas
Poesía al SUR ·
Acaba de recibir el Premio Cervantes, pero la autora uruguaya, con 95 años, herida de exilio y viudedad, presume de no haber admitido palabras «que pongan en la sangre / limaduras de hierro» y de tener pendiente su último poemaAlberto Gómez
Viernes, 3 de mayo 2019, 00:21
Desconfía de sí misma. Por eso Ida Vitale guarda sus poemas en un cajón hasta olvidarlos para luego releerlos como si hubiesen sido escritos por ... otra. «Así no soy una autora de horrores sucesivos», explica con su habitual modestia, modelada con los años. Antes «tenía la sensación de comerme el mundo» con cada verso. Poco queda de esa arrogancia adolescente en la nonagenaria que hace unos días subía sin ayuda la estrecha escalinata que conduce al estrado del Paraninfo de la Universidad de Alcalá, donde recibió el Premio Cervantes. No las tenía todas consigo, pero logró llegar al micrófono y pronunciar su discurso de pie e incluso sin gafas, proyectando su voz para recordar que «es más fácil encontrar Sanchos en vida que Quijotes». Confesó que la literatura, el lenguaje, la integró desde pequeña «en un mundo en el que, sola, me sentía acompañada». Sus nietas, presentes, se emocionaron. La poeta uruguaya, erudita y discreta, honda y lúcida, se acababa de convertir en la quinta mujer que obtiene el galardón desde que se creara hace ya más de cuarenta años.
La única superviviente de la Generación del 45 sopló en noviembre 95 velas. Su poesía completa, recopilada en una reciente edición de Tusquets, no ocupa más de quinientas páginas, aunque tuvo la audacia de titular 'Antepenúltimos' a sus hasta ahora últimos poemas: «Por si llega alguno más». En 'Mínimas de aguanieve' escribió: «Debo olvidar los pequeños errores, / volver por donde vine a la paciencia, / corregir mi reloj, único errado». Ahora, cuando el tiempo juega en contra, recuerda la biblioteca familiar que le ordenaban limpiar los sábados cuando era niña. Estaba repleta de libros que no comprendía y alimentaban su fascinación, como aquella vez que un poema de Gabriela Mistral estuvo «dando vueltas» por su cabeza durante un año hasta que lo desentrañó. Luego supo que la ignorancia es el origen de la fantasía y reivindicó aquella incomprensión, la posibilidad de acceder a lugares a los que no había sido invitada: «Entiende lo incomprensible / y ámalo. Ocupa el revés del intento: / sé cardo, cuando llegaste como lana, / piedra, cuando, hilo de seda, flotarías».
La influencia póstuma de su abuelo («No le conocí. / Pero quizás, ya viejo, / hubiese sido blando conmigo. / No me hubiese servido»), por quien en casa había obras de Homero y otros autores clásicos, y la igualdad entre hombres y mujeres que regía las relaciones familiares, y que más tarde descubriría excepcional, marcaron sus primeros años. En 1973, ya consolidada como una de las voces más importantes de la poesía latinoamericana del siglo XX, alabada por Juan Ramón Jiménez, todo cambió. El golpe de Estado y la dictadura que oscurecerían Uruguay durante más de una década dieron luz verde a la persecución de todo aquel que fuera sospechoso de liberal. La policía entró en casa de Vitale en busca de su hija Amparo, fruto de su relación con el crítico Ángel Rama, de quien ya se había separado. Ese episodio zarandeó a la poeta, que decidió marcharse a México, una experiencia que volcó en su obra: «Están aquí y allá: de paso, / en ningún lado». En el exilio «la mirada se acuesta como un perro, / sin siquiera el recurso de mover una cola».
Traductora y profesora
Vitale, que ya vivía con Enrique Fierro, su segundo marido, también poeta y dieciocho años más joven que ella, trabajó como traductora y profesora, además de colaborar con periódicos y otras publicaciones como El Correo del Libro, donde incluso ejerció como 'negra' de García Márquez, que le encargó un texto que acabaría firmando él para presentar 'Crónica de una muerte anunciada'. Restaurada la democracia en Uruguay, la pareja regresó a casa, aunque el viaje no sería definitivo. La muerte en accidente de avión de Rama, padre de los dos hijos de Vitale, y los ecos de la dictadura amargaron la vuelta de la poeta, que con 66 años se trasladó a Texas para trabajar en la Universidad de Austin. La aventura se prolongó hasta el año pasado, cuando Fierro falleció y Vitale se lamió la herida abierta por la viudedad junto a su familia, otra vez en Montevideo. Mantenía una enorme conexión con su marido, proporcional al hueco que dejó tras su fallecimiento: «Me gustaba tener a alguien inteligente a mano».
La edad y los vaivenes han vuelto rocosa a la autora de 'Procura de lo imposible' y 'Cada uno en su noche', que considera que la poesía «es la intimidad que coincide con la intimidad de otros». También escribió unos versos que podrían definir su obra: «Quien se sienta a la orilla de las cosas / resplandece de cosas sin orillas». Con la casa y la poesía a cuestas, Vitale acaba de cruzar el océano para recibir el Cervantes, que le llega «diez años tarde». Su obra, que ha ido despojándose hasta quedarse en lo esencial, resulta precisa como un bisturí en manos de una cirujana honesta y talentosa: «Por no seguir caminos fraudulentos / perdí quizás imagen y relieve, / perdí la prisa, quise pisar leve / en la historia, sin arrepentimientos».
Ida Vitale
Fortuna
Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, ni más ni menos.
Recreativa
Suponiendo que estamos en el fondode un pozo imaginario;
que ese pozo tiene altura,
brocal, más allá cielo
para alguien que lo alcance;
y dando por sentado
que tiene un contenido
en esperanzas yertas,
averígüese el tiempo
que habrá de transcurrir
para que quien está
en lo más hondo de él
llegue hasta arriba.
Formúlese la respuesta
en sueños viables,
fines laberintos,
ilusiones volátiles.
Calcúlese también
la energía perdida
cada vez que se vuelve
a tocar fondo.
Mi homenaje
Mi homenajeal que plantó cada árbol
sin pensar, para siempre.
O acaso imaginando al desunido
que un día lo convoca,
lo celebra.
A lo que no obstante el mediodía,
se da en glorioso atardecer.
A todo lo que ocurre
sin ser más que eso: algo.
Al conductor del ómnibus,
cumplido, sonriente,
que levanta una tarde
con su simple saludo.
Al pájaro que pía.
A quien es su país desvencijado
ose decir su parecer riesgoso.
Al que en el valle
recuerda que hay montañas
y en una gota de agua,
olvidando la niebla,
tiembla ante la sequía
y el desierto ofrecido.
Al banco cuya húmeda madera
me acoge y me refresca,
mientras el tormentoso verano
no da tregua.
Al hueco que busca
colmarse pese al vértigo
y a la gaita que llama a soledades
desde un acantilado.
Al que se acuerda de mí.
Al que me olvida.
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