David Leo, el poeta del habla común
Poesía al Sur ·
Curtido en enciclopedias y diccionarios, el autor malagueño encontró en la televisión un impulso económico infrecuente entre escritores y ahora desafía los límites de las palabras: «¿Qué me has hecho, lenguaje?»A David Leo no le interesa «la poesía confesional sin filtro», esas obras autobiográficas que colisionan con su timidez, un pudor que le ha permitido ... esquivar la exhibición desplegada por muchos de sus colegas de generación: «Salir borracho de una discoteca, por poner un ejemplo pedestre, es un tema del que la poesía española reciente ha abusado, pero en los estados alterados de conciencia hay mucha vida que no se ha conseguido transmitir». Ese empeño en traspasar la superficie, en analizar la realidad común por encima de detalles personales, se tradujo el año pasado en la publicación de 'Nueve meses sin lenguaje', hasta ahora su último libro. «Ni todo está dicho, ni todo está escrito; y así habrá de seguir siendo hasta el fin del mundo», recoge una de las citas que abre el poemario, austero y esquelético pero directo como un dardo: «¿Cómo conozco / el gusto de la muerte / sin haberla probado / todavía? / ¿Qué me has hecho, lenguaje?».
El autor malagueño, nacido en 1988 como el menor de cinco hermanos, reflexiona sobre los límites de las palabras, aunque lo haga precisamente a través de ellas: «Hay muchas contradicciones en el libro, pero suelen ser fértiles en poesía. Ahí tenemos a Quevedo». No es casual que Miguel de Molinos, creador del quietismo, abra el título de Leo, a quien le interesan la pasividad y el vacío no como formas de existencialismo sino como parte del camino hacia el ocio espiritual. «Un vacío habitable», resume. Y lo estructura en versos: «Quien tenga lengua / para callar, que calle». El objetivo, explica, «es llevar el habla diaria, instrumental, a la máxima potencia». Entre sus autores de cabecera elige a César Vallejo, San Juan de la Cruz o Apollinaire: «Pero no sigo la estela de nadie. No tengo ningún padre, aunque sí muchos tíos».
Su editor, Unai Velasco, considera que Leo ha apostado «por cierto adelgazamiento emocional, sin por ello recargar el territorio explícito de las ideas». Un abismo separa al David de 'Nueve meses sin lenguaje' del David de 'Urbi et orbi', la obra con la que ganó, cuando tenía diecisiete años, el codiciado premio Hiperión ex aequo con 'Los hijos de los hijos de la ira', de Ben Clark. Aquel estreno «me inspira ahora cierta ternura, como cuando recuerdas vivencias de otro tiempo», aunque el autor malagueño, afincado en Barcelona desde hace años, renuncia al masoquismo de juzgar con el látigo del presente al principiante imberbe que fue: «No soy especialmente cruel conmigo mismo. Me produce candor ese libro, veo sus aciertos y sus errores, pero he cambiado como poeta y como persona».
La transformación apenas ha dejado rastro de los sonetos que frecuentaba en sus inicios: «Charlarán los mortales en su jerga / mientras un hombre vuelve mientras calla / con la forja vacía hacia el olvido». En 2011 lanzó 'Dime qué', un libro «mucho más juguetón» que el primero, «menos profundo» que el último y, en palabras de Velasco, una obra que «nos permite decir que el autor fue uno de los primeros nombres de su generación en rehumanizar el discurso teórico, algo menos usual entre los nacidos en los años setenta». El nuevo paso dado con 'Nueve meses sin lenguaje', según el editor, «profundiza en el discurso comenzado hace más de un lustro» entendiendo que somos «seres preñados de lenguaje, pero incapaces de utilizar ese lenguaje de modo trascendente».
Guión y dirección
Aunque la métrica continúa siendo «tradicional», con predilección por versos impares, casi siempre heptasílabos y endecasílabos, Leo moldea la estructura de sus poemas «según el ritmo que quiera imprimir». Curtido en enciclopedias, convirtió el aprendizaje del diccionario en un modo de vida que rentabilizó en concursos de televisión como Pasapalabra, donde ganó casi dos millones de euros, un colchón económico que ahora le permite estudiar guión y dirección de cine e incluso atreverse con un corto que ahonda en sus obsesiones: «La historia es complicada de explicar. Habla de la dificultad de trasvasar lo literario a lo cinematográfico». La poesía, sin embargo, ofrece más posibilidades para «la satisfacción» del autor malagueño: «El cine exige una cantidad ingente de trabajo que no sé si se plasmará en el resultado, mientras la escritura es mucho más autosuficiente».
En un momento en que la poesía, «que no da para vivir pero da vidilla», fue frenada «por las preocupaciones inmediatas, como dónde iba a trabajar o de qué iba a comer», el auxilio «que generalmente, a esta edad, viene de los padres», llegó con la televisión, un escaparate poco habitual para escritores, especialmente para escritores tímidos. Pero casi nada resulta habitual en este poeta poliédrico y peculiar que ha participado en una de las promociones más brillantes de la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores y ha buceado «en tinta, en gasolina, en líquido / revelador, en la conciencia del milagro / y luego respirado hondo dentro / de la vida común». Para contarlo, también.
David Leo García
Nueve meses sin lenguaje
24 de enero. Mediodía.
No recuerda el fragor del accidente
ni que su cráneo contra el parabrisas
resonó como un brindis.
4:30. El neurólogo
entra, deja el impermeable, se acerca, empieza
a dibujar cerebros coloreando zonas en azul
y mira fijamente cicatrices.
¿Acaso lee un epitafio? ¿Una
revelación? 4:50. Traumatismo
craneoencefálico. Afasia global.
Nueve meses de recuperación.
Unos metros afuera silban pájaros.
31 de enero. En una habitación como cualquiera
le enseño los sonidos que componen el mundo
–así la logopedia se vuelve metafísica:
la palabra "dolor", un par de sílabas
duras de sostener lo insoportable,
la palabra "poder", incorruptible
durante el cáncer de los estadistas,
o la palabra "amor",
de la raíz indoeuropea *ma
que significa 'madre',
'succionar',
todas las herramientas del origen.
7 de marzo. Nada. 11 de abril.
Un lenguaje volcán.
Romperse
para ser percibido.
Azar los nombres. Cepos
las etimologías. 2 de mayo.
Aniversario de quién sabe qué.
Festividad de San Como Se Llame.
Medianoche. Y si nos entendemos
es que el tiempo no existe
o si acaso que el yo se ha vuelto nómada.
6 de la madrugada. Mariposas.
Por todo el suelo restos de crisálida.
Amanecer. El sistema nervioso
parece el garabato de un demente.
20 de junio. 27. 4
de julio. Sólo es verano en un pedrusco de ámbar.
No sé bien qué hago aquí. Todas las fechas
atraviesan los siglos, esperando.
¿Y si este hoy ya ha sucedido antes?
Y lo que nos decimos,
¿no seguirá un dictado subterráneo
girando sobre sí, copiando la espiral
de la leche materna en un desagüe?
1 de agosto. ¿Dónde
habré puesto las causas?
¿Dónde las consecuencias?
¿Qué es todo este confeti
de posibilidades? Medianoche,
mi medianoche. Quiero hablar de mí,
le hablo a mis músculos
acerca de mi desaparición
con voz amable. Qué día de qué mes,
10 para qué, septiembre para qué.
"Nacer"
significa 'esperar a que se aclare el cielo'.
"Querer" quiere decir
'clavarse bajo la uña la aguja de una brújula'.
Explicarse
es practicar esgrima contra los fantasmas.
10 de octubre. Feliz
aquel que desconoce la palabra "feliz".
Aquel que desconoce.
Aquel que desconoce la palabra.
24 de octubre. Su cerebro
es ahora anterior a todo lo demás
cerebro suntuosa catedral vacía.
Cerebro de empatía por el caos.
Final de octubre.
Su nombre significa 'dios lo hizo'.
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