Gloria Fuertes, la poeta de las mil caras
Poesía al SUR ·
Cela la definió como un «ángel puteado». Remontó una infancia áspera y amó a hombres y mujeres, el tabaco y el whisky. Honda e irónica, Gloria Fuertes fue mucho más que una escritora para niñosDurante años quedó reducida a la imagen de abuela entrañable que aparecía en televisión leyendo poemas infantiles de versos juguetones y rima consonante, pero Gloria ... Fuertes fue mucho más que su propio personaje. Poliédrica y guasona, la poeta madrileña desarrolló pronto una segunda piel para encajar golpes: «A los nueve años me pilló un carro / y a los catorce años me pilló la guerra; / a los quince se murió mi madre, / se fue cuando más falta me hacía». Aquella infancia áspera forjó un carácter complejo que ella misma refugió bajo clichés públicos que dinamitaba en privado; la niña grande de España, esa mujer angelical que despertó la imaginación de varias generaciones con poemas sobre animales y flores, se bebió la vida y el whisky a grandes tragos, fumó hasta rasgarse la voz, amó a hombres y mujeres y bordeó la oscuridad sin perder el sentido del humor, como cuando confesó un impulso suicida a Vicente Molina Foix: «Fui al metro decidida a matarme, pero ligué cuando saqué el billete y, en vez de tirarme al tren, me tiré a la taquillera».
Su obra obtuvo el reconocimiento de colegas como José Hierro, que le dedicó un poema con un primer verso apabullante («Pasea con el luto de viuda de sí misma») o Jaime Gil de Biedma, responsable de que fuera la única mujer presente en la elitista colección Colliure. La fama alcanzada en los años setenta como poeta para niños, especialmente tras la emisión del programa 'Un globo, dos globos, tres globos', ocultó bajo polvo su condición de autora de posguerra, defensora de la igualdad entre hombres y mujeres (causa que introdujo en sus libros infantiles: en 1978 lanzó 'Tres reinas magas') y el pacifismo: «En mi poesía el tema que más me interesa es el dolor, en mí y en los demás, por este orden egoísta. Después, el amor. En tercer lugar, lo contrario del amor: las injusticias, las guerras y los bichos».
Sus primeras relaciones conocidas fueron heterosexuales, primero con un madrileño llamado Manolo, de quien habla en 'Carta de la eme' («Me matas, majo», escribió), y más tarde con Gila y Carlos Edmundo de Ory, aunque su mayor pasión fue Phyllis Turnbull, una hispanista estadounidense a quien conoció en 1953. Compartieron más de quince años de relación y rompieron poco antes de que Turnbull muriera. Aquel episodio hundió a la poeta, que no poetisa, a quien Camilo José Cela definió como «ángel puteado por tirios y troyanos, la voz poética más honda y sincera, menos artificial y acicalada de España». Nunca ocultó su sexualidad, con referencias escasas pero afiladas como cuchillos («Me nombraron patrona de los amores prohibidos») y volcó en su obra el dolor por la pérdida: «Todos los míos han muerto hace años / y estoy más sola que yo misma».
Con su irrupción televisiva, que elevó su popularidad hasta cotas inimaginables para una poeta de su época, Gloria se burlaba a modo de venganza serena, sin odio, de los sectores más reaccionarios; bajo aquellos poemas en apariencia inocentes, presentes en todas las casas del país, latían reivindicaciones transgresoras vinculadas al feminismo, la libertad y la justicia social. Sólo en 1980, durante un especial de Nochebuena, le censuraron un poema, 'Dios está en pelotas': «Tanta mirra y tanto incienso / y Él desnudito en el pienso... / Pienso que nadie le quiere».
Aquella niña nacida en una casa rural de Lavapiés, con zapatos rotos y sin muñecas, acabó dando clase en varias universidades de Estados Unidos, donde residió durante casi tres años tras obtener una beca Fulbright. Su familia jamás la apoyó durante su trayectoria como poeta; habrían preferido que fuera modista o niñera. Rebelada contra su destino, Gloria había ajustado cuentas con el pasado: «La primera vez que entré en una universidad fue para dar clases como profesora». Luego llegaron el desamor y el desgarro por la muerte de Turnbull. También los veranos en la Costa del Sol, lamiéndose las heridas en las aguas del Mediterráneo. Lo recuerda Manuel Alcántara: «Venía mucho por Rincón de la Victoria. Y se atrevía a usar unos trajes de baño que hubieran entusiasmado a Popeye. A veces, mientras bebía un whisky de marca abominable, me hacía confidencias. Días difíciles, amores difíciles».
Amadrinó las tertulias de El Pimpi, que sirvieron como revulsivo cultural en la Málaga de los setenta. «Yo soy una poeta de guardia», confesó alguna vez. Y llevó el título literalmente hasta la tumba, donde figura: «Gloria Fuertes. Poeta de guardia. 1917-1998». También dos versos: «Ya creo que lo he dicho todo / y que ya todo lo amé». Murió de cáncer de pulmón y dejó la mayor parte de su herencia, 110 millones de pesetas, a una institución infantil. La celebración del centenario de su nacimiento, el año pasado, dio inesperado paso a una cascada de reconocimientos póstumos y publicaciones entre las que destaca una imponente antología editada por Jorge de Cascante para Blackie Books. El eco de Gloria llega hasta la actualidad despojado de antiguos prejuicios. Ella lo habría celebrado con un buen trago. Sepámoslo beber.
GLORIA FUERTES
Cuando te nombran
Cuando te nombran
me roban un poquito de tu nombre;
parece mentira
que media docena de letras digan tanto.
Mi locura sería deshacer las murallas con tu nombre,
iría pintando todas las paredes,
no quedaría un pozo
sin que yo asomara
para decir tu nombre,
ni montaña de piedra
donde yo no gritara
enseñándole al eco
tus seis letras distintas.
Mi locura sería
enseñar a las aves a cantarlo,
enseñar a los peces a beberlo,
enseñar a los hombres que no hay nada,
como volverme loco y repetir tu nombre.
Mi locura sería olvidarme de todo,
de las 22 letras restantes, de los números,
de los libros leídos, de los versos creados.
Saludar con tu nombre.
Pedir pan con tu nombre.
—Siempre dice lo mismo—, dirían a mi paso,
y yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.
Y me iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a todas las preguntas responderé tu nombre
—los jueces y los santos no van a entender nada—.
Dios me condenaría a decirlo sin parar para siempre.
Nací para poeta o para muerto
Nací para poeta o para muerto,
escogí lo difícil
—supervivo de todos los naufragios—,
y sigo con mis versos,
vivita y coleando.
Nací para puta o payaso,
escogí lo difícil
—hacer reír a los clientes desahuciados—,
y sigo con mis trucos,
sacando una paloma del refajo.
Nací para nada o soldado,
y escogí lo difícil
—no ser apenas nada en el tablado—,
y sigo entre fusiles y pistolas
sin mancharme las manos.
Autobiografía
Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre,
que si se descuida muere por vivirme.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
A los quince se murió mi madre,
se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores,
—no digo nombres—,
gracias a eso, pude sobrellevar
mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta,
—pero Dios y el botones saben que no lo soy—.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños
y quiero comprarme a plazos una flor naturalcomo las que le dan a Pemán algunas veces.
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