Pérez Montalbán: escribir hasta mancharse
Poesía al SUR ·
Su infancia fue «un ramo de ortigas / sobre la piel». Ahora, tras peregrinar por trabajos precarios, dirige el foco de sus poemas hacia marginados y vencidos, convencida de que los libros deben servir para algo más que decorar estanteríasAún no había cumplido la mayoría de edad cuando abandonó Córdoba para instalarse en Málaga, una mudanza que pretendía ser también un exilio interior. Isabel ... Pérez Montalbán huía de una infancia dolorosa, aunque por entonces ya intuía que su pasado sería «un ramo de ortigas / sobre la piel». El suicidio de su madre, un zarpazo que late bajo muchos de sus poemas, sacudió su niñez: «Me pregunto por qué te quisiste morir / tan de pronto y tan joven todavía, / qué síndrome o locura / nubló la transparencia del camino / y te condujo a los barrancos». Bastaba aquella herida para construir una obra completa, pero la poeta andaluza desechó pronto el ensimismamiento para atender inquietudes colectivas. La caída del Muro de Berlín despertó su compromiso político, extendido a su poesía, con referencias constantes a la lucha de clases. «No hay bastantes sepulcros, nichos, fosas comunes, / extensión suficiente, / para enterrar la caza abundante de niños / de una sola jornada. Los asedian nocturnos, / durmiendo entre cartones por las calles. / Al parecer deslucen el comercio», escribió en 'Cartas de amor de un comunista'.
Antes había publicado 'No es precisa la muerte', un recopilatorio de textos de adolescencia, y 'Puente levadizo', de corte autobiográfico. Ni las buenas críticas ni el interés de algunos editores por su obra salvaron a Pérez Montalbán del peregrinaje por trabajos precarios con sueldos raquíticos. Navegando entre la supervivencia y la literatura, como Cernuda vacilaba entre la realidad y el deseo, en 2001 ganó el Premio Leonor con 'Los muertos nómadas', su obra más desgarradora. En poemas como 'Me acuerdo de olvidarte' o 'El padre' ajusta cuentas con su pasado y revisa su herencia sociopolítica, consciente de que su caso puede servir como exponente de muchos otros, alcanzar lo universal desde lo concreto. La cita de Umbral que abre el poemario adelanta su contenido: «No es cierto que nada se detenga con la muerte». Reaparece la orfandad, su golpe brutal, sin aparcar nunca la conciencia de clase: «Con seis años, mi padre trabajaba / de primavera a primavera. / De sol a sol cuidaba de animales. / El capataz lo ataba de una cuerda / para que no se perdiera en las zanjas».
'Puente Romano', una extraordinaria elegía que por momentos bucea en la culpa («Madre, ¿acaso sin dientes yo mordí / tu placenta con tal desolación / que no cicatrizó tu vientre nunca?»), supone su cima poética. La autora, nacida en 1964, se consolida como voz desheredada («Te has marchado por fin, / fluorescencia en un cuarto oscuro, / donde no entran los hijos ni los socios. / Ni yo siquiera. Ni los dictadores») a la vez que asoma la cabeza como uno de los principales nombres de la llamada poesía de la conciencia, marcada por su oposición crítica al capitalismo. En 2007 publicó 'Siberia propia', donde la unión entre lo personal y lo político se hace más evidente si cabe. Rebelada contra la alienación, denuncia «la imposibilidad del amor cuando se halla inmerso en el contradictorio sistema neoliberal». Su Siberia, escribe en este ejercicio de estilo, es «ese campo de concentración que fue la infancia».
Marginados y vencidos
Así como Picasso defendía que la pintura no se había inventado para decorar apartamentos porque es un arma ofensiva y defensiva, Pérez Montalbán escapa de la autocomplacencia y el conformismo para dirigir el foco de sus poemas hacia los marginados y los vencidos. Su obra, despojada también de cualquier atisbo de vocación decorativa, desoye los cantos de sirenas y musas para clavar las uñas en la realidad, incluso cuando la autora alcanza cierto bienestar: «Se accede a la oficina, al ropaje, a la fiebre, / al calor esponjoso de los cuerpos. / Y el frío, sin embargo, permanece». El pasado adquiere entonces condición de respuesta firme ante las encrucijadas, de tatuaje que recuerda la miseria: «La libertad me alquiló en esos años / una habitación propia sin derecho / a probarse el carmín ni a luz eléctrica, / así que el libro de Virginia Wolf / había que leerlo en la penumbra».
En 'Animal ma non troppo', su libro más combativo, aborda la Guerra de Irak, entre otros hechos históricos: «Pero hay que calcular exactamente / el precio de la sangre y su rebaja». Y sigue: «Porque sordas las deudas se acumulan / y siempre hay que pagar la plusvalía». También se mofa de Bush hijo: «Consiguieron graduarle con enchufe, / pero aprendió a firmar penas de muerte / sin X, con su nombre propio: George». Retoma la autobiografía en 'Un cadáver lleno de mundo', concebido como una continuación de 'Los muertos nómadas'. La fusión entre sus aspiraciones literarias y sus convicciones políticas aparece perfeccionada: «Yo venía del fango y de las liendres, / de la cuna encontrada por los estercoleros. / Y de repente el cuento exige mundo / y su final feliz, su moraleja». Ahora Pérez Montalbán reúne su obra en 'El frío proletario', una antología editada por Visor que incluye poemas inéditos, nuevos arañazos de realidad y protesta. Aunque sus libros, incómodos, no adornen estanterías.
ISABEL PÉREZ MONTALBÁN
Puente romano (fragmento)
He tardado treinta años
en nombrarte sin miedo ni vergüenza.
Treinta años sin saber
cómo quererte o cómo hablarte.
Sin acertar ni atreverme siquiera
a decir me has abandonado, madre.
Pero nunca te odiaba.
Me decían que habías muerto
en el centro de un río,
que te arrojó tu propio impulso
desde un puente romano hasta el caudal.
Y yo, que era muy niña,
me conformaba entonces.
Porque los niños ignoran la muerte.
Solo notan la ausencia
y aprenden a borrar con goma blanca
el lápiz de la risa y el abrigo.
(...)
No es verdad que te quiero sobre todo.
Es mentira la sangre.
La señora (fragmento)
Ahora vivo sola.
No hay nadie enfurecido ni enfermo que me espere.
Mi casa es la trinchera de una paz laboriosa.
Sin embargo, sucede alguna vez, de pronto,
un resplandor de miedo que sale de su tumba.
Y antes de abrir la puerta siento un clavo
rozando el corazón, dispuesto a hundirse.
La misma pesadumbre,
la lombriz arrastrándose en la piel,
el mismo surtidor de abejas en ataque,
como quien vuelve de cometer un crimen
y sabe que sus manos lo delatan.
Es un instante que no dura,
pero golpea igual que un puñado de nieve.
Parece que mi casa estuviera invadida
y aguardaran sus ojos detrás de la madera,
como cubos de fango
que van a volcarse en mi cara.
El padre (fragmento)
El padre se sentaba en el salón
a discutir con mi padre adoptivo
la casa en construcción de mi futuro,
mi vida en obras, mis papeles.
El hombre se bajaba del andamio,
le faltaban ladrillos, la mezcla se espesaba.
Volcaba sus disculpas como piedras.
Su silencio era simple material de derribo.
Dejé de verlo a los siete años.
Lo esperaba una tarde con el vestido nuevo
manchado de canela y tinte azul,
pero se hizo de noche y ya no vino.
Lo recuerdo entre el polvo de la calle,
con la mirada fósil
de lo que ya no se recuerda.
No sé si vive todavía,
pero hace mucho tiempo que está muerto.
Izquierda / derecha
Compañera, hora en llamas:
A la derecha de Dios, las mujeres
con bella manicura, los banqueros
jugando al golf con palos enemigos.
A la izquierda, los niños, las termitas,
el oro falso, la vida en cupones
de riqueza aplazada. Nunca es tarde.
No hay más que fe en el centro.
El centro es Dios cansado y aburrido
de esconderse y estar siempre tan solo.
Dicen que ya no existe la hojarasca
cubriendo los caminos de otro mundo.
Pero la gente espera y compra suerte,
hora en el veneno de las horas.
Y mientras, el infierno sigue abajo,
la derecha construye un cementerio,
y la izquierda, un eclipse de emergencia.
Qué frágil y pequeño el pesebre del hombre.
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