Los microrrelatos en SUR del domingo 16 de agosto
Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras
Domingo, 16 de agosto 2020, 01:12
Pilar Zúñiga
Eco
En mi universo está el tiempo que era nuestro, están tus palabras siempre dulces, tus sonrisas interminables y tu olor a lavanda, están las arrugas ... de tus manos, tus pasos lentos y tu voz llamándome a cada rato, y estoy yo, deseando que vuelvas.
Aunque eso sea imposible.
Concha Palau
Pausa
Ha estado nevando toda la noche. El día muestra un manto algodonado que cubre casas, farolas y árboles, y envuelve la ciudad dentro de una gran burbuja poblada de figuritas miniaturizadas.
Me recuerda esas esferas transparentes que hay en las tiendas de recuerdos, ¿qué pasaría si la pompa blanca se diera la vuelta?
La ciudad es un desfile de personas sin voz, acalladas por la cubierta acolchada que sofoca cualquier sonido. Miles de pisadas fugaces apenas dibujadas y rápidamente reemplazadas por otras; rastros dejados por rostros de facciones nebulosas tras la cortina impenitente, perpetuados al suplantarse unos por otros.
Caras pegadas a los cristales de las ventanas contemplan este deambular sin rumbo esperando, solo esperando. La ciudad entera se ha vuelto indolente.
Al caer el día, cesa de nevar. Un barrizal gris se extiende para arrastrar nuestra aceptación mansa. La ciudad coge pulso, vuelve la vida con su cadencia.
Rafael Badillo
Historia Universal
Un escritor maldito redacta las últimas líneas de la obra que lo hará ilustre milenios después de su desaparición: «La inspiración es una chispa divina cuyos frutos son las palabras y formas que dan belleza a la existencia; ésta será la conexión eterna de mi pensamiento con la imaginación de los hombres. Así dispongo que los libros sean la demostración definitiva de que alguna vez existí».
La nota figuraba al pie de la última página de la Historia Galáctica Universal que leía un habitante de Kepler-186f en la quincuagésima centuria de la era Aldebarán. Seguidamente, éste tomó el ejemplar y lo dispuso en la enésima estantería de la Biblioteca interestelar de Babel, donde se ordenaban los pocos ejemplares que sobrevivieron, tras el apocalipsis de un lejano planeta extinguido a causa de la estupidez.
Lucía Morales
Perrito piloto
Mi perro quiere un gato de mascota, que dice que se aburre y que necesita compañía, que pasa muchas horas tumbado solo y que hace frío en su cama.
Dice que ya ha pensado un nombre, Señor Bigotes, Bigu para la familia, uno de esos sin pelo que no dan alergia y asegura que no le tendrá celos ni nada.
Hoy le pillé en Amazon comprando juguetes para gatos, un bebedero y una cama, me había cogido la tarjeta de crédito a escondidas, allí estaba sentado frente al ordenador con mis gafas, que dice que tiene vista cansada, allí estaba aporreando el teclado con sus patas. A ver quién es el guapo que le dice que los perros pilotos de la feria no tienen mascota, que él no tiene vida, que se acabaron los cuentos y que dentro lo único que tiene son lanas.
Daniel Toulouse
Fin
Se acabó, no quiero que vengas más a verme, te lo pido por favor. Han sido unos años maravillosos pero necesito mi espacio, necesito reubicarme. ¿No ves que lo nuestro ya no tiene futuro? Tú mereces un futuro mejor, al lado de alguien que te pueda dedicar atenciones, cariño, tiempo... yo ya no tengo tiempo para ti.
Y no he dejado de amarte créeme, te amaré siempre pero a veces por amor debes dejar marchar. No me mires así, no lo soporto, me partes el alma en dos, no quiero que sufras más. Cada lágrima tuya que cae sobre el mármol es como un cuchillo que me abre lentamente.
Deja las flores junto al ciprés y sal sin hacer ruido por favor, necesito descansar, cerrar los ojos y entregarme al sueño.
Gracias.
(A los que nunca dejarán de estar, a mi memé).
Baltasar Burgos
Presidio musical
Siempre he ignorado la música. La asociaba con sonidos armónicos y acompasados agradables de oír.
Alguna que otra vez he intentado concentrarme para captarla, pero mis sentidos desistían,cualquier imagen era más impactante para atraer mi atención.
Se lo tenía dicho a mi Ángel de la Guarda: No dejes que me atrapen los músicos. Aunque probablemente sería Orfeo el que estaba disfrazado en aquella esquina. La trampa estaba puesta, sólo tenía que pasar. A espaldas de la catedral, como si de un funambulísta se tratase, ejecutando solturas en cuerdas, allí estaba el violinista, haciendo las veces del Flautista de Hamelin. Su propósito era atraerme.
Durante varios días paseé mi discreción con la excusa de unas monedas. Lo consiguió, metió a Mozart en mis entrañas. Ahora vengo a menudo a esta callejuela con el pretexto de buscar partituras para mi hija, cuando en los sesenta hacía aviones de papel con las de mi padre.
José Luque
Un mal sueño
Aquel era un día de primavera como otro cualquiera, cuando desperté. Al salir a la calle, sorprendido, no sentí el sonido ambiente de una ciudad: pocos coches circulando y pocas personas caminando. De repente, me di cuenta de que nadie se tocaba, como si cada individuo se encontrara dentro de una burbuja... ni siquiera las parejas de enamorados se abrazaban.
Los parques, donde antes solía haber niños corriendo y jugando, estaban vacíos, como abandonados. Pensé por un segundo que me encontraba en una pesadilla y que de un momento a otro me despertaría. Sin embargo, por desgracia, para mí no era así y pasado un tiempo descubrí que estaba en una pandemia que nos aislaba cada vez más de la sociedad.
Purificación Pérez
Larga vida
La luz escala por la persiana, para inundar la habitación con formas extrañas. El silencio se pasea despacio. Ya nada espero, sentada a los pies de la cama, tu contemplación me inspira una pena mansa. Mientras te acomodo la almohada, te recrimino bajito la decisión que tomaste el día en que nos confinaron: «ciento cinco son muchos» y te sentaste a esperar. Rompiste mis esquemas, eras mi superhombre, que me animaba a pensar que se puede burlar a la muerte, vencer dos guerras y soportar la marcha de tus ángeles. En esta mañana luminosa te metiste en la cama y te dedicaste a llamarla a voces, para que te arropara, seguramente tenía los ojos azules de la abuela, porque sonreías. Y me dejaste aquí pensando en lo mortal que soy, en si habré heredado esa dignidad que aún en este momento baila en la estancia.
Robin Albarracín
No quedas
Con las manos temblorosas, me puse esa blusa escotada que no podía rellenar.
Calcé en mi 44 tus tacones del 37.
Usé tu colonia, tu rímel y tu barra de labios.
Estaba listo, nervioso, me coloqué delante del espejo esperando aunque fuese por última vez, encontrarte en mi reflejo.
Miré.
Ya solo quedaba yo.
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