Leopoldo María Panero, el último poeta maldito
Poesía al Sur ·
Pasó más de media vida ingresado en centros psiquiátricos, azotado por sus adicciones y una familia desastrosa, pero el escritor madrileño trasciende su propio personaje para revelarse como uno de los autores más subversivos y brillantes de la literatura española contemporáneaHay quienes todavía lo recuerdan firmando libros, capaz de beberse diez cocacolas en una hora, meando poco después en cualquier árbol cercano. O robando cigarrillos ... a los estudiantes fascinados por su personaje: el último poeta maldito, el genio loco, el hombre destruido. Pero Leopoldo María Panero trasciende su propio mito para revelarse como uno de los autores más subversivos y singulares de la literatura española contemporánea. Construyó una obra vasta que desafía el orden social y explora los límites, como hizo él mismo hasta las últimas consecuencias. Pasó más de la mitad de su vida encerrado en centros psiquiátricos, azotado por el alcohol y las drogas, arrastrando el pasado como quien lleva un cadáver encima. «Me han convertido en el símbolo de todo lo que más detestaban de ellos mismos», denunció refiriéndose a su familia en 'El desencanto', la icónica película sobre los Panero rodada por Jaime Chávarri en 1976.
Su padre, Leopoldo Panero, había sido uno de los poetas de cabecera del franquismo. Murió cuando Leopoldo María era adolescente. «A raíz de la feliz muerte de mi padre, empezó en nosotros a surgir el humor. No sé, a tratar las cosas con mayor felicidad, no con aquellas misas a las que nos obligaba a ir. ¿No te parece?», le pregunta a su madre en una secuencia del documental. «Bueno, por lo menos hay más sinceridad», responde ella. «Sinceridad nunca ha habido», sentencia el hijo. Esa sensación de haber asistido a una farsa labró en el autor madrileño la insaciable necesidad de apostarlo todo a la honestidad, de colocar un espejo frente a la hipocresía generalizada para burlarse de una sociedad que consideraba podrida, adulterada hasta la caricatura.
Pronto llegó la adicción a la heroína: «El caballo con su espada / divide la vida en dos: / a un lado el placer sin nada / y al otro, como una mujer vencida, / la vida que despide mal olor». No queda claro cuándo sufrió su primera crisis psicótica, aunque hay constancia de que en los años setenta intentó suicidarse e ingresó por primera vez en un manicomio, encierro que no le impidió desarrollar una extensa producción literaria y traductora. Por entonces ya había publicado 'Así se fundó Carnaby Street' y coqueteaba con la izquierda radical, una afiliación que le valió varias detenciones y estancias en prisión hasta que las estrecheces de la disciplina de partido provocaron su deserción política. Sus feroces críticas a la España del régimen, en contraste con el silencio cómplice de muchos colegas, le pasaron factura: «He oído a los muertos que el infierno es mejor que esto».
Escribió sobre besos negros («bésame el ano del que versos he hecho») y lluvias doradas («¿Recuerdas que unimos nuestra orina en el único vaso / y bebimos los dos con la risa de un niño?»), no tanto por provocación como por la convicción de que cualquier fractura del sistema, la rebeldía contra lo entendido y aceptado como buen gusto, resultaba una exigencia para desligarse de tanta tibieza. Pero Panero era además capaz de conmover: «Fumo mucho. En el cenicero hay / ideas y poemas y voces / de amigos que no tengo». También aprovechó sus libros para ajustar cuentas con su familia desmembrada: «Madre, esos besos que en la tumba / aún me das / son despertar, son nuevo frío; / estuve vivo, ya lo supe. / Ahora / déjame olvidar».
Sexo y violencia
Enamorado, sin posibilidad de ser correspondido, de Ana María Moix, el autor de 'El que no ve' detalló en muchos de sus poemas relaciones con hombres y mujeres, sexo conducido hasta la violencia o viceversa. Una pelea en un bar de Palma de Mallorca, en 1978, desató una nueva espiral de paranoia. Leopoldo María aseguraba ser perseguido por los servicios de inteligencia y la familia real. Su ingreso psiquiátrico se extendió a varios centros de todo el país, hasta llegar a Gran Canaria, donde pasó los últimos veinte años de su vida y escribió 'Poemas del manicomio de Mondragón'. Su poesía y su carácter se ensimismaron, aunque casi siempre dio la impresión, quizá equivocada, de que conserva cierto control sobre su propio delirio, que a menudo volcaba en los poemas como un grito al vacío: «Mañana morirá otro loco: / de la sangre de sus ojos nadie sino la tumba / sabrá mañana nada».
Bajo su aspecto desaliñado, especialmente en los últimos tiempos, se escondía un hombre brillante y culto, capaz de recitar de memoria a García Lorca, Mallarmé, Virgilio, Goethe o Rilke y levantar una obra apabullante por amplia y revolucionaria. No recibió premios importantes, aunque la crítica a menudo alabó su poesía, que continúa atrayendo a una legión de lectores fieles y que fue reunida por Túa Blesa en dos ediciones extraordinarias de Visor. Los circuitos culturales lo marginaron durante casi toda su vida, pero él se vengó guardándose la posteridad bajo la manga y renegando de los novísimos, grupo que compartió con Vázquez Montalbán o Gimferrer. Inclasificable, falleció hace ahora cinco años. Y todavía pudo «prostituir mi muerte y hacer / de mi cadáver el último poema».
Leopoldo María Panero
Dedicatoria
Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.
Ars Magna
Qué es la magia, preguntas
en una habitación a oscuras.
Qué es la nada, preguntas,
saliendo de la habitación.
Y qué es un hombre saliendo de la nada
y volviendo solo a la habitación.
A Francisco
Suave como el peligro atravesaste un día
con tu mano imposible la frágil medianoche
y tu mano valía mi vida, y muchas vidas
y tus labios casi mudos decían lo que era el pensamiento.
Pasé una noche a ti pegado como a un árbol de vida
porque eras suave como el peligro,
como el peligro de vivir de nuevo.
Diario de un seductor
No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.
Ma mère (fragmento)
A mi desoladora madre, con esa extraña
mezcla de compasión y náusea que puede sólo
experimentar quien conoce la causa, banal y
sórdida, quizá, de tanto, tanto desastre.
yo contemplaba mi cerebro para siempre aplastado
y mi madre reía, mi madre reía
viéndome hurgar con miedo en los despojos
de mi alma aún calientes
temblando siempre
como quien tiene miedo de saber que está muerto,
y llora, implora caridad a los vivos
para que no le escupan encima la palabra muerto. Vi digo
mi cerebro en el suelo licuándose, como un excremento
para las moscas. Y mi espíritu convertido en teatro
vacío, del que todo pensamiento ha desertado.
Hembra
Hembra que entre mis muslos callabas
de todos los favores que pude prometerte
te debo la locura.
Un asesino en las calles
No mataré ya más, porque los hombres sólo
son números y letras de mi agenda
e intervalos sin habla, descarga de los ojos
de vez en vez, cuando el sepulcro se abre
perdonando otra vez el pecado de la vida.
No mataré ya más las borrosas figuras
que esclavas de lo absurdo avanzan por la calle
agarradas al tiempo como a oscura certeza
sin salida o respuesta, como para la risa
tan sólo de los dioses, o la lágrima seca
de un sentido que no hay, y de unos ojos muertos
que el desierto atraviesan sin demandar ya nada
sin pedir ya más muertos ni más cruces al cielo
que aquello, oh Dios lo sabe, aquella sangre era
para jugar tan sólo.
Huida del animal
Narciso era mi nombre, y he muerto.
Era un adolescente hermoso, y he muerto.
Y aquí no hay mujeres, sólo vino,
eternidad y alcohol, para que la vida sufra
y el ángel solloce en su caída.
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