Javier Egea: la muerte acostumbrada
Poesía al SUR ·
Leyó a Lorca para poner palabras «a la trágica pasión de vivir» y convirtió a los explotados, «hombres y mujeres que van al trabajo y sufren», en sus musas. En 1999 silenció, con su suicidio, una de las voces más comprometidas de la poesía españolaYa había muerto otras veces, aunque aquella vez, hace veinte años, fue la definitiva. El suicidio de Javier Egea en el último verano de los ... años noventa silenció para siempre la voz de uno de los poetas españoles más comprometidos y lúcidos de la segunda mitad del siglo pasado. Las compulsivas lecturas adolescentes de la obra de Lorca, granadino como él, permitieron que encontrara palabras para describir «la trágica pasión de vivir» que ambos compartían y una «constante intuición de la muerte» que en el caso de Egea despertó pronto, desde que, siendo niño, ingirió un tubo de somníferos que lo mantuvo dos días en coma: «Volví a morir con el primer amor, otra vez con la muerte de mi madre, de nuevo con la de mi padre. He muerto en cada relación amorosa de las muchas que encontré o me reservó el destino. He muerto con la explotación y con las guerras. Se muere a diario por la asfixia de las relaciones capitalistas».
Pese a sus coqueteos iniciales con el romanticismo, plasmados en 'Serena luz del viento', Egea no tardó en encaminar su obra hacia la poesía social, convencido de que «todo discurso literario es un discurso ideológico». Sus primeros poemas, caracterizados por su poderoso contenido erótico, beben de Bécquer pero también de Rubén Darío: «Cada vez más dormidas tus ingles a mi beso, / menos ágil tu salto de amor a mi cintura». Su participación en manifestaciones y mítines contra la dictadura franquista marca su obra posterior, ya bajo la influencia de autores reconocidos por su compromiso político, como Rafael Alberti o Miguel Hernández, aunque la reivindicación de Egea cruza fronteras para plantar cara a la dictadura argentina, contra la que escribe 'Argentina 78'. «Por eso va mi canto hacia ti como un grito, / como un puño gigante. / ¿Quién eres tú sino la vida rota, / sino toda la muerte vestida de payaso?», le dedicó a Videla.
Por entonces ya había asimilado las ideas marxistas, que volcó en sus siguientes poemarios. En 1976 publicó 'A boca de parir', cuyos poemas podrían considerarse de transición: «En este mar que nace no quiero que navegues: / naufragarás sin nombre, / lejana nave mía, / distante barco azul». Pero no fue hasta 'Troppo mare', escrito en un pequeño pueblo de Cabo de Gata, cuando Egea se reveló como un autor innovador, comprometido pero nunca impostado ni ingenuo, consciente de que también sobre la poesía social planea el riesgo de la ficción, de acabar atrapado por la rebeldía de salón. La búsqueda de una fórmula que le permitiera mantenerse fiel a su compromiso ideológico sin caer en lo panfletario ni en la acomodada posición burguesa de muchos de sus colegas había abierto un período de silencio felizmente roto por poemas que lanza como dardos: «Hipócrita lector, hermano, camarada, / hoy me atrevo a contar tus años y los míos: / mira tanta ceniza / como una herencia gris entre las manos».
Pese a la deriva política de su obra, el poeta granadino nunca renunció al amor como espina dorsal de su temática: «Porque el amor no es algo que llueva de las nubes, no se trata de ningún tema lunático, sino que, por el contrario, es algo de carne y hueso. Nuestras musas son personas que van al trabajo, que sufren, que están explotadas, que tienen nombre de mujer y de hombre de la calle». La emoción queda en sus libros asfixiada bajo el yugo del capitalismo: «Es un frío inhumano, es un dolor antiguo / éste que surge aquí, delante de mis ojos, / como una bruma larga que arropara este campo / sobre el que se perfilan los cipreses atentos».
Otra sentimentalidad
También en 'Paseo de los tristes' se observa ese cambio de rumbo, que le adjudica la paternidad, en régimen compartido con Luis García Montero y Álvaro Salvador, del grupo poético denominado La otra sentimentalidad. Egea ahonda en el amor como forma de resistencia frente a la explotación y la precariedad, frente al capitalismo salvaje: «Quisimos amarnos / tras los muros altos / de un viejo mercado (...) / Pagando el futuro, / la renta del humo: / tú, mía; yo, tuyo». Inquieto, zarandeado ya por sus problemas con el alcohol, Egea abre nuevos caminos, esta vez de la mano del surrealismo y la poesía materialista, un viaje del que surgen imágenes oníricas alimentadas por sus sesiones de psicoanálisis en Málaga, postales que dibuja en 'Raro de luna', publicado en 1990: «Aún me verás ahora como me viste entonces / abrazado a las sombras de pálidos amores / despeñarme a la grupa de tus potros veloces».
Aquellos poemas fueron los últimos que Egea vio publicados. Se distanció de la poesía lentamente, como un rumor de pasos que se alejan, aunque halló inspiración y fuerzas, en medio de su creciente insatisfacción personal, para escribir sonetos y otras composiciones que fueron editadas de forma póstuma. Su relación con la muerte, que encontró de forma voluntaria, resultó tan habitual que llegó a considerar que sus días eran «una muerte acostumbrada», por mucho que tratase de transformar esa herida diaria «en vida» a través de la poesía. Ahora, y esto le haría sonreír irónico, resucita en cada lectura.
Javier Egea
Materialismo eres tú
¿Y tú me lo preguntas?
Gustavo Adolfo Bécquer
Si supiste decirme que no estamos en paz,
si venir a tus labios fue sentir el calor
de un hermoso equipaje para siempre en los hombros.
Si se abrió el horizonte con sus ojos brillantes,
con toda su extrañeza.
Si hay días, raros días
en que cruzas de pronto la calle y me sorprendes
con alguna denuncia inesperada.
Si hay tardes, raras tardes
que me atrevo a contarte
mi pequeña verdad de enamorado,
que me atrevo a tirar por la borda algún jirón
de esta memoria sucia de dominio,
turbia de soledad.
Si hay noches, raras noches
que cuando te descubro
por una de esas calles que llevan al mercado
parece que una estrella, de golpe, me alumbrara.
Renta y diario de amor
Quisimos amarnos
tras los muros altos
de un viejo mercado.
No fueron posibles
sino manos grises,
sino labios tristes.
En nombre del fuego
desde el día primero
vendidos y muertos.
Entre las cenizas
la mercadería:
los brazos, la vida.
Pagando el futuro,
la renta del humo:
tú, mía; yo, tuyo.
Otro romanticismo (fragmento)
Por eso he de decirte –aunque sea por escrito–
que está la casa abierta para ti,
que te esperan los libros, el té, mi soledad,
las dudas de las tardes de domingo,
la pequeña verdad
que no se tiene en pie sin tus palabras.
No es posible saber cuando todo enmudece
y la vida se ha vuelto una sórdida esquina
si nos falló el presentimiento
o será que el mercado nos fue tragando
con sus comadres y su algarabía,
que no supimos vernos ni hablarnos
entre anuncios de sopas luminosas,
promesas y altavoces
pregonando los últimos saldos
de la felicidad.
Será que llevaremos inevitablemente
un lenguaje podrido que amarga el paladar
y te pone a escupir en mitad de la urgencia
cuando toda la historia apenas si consiste
en decirnos que sí, que nos amamos.
El viajero (fragmento)
Es un frío inhumano, es un dolor antiguo
éste que surge aquí, delante de mis ojos,
como una bruma larga que arropara este campo
sobre el que se perfilan los cipreses atentos.
Atrás quedó mi casa, dejé la llave puesta,
las ventanas en vuelo, por si alguna bandada
que perdiera su norte quisiera refugiarse
entre un resto de vino y algunos libros viejos.
Y entre acequias y trigos sólo sé que he de irme,
sé que tengo los ojos ateridos, inertes,
en medio de esta vega donde es verde la vida
y en oleadas verdes el maíz se me ofrece.
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